Esclavo de una escayola durante
unos meses, este jubilata se pasa el día leyendo. Esta misma mañana el cartero
ponía en nuestro buzón Le Monde diplomatique de febrero, así
que dejo los libros que tengo al retortero y echo un vistazo. Extensión del ámbito de la siesta, es el
artículo de su última página. Vaya –
pienso con desdén hispano –, estos gabachos acaban de descubrir el
Mediterráneo…, y me pongo a leerlo.
Eso de ponerse castizos y españolar en cuanto los guiris nos tocan nuestras más sagradas esencias suele ser una torpeza y un prejuicio de difícil justificación. Más que nada porque, una
vez conocidas las cosas en su justo valor, te das cuenta que son muy distintas a como las imaginabas.
Resulta que en la Francia no se trata de que hayan descubierto la vulgar siesta de sobaquina agosteña con pijama y orinal, sino de un concepto mucho más refinado. Se trata de dar conciertos durante los cuales los asistentes pueden relajarse y descabezar un sueñecito que no es grosería, sino algo muy comme il faut; no como lo hacemos nosotros, por puro aburrimiento, mientras la sección de cuerdas, con pesantez wagneriana, nos describe melódicamente los avatares del Anillo de los Nibelungos, o Mahler (supremo referente intelectual de los que presumimos de melómanos) nos deja sopas con su Kindertotenlieder.
Resulta que en la Francia no se trata de que hayan descubierto la vulgar siesta de sobaquina agosteña con pijama y orinal, sino de un concepto mucho más refinado. Se trata de dar conciertos durante los cuales los asistentes pueden relajarse y descabezar un sueñecito que no es grosería, sino algo muy comme il faut; no como lo hacemos nosotros, por puro aburrimiento, mientras la sección de cuerdas, con pesantez wagneriana, nos describe melódicamente los avatares del Anillo de los Nibelungos, o Mahler (supremo referente intelectual de los que presumimos de melómanos) nos deja sopas con su Kindertotenlieder.
Le Théâtre de la Criée, dice Le Mond diplomatique.,
propone al espectador incluso que se traiga su propia almohada para adormecerse
sin complejos. Mientras los artistas interpretan, el espectador se deja ganar
por el sopor; lo que dicho en francés suena más sutil y refinado: certains se laissent emporter par un certain
endormissement. Vamos, alcanzan un adormecimiento melódico, muy alejado de
los ronquidos que el vecino de al lado suelta en el Auditorio Nacional. Lo que,
es forzoso admitirlo, significa que nosotros tendremos el orgullo de haber
inventado la siesta, pero los franceses la han elevado a obra de arte tan
refinada como, pongamos por caso, las
sutilezas eróticas de Fragonard en su El
Columpio.
Pero no sólo Le Théâtre de la Criée
propone siestas musicales, también el festival de Manosque propone siestas literarias.
En Toulousse, en 2002, nacieron las siestes
électroniques; así, en su Théâtre Garonne se organizan nappenings (un híbrido de nap
(sueñecito) y happening). Vamos,
que eso de la siesta en el sofá es cosa burda que debería avergonzarnos por su
primitivismo.
No vaya a pensar el improbable
lector que Le Monde diplomatique se entretiene en estas futesas de arte decadente por nada;
lo hace para ilustrarnos sobre la actual tendencia de la sociedad neoliberal a
desdibujar las fronteras entre la vida privada y la profesional mediante lo que
llama “el vampirismo del reposo”: no hay límite de horas al trabajo, pero un
sueñecito en un calm space disminuye
la pérdida de atención, limita el absentismo y previene los accidentes
laborales. Es, para dejar las cosas claras, una cuestión de rentabilidad: un
individuo descansado trabaja mejor y produce más. La siesta, nuestra modesta y hasta
ahora denostada siesta, se ha convertido en un factor más de productividad en
un mundo altamente competitivo.
Un servidor lee estas cosas y se
hace de cruces. Nunca hubiera imaginado que sestear se convirtiese en un bien
altamente cotizado en el mercado laboral. Casi, casi, lamenta formar parte de
la grey de los jubilatas sin haber experimentado eso de los calm space en un sillón anatómico, con
luces suavemente graduadas y una música relajante. Pero ese sentimiento de
frustración apenas le dura unos segundos porque es consciente de que el
sueñecito en el trabajo no es más que una trampa saducea.
Aquel patrón manchesteriano sin
entrañas de los tiempos de Dickens deja paso a un señor de paddel los fines de
semana y botox en los pómulos que exprime igual tu tiempo, pero con estilo. Reduce
tu vida privada al mínimo pero a cambio te instala una sala relax donde puedes
descabezar un sueñecito mientras oyes los tenues compases del Verano de Vivaldi, te instala una máquina gratuita para el cup coffee relaxing y, con una sonrisa
amistosa y palmadita en la espalda, te dice: “Hay que ser más productivo,
Fulano”. Y tú, agradecido por las deferencias, te pones a trabajar como un
cabrón desbridado.
Y de la lucha de clases del abuelo
Marx ya nadie se acuerda. O tempora, o
mores!
Yo duermo la siesta en casa sin q lo sepa mi empleador. Este post me ha hecho reflexionar y ahora me pregunto a quien pertenece esa energía extra: al empresario y por ello tengo q emplearla en producir más en el trabajo; o por el contrario me pertenece a mi y debería consumirla en la esfera privada, es decir, para estar más fresco al regresar a casa y dedicárselo a mi familia.
ResponderEliminarIba a echarme la siesta y he tenido la mala sombra de leer tu conloquendi... El resultado: me he despertado totalmente y es que está tan bien escrito que me ha ido elevando el tono hasta suprimir de cuajo la necesidad sestera. Gracias, JJ
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