Dice la experiencia que cuando se
llega a edad provecta el sueño se convierte en un bien escaso que va y viene a trompicones.
Quizás no sea norma de obligado cumplimiento entre todos los que han pasado la
barrera de la sesentena, pero en este jubilata los insomnios menudean tanto
como las promesas de la casta política en campaña, cuando más empeñados están en amachambrarse un acta de diputado. Solo que las promesas son aire y van al aire, mientras
que los insomnios se instalan por la noche en tu cabeza y no te dejan plegar la pestaña.
En estos casos suele haber dos
remedios bastante eficaces que un servidor utiliza: la lectura y escuchar
música. La primera tiene el inconveniente de que hay que levantarse (la santa
duerme y no es cuestión de andar fastidiando). Mientras todo el barrio se mece
en los dulces sueños de la recuperación económica que la propaganda oficial susurra al oído del durmiente – el despertar
a la realidad cotidiana es cosa más jodida –, el insomne está en su estudio con
un libro bajo el flexo, leyendo, pongamos por caso, la carta que Petrarca le
escribió a Tito Livio, o desentrañando ese epigrama que Marcial dedicó a un
poeta plasta: Nimis poeta es, Ligurine!
Inciso: Marcial se pasa de burlas con el pobre poeta empeñado en leerle sus
obras que quieras que no: Et stanti legis,
et legis sedenti, / currenti legis, et legis cacanti! Casi no necesitan
traducción estos versos.
El otro remedio es el de enroscarse
los pinganillos de la radio a las orejas y escuchar música. A un servidor lo
que le gusta es Radio Clásica de Radio Nacional. Como los horarios del insomnio
son imprevisibles, pueden coincidir con distintas programaciones: A veces es El mundo de la fonografía, de Pérez de
Arteaga; otras es Contra viento y madera,
dedicada a las bandas de música; otras dedicada al canto gregoriano, o Divertimento, que ayuda mucho a que el
cerebro vaya desconectándose poquito a poco. Últimamente me estoy dando unas
sesiones de zarzuela como nunca. No ha sido un género que me guste
especialmente, pero tiene piezas pegadizas y otras de un casticismo chulapo que
para sí lo querría la Lideresa de los Madriles en un papel de la Revoltosa: ¡Ay, Mariano de mi vida! ¡Mari Espe de mi
alma!
En una de estas noches pasadas tuve
ocasión de escuchar al trío cómico Zori, Santos y Codeso cantando Los Ratas, de La Gran Vía. Eso de “Yo soy el rata primero, y yo el rata segundo,
y yo el rata tercero…”, “Ay, qué gracia tiene esta ratonera, que se van los
ratas de cualquier manera”, me hizo recordar –eran las tantas de la
madrugada y el cerebro se me cocía en el
jugo del insomnio– en tanto rata y rato como corretean por las alcantarillas de
la vida pública, dando al ciudadano lecciones gratuitas de prestidigitación con
los dineros públicos. Ratas y ratos instalados en la respetabilidad de un traje
caro y puestos de alta gestión, desde donde cantan eso de Vamos con cuidado sin pestañear, y ya van mil veces que nos chuleamos
de la autoridad.
En resumidas cuentas, eso del
insomnio es un mundo algo complicado de resolver. Uno tiene sus recursos para
ir capeando el temporal, pero una vez que te has subido a ese barco te pasas
las noches dando bordadas y no sirven lecturas ni músicas celestiales. La noche
que no toca dormir, no toca, ni aun chutándote una pastilla para el sueño. No
es que este jubilata lo lamente, ya que ante lo irremediable no caben lamentaciones. Si, al menos, ratas y ratos no le corretearan por entre las horas
de vela y la autoridad se decidiera a utilizar un raticida eficaz, el tiempo que durmiese dormiría más tranquilo.
Pero la cosa va pa´Rato...
Pero la cosa va pa´Rato...
"Dormbus ut durmiten aquienaescentur privat". Buen momento el del insomnio para aprender latín, ¿no le parece? Es broma.
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