lunes, 5 de enero de 2015

De La Mierla a Beleña de Sorbe, caminata, naturaleza y algo de historia.-

La marcha completa,diseñada por Juan F. Romero
No por lugar  pequeño La Mierla deja de tener un pasado honroso como municipio, ya que en su plaza sigue en pie un rollo jurisdiccional que va pregonando su antigua condición de villa. 

Quizás por eso, o por méritos propios del interesado, en la plaza del pueblo pueden verse hasta cuatro placas donde se ensalza, o se hace referencia de ilustre vecino, al buen hacer edilicio del que fue su alcalde D. Félix Perucha Monge. Éste debió ejercer una especie de caciquismo ilustrado que dejó el pueblo como una joya de modernidad, con su teléfono, sus aguas corrientes, su pavimentación y otros servicios de común disfrute vecinal. Tiene, además, este lugar una ermita de la Soledad en las afueras y una fuente medieval, pero como no fuimos a verlas, nada se dice aquí.

Un perro cojo y resignado se solaza  bajo un sol luminoso e
invernal junto a la fuente de la plaza mientras nos equipamos. Bajamos por un camino que nos lleva hacia la rambla de Valmierla, espaciosa, que se encaja entre paredes llenas de cárcavas a las que un pinar de repoblación pone barreras, mientras por nuestra derecha afloran calizas. 

Son éstas tierras de rañas, formadas por cantos rodados de cuarcita, envueltos en una tierra arcillosa de un característico color rojizo. Prácticamente todo nuestro recorrido nos encontraremos con este tipo de terreno, fácilmente erosionable con las lluvias estacionales. Razón por la cual, imagino, en su momento se plantó el pinar de repoblación.

Uno, aparte de ser jubilata y no entender mucho de estas cosas, viendo aquellos paisajes piensa que esa función de sujetar las tierras lo ejerce perfectamente el manto vegetal autóctono. Abunda el matorral oloroso como el tomillo salsero, el romero, la jara, el espliego, a más de las aliagas y vegetación arbustiva de chaparras y enebros y algún chopo. Eso entre otras muchas especies que un servidor no conoce o no vio. Y en cuanto abandonamos la rambla por su lado izquierdo, nos metemos en un bosque precioso, dentro de la modestia de estos paisajes invernales, de enebros de la miera, con sus característicos frutos rojizos en sazón. Camino adelante encontraremos encinas, algunas de buen porte, que se entremezclan con los enebros y, a lo largo de nuestra marcha, el inevitable pino de repoblación en terrazas.

Entramos en la terraza, con su chopera en estas fechas sarmentosa, que ha labrado el río Sorbe; un río que se hace mayor en su encuentro con el río Lillas, allá en Tejera Negra, y que tributa en el Henares. Con toda su modestia de río de tercera, tiene maneras bravías ya que se encaja en las curvas del paisaje y embalsa su caudal en la presa de Beleña. De sus aguas bebemos en Madrid, y conviene que se sepa para que hablemos de él con un poco de respeto, que es río provinciano pero servicial.

En nuestro caminar por cerros tupidos de vegetación y olorosos, a ratos, de plantas aromáticas, Juan y su plano nos ponen ante la vista el pueblo de Beleña de Sorbe. No hay más que cruzar el río sobre la pasarela y, en un rato, nos ponemos allí. Es un pueblo que actualmente sobrevive con escaso paisanaje, al pie de un cerro, en tierras alejadas de cualquier apresuramiento, pero que en sus momentos de gloria fue señorío con castillo y buenos muros, iglesia románica remozada en gótico tardío, y puente medieval sobre el río.

Es lugar de paso entre las tierras de Ayllón y la Campiña de Guadalajara, así que debió tener su interés estratégico durante la dominación árabe. Alfonso XI le dio el título de Señorío de Beleña y éste pasó a formar parte de la familia de los Mendoza con el marqués de Santillana. Si algo merece la pena una visita detallada es la galería porticada de su iglesia; y dentro de aquella, el arco de acceso al templo, de cuatro arquivoltas: en sus dovelas se representa un calendario agrícola (veo que la palabra “mensario” –como ponen en algunos sitios- no aparece en el DRAE).

La galería, orientada al medio día, es un buen lugar donde comer el bocadillo mientras el sol de la tarde nos acaricia la espalda. 

Fueron nuestro banquete unos tientos hambrientos al bocata, traguito de vino para facilitar el pasapán, unas nueces y un poco de chocolate y fruta a modo de improvisadas bodas de Camacho a la  manera caminera.
Y eso fue nuestro aliviar las hambres bajo sagrado, a la pata la llana y no por juramento, como el que hizo don Quijote cuando se le rompió la celada y dijo aquello de no comer pan a manteles ni con la condesa folgar hasta tanto… etc.

Una vez comidos, no era tiempo de folganza, ni había condesa a mano para tal menester, así que cargamos las mochilas, bordeamos el cerro con los paredones del castillo aún en pie y bajamos hacia el río por un camino empedrado que va haciendo zigzag hasta ponernos sobre el puente andalusí que cruza el Sorbe. Regresamos a La Mierla por entre las terrazas del pinar y un rato por la carretera, hasta encontrar el sendero que no devolverá a este pueblo.


Aún tenemos tiempo de acercarnos con el coche a Puebla de Beleña, para echar un vistazo a sus lagunas endorreicas donde anidan aves de paso, pero éste es un invierno seco y las lagunas están vacías como ojo de tuerto y no hay más pájaros que los tres caminantes curiosos. Regresamos a Madrid por la carretera de Burgos. 

A lo lejos se ve el perfil de la capital y una enorme boina pardo-anaranjada (se está poniendo el sol) que es como un puñetazo en el ojo azul del cielo.

1 comentario:

  1. Preciosa caminata y cantarina fábula sobre ella. No encuentro en diccionarios nada de mensario. Abrazos

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