Debió
ser el 5 de mayo de 1814 cuando Fernando VII salió triunfante de Valencia hacia
Madrid. La plebe enfervorizada, que veía partir al Deseado, desunció el tiro de caballos de la carroza
regia para, como acémila colectiva, tirar de aquélla con entusiasmo. Camino real adelante, ¡Vivan
las caenas!, dicen que decía el pueblo soberano.
Debió
ser un 23 de junio (transcurridos ya un par de siglos) cuando los rubios hijos de la
pérfida Albión votaron aquello que se había dado en denominar Brexit, a lo que,
según dicen, siguió su contrario, que por nombrarlo de algún modo, llamaron
Bregret. Incluso, se comentaba en los mentideros periodísticos hispanos, la
colonia gibraltareña lamentó, cuestión de apenas un cuarto de hora, estar bajo la
enseña de la Union Jack.
Según
parece, también aquel mes de junio de aquel mismo año, un día 26, un conglomerado de pueblos sumisos que vivía
al norte del monte Calpe - al que los anglos conocían como the Rock - fue a las
urnas para decidir que más valía lo malo conocido que lo bueno por conocer; que
los experimentos políticos, con gaseosa; y que produce menos desazón un trinque como los de toda la vida de dios que
no un sorpasso de cuatro bolivarianos irredentos, o las ocurrencias de unos sociatas desnortados. Ese día, según
cuentan, las gaviotas se pusieron moradas de revolotear por los azules
peninsulares.
Este
jubilata, claro está, habla de oídas y no por autoridad. Tales sucedidos
debieron ocurrir en tiempos pretéritos y solo queda testimonio de ellos en
viejos centones de polvorientas bibliotecas. Hoy en día, demócratas de toda la
vida, los ciudadanos razonan sus actos políticos y no tiran, como animales de
traílla, del carruaje de un individuo de corona en colodrillo, ni premian a
quienes esquilman las arcas públicas en ejercicio de su derecho de pernada,
consolidado por el hábito del mando a perpetuidad.
Y dirá
el improbable lector que a qué coños viene emplear ese lenguaje tan afectado.
Pues viene, con su licencia, a que un servidor anda estos días embebido en la
lectura de La Fontana de Oro, de Galdós, (también conocido como don
Benito el Garbacero), y se le salen por todas las costuras del teclado los
modos literarios decimonónicos. Pero será por poco rato, que Galdós es muy
escritor y mucho escritor, y otros no sabemos ni apreciar la belleza verdeante
de un campo de alcachofas.
Por
eso, lector improbable o habitual, no te tomes muy en serio lo que aquí se
dice. Pero que lo sepas: este jubilata, aficionado a las viejas historias, echa de menos un Manifiesto
de los Persas, redactado por serviles que lo justifiquen, previo a ese acarreo de millones de votos
populares que tiran con entusiasmo del carromato de una política neoliberal
por los malos caminos de una Europa que
se resquebraja.
Claro
que, según se ha dicho más arriba, esto de los votos tirando de un carro
traqueteante, en realidad se trata de algo que sucedió en tiempos pretéritos.
A partir de ahora, aquí, en estos tiempos, ataremos los perros con longaniza o con largas ristras de
chorizos, según se mire. Y por muchos años, que la soberanía popular así lo demanda.
muy bien Juan , pero continúan los perros amando los chorizos. sigue sacando de los libros estas palabras, o de tu ADN..ya me gustaría a mi hacerlo.
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