Un
amigo al que hace unos días le envié por wasap una foto de una cantera griega
de la antigua ciudad de Cuma, diciéndole que estaba visitando a la Sibila, me
trasladó una pregunta para la adivina: “Ya que estás ahí, pregunta a quién
votamos”; y me anticipó: “Yo creo que ni la Sibila lo sabe”. Cumplí
con el mandado, esperé con paciencia en el húmedo túnel de sección trapezoidal
donde acuden los demandantes en busca de oráculo, y al cabo de una larga e
inquieta espera en aquella espelunca donde llegan los olores acres de las
solfataras próximas, un fámulo del templo me trajo la respuesta, que, más o
menos, entendí así: Suffragii exitum, uotum mittas aut non, anceps erit tibi. Puede imaginar
el ocasional lector las vueltas que le di a la frasecita de marras.
Regresé
a Varcaturo, lugar donde me he alojado estos días de estancia en tierras
napolitanas, estrujándome las neuronas disponibles. No sabía cómo responder a mi amigo que,
al parecer, quedaba impaciente en Madrid, esperando una respuesta que le sacase
de dudas a la hora de votar el próximo día 26. Por si acaso, con mis rudimentos
latinos, después de oídas aquellas palabras enigmáticas, acudí a Virgilio a ver
qué dice en su libro VI de la Eneida a propósito de la Cumana y sus oráculos. Y
encontré esto a la misma entrada del túnel, grabado en una placa de mármol: Excisum
Euboicae latus ingens rupis in atrium quo ducunt aditus centum ostia centum
unde ruunt totidem uoces responsa Sybillae. No querría cansar al lector, ya improbable,
ya casional o quizás habitual de esta bitácora, pero Virgilio no me sacó de dudas: En
la gran ladera de la roca eubóica está excavada una cueva a la que llegan cien
accesos, cien puertas donde se escuchan las voces susurrantes, las respuestas
de la Sibila.
Total,
como tenía que darle una contestación a mi amigo para decirle que tanto si se
votaba como si no, las cosas saldrían bien o mal, le escribí: “Si votas, acertarás o no. Si no votas,
acertarás o no”, una respuesta sibilina que me sirvió para salir del paso. Él
no se lo pensó apenas un minuto, porque me respondí con rapidez: “Nos ha
jodido la adivina. Déjalo y disfruta de tu viaje”. Y eso he hecho… más o
menos.
Es difícil
disfrutar, así, en plan turista de manada, cuando uno camina por los Campos Flégreos,
entre antiguas ciudades sometidas a bradisismo, un poco como le sucedía a
Castroforte del Baralla en la Saga/Fuga de J. B. Solo que aquí no es
consecuencia de las imaginaciones de un novelista, sino que la tierra se hunde
o eleva sobre el nivel del mar a causa del vulcanismo que afecta a toda esta
zona. Para ver si percibía el fenómeno, me acodé cerca del Macellum de
Pozzuoli, en cuyo centro hay un tholos, templo circular dedicado a Serapis,
según los ilustrados dieciochescos. Allí, en la base de las columnas, se
aprecian las huellas de moluscos de cuando la tierra queda por debajo del nivel
del mar y se filtran las aguas. Pero me di cuenta de que necesitaría, al menos,
un año para ver cómo la tierra oscila centímetro arriba, centímetro abajo.
Ya
antes, tras la respuesta sibilina de marras, había tomado la vía sacra y subí a
la acrópolis cumana, siguiendo la huella de los viejos templos. Vi la piscina
sagrada, los vestigios del pequeño templo de Diana, a través de cuya ventana de
la cella podía verse la luna llena en determinadas fechas, y los restos
del que debió ser espléndido templo de Febo-Apolo. También aquí, nos cuenta
Virgilio en su Eneida, libro VI, que Dédalo aterrizó, huido del laberinto
cretense con sus alas hechas de cera y plumas de aves, y las dedicó al dios: Redditis
his primus terris tibi Phoebi sacrabit remigium alarum posuitque inmania
templa. Ofreció en el templo sus “remos alados”, dice poéticamente
Virgilio.
Y ya, como peregrino y admirador de las viejas culturas y sus religiones, terminé de subir la vía sacra hasta lo alto del cerro. Allí está el gran templo de Júpiter, del que solo quedan en pie dos sólidos arcos en ladrillo. Me dejé llevar por la soledad del lugar y sus bellas vistas sobre el mar, con la punta de Miseno al fondo. Recordé que allí tuvo la base naval una escuadra romana, de la que Plinio el Viejo era almirante, de donde salió para rescatar a los huidos de Pompeya, cuando la erupción del Vesubio el año 79 de nuestra era. No pude por menos que recordar lo que Plinio el Joven le escribió al historiador Tácito, a propósito de cómo fue la muerte de su tío: Petis ut tibi auunculi mei exitum scribam, quo uerius tradere posteris possis (me pides que te escriba sobre la muerte de mi tío, para que así puedas contarselo a la posteridad con más conocimiento).
Y ya, como peregrino y admirador de las viejas culturas y sus religiones, terminé de subir la vía sacra hasta lo alto del cerro. Allí está el gran templo de Júpiter, del que solo quedan en pie dos sólidos arcos en ladrillo. Me dejé llevar por la soledad del lugar y sus bellas vistas sobre el mar, con la punta de Miseno al fondo. Recordé que allí tuvo la base naval una escuadra romana, de la que Plinio el Viejo era almirante, de donde salió para rescatar a los huidos de Pompeya, cuando la erupción del Vesubio el año 79 de nuestra era. No pude por menos que recordar lo que Plinio el Joven le escribió al historiador Tácito, a propósito de cómo fue la muerte de su tío: Petis ut tibi auunculi mei exitum scribam, quo uerius tradere posteris possis (me pides que te escriba sobre la muerte de mi tío, para que así puedas contarselo a la posteridad con más conocimiento).
La
droga de los mitos clásicos – en aquellas tierras uno no debe resistirse a
ellos – me llevó a visitar el lago D´Averno. Dicen que los pájaros no volaban
sobre él porque se asfixiaban a causa de las emanaciones sulfurosas de sus
aguas. Es un pequeño lago de agua dulce que ocupa el cráter de un antiguo volcán
y que puede pasearse todo alrededor, cuyas orillas están cubiertas de granados
en flor, madroños, higueras, fresnos, robles, y viñedos que se mantienen desde
época romana. Fue Virgilio, el inevitable Virgio, quien le dio fama de lugar
tenebroso, como boca de acceso al infierno por donde entró Eneas para consultar
el futuro: Procul, procul este profani, conclamat uates totoque absistite luco
(lejos, lejos de aquí, profanos, clama la adivina, y retiraos del bosque
sagrado).
Este
jubilata, siguiendo las amables indicaciones de la Sibila, se alejó del lago y
se acercó a una pizzería. Era casi la hora de la cena. Dudoso entre tanta
suculencia, acabó inclinándose por una pizza capricciosa y una cerveza Moretti.
Quedaban muchos días por delante…
Menciona usted a Plinio el Viejo y al Joven, su sobrino. Le falta el nieto, el de Tomelloso que no conocía el mar. Y, por cierto, si no saben a quién votar, les recomiendo Coalición Canaria.
ResponderEliminarA Sabino Crápula Eneo:
EliminarPor favor, no meta también aquí el politiqueo con nombres concretos. ¿Coalición Canaria? No vale ni como sarcasmo. Lo peor del caciquismo.
Touché! Disculpenme, pero es que me mencionan a cualquiera de los Plinios y pierdo la cabeza. Mis disculpas.
EliminarMuy bien Juan, ahora tu regreso a Itaca.
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