No sé si el improbable lector sabrá
que hace unos pocos días (exactamente el día ocho de febrero), murió José Luis Pérez de Arteaga.
Creo que nunca le entrevistaron en El Hormiguero, ni era un famosillo de
famoseo cutre, sino más bien hombre discreto y de palabra culta. Su voz sonaba
en las noches de Radio Clásica. Guiaba a insomnes como este
jubilata por las largas horas nocturnas, mostrándonos los caminos melódicos de “El
Mundo de la Fonografía”, que era su programa. Y eso no se debe a que algunos anduviésemos
sobrados de cultura musical sino a que, por fuerza, nos hemos hecho
acusmáticos y melómanos con nocturnidad, porque nuestro reloj biológico – cosa de
la edad, según parece – decidió
descompasarse y convertir en vela las horas de sueño, y allá te las apañes.
Cuando las noches son una pelea
entre el intentar dormir y la incapacidad de hacerlo, el remedio más socorrido
– aquí se habla de una experiencia personal; luego cada cual hace lo que le
peta – es enroscarse los pinganillos a las orejas y conectarse a Radio Clásica,
a ver qué echan esos frikis del pentagrama. Y como el geniecillo ese que
produce el insomnio no entiende de horarios a plazo fijo, lo mismo se te abre la
pestaña a las 01:45 que a las 04:27, o las 05:11.
Resignado, te columpias de los
auriculares, buscas en el dial el 98.8 de FM y, a lo mejor, te sale un profesor
impostado que diserta sobre órganos, organería y organeros en la Península
Ibérica, y aprendes que en el monasterio de Mafra (nuestros vecinos
portugueses) hay instalados, y en uso, seis órganos. El año pasado,
coincidiendo con el tricentenario de la fundación, hubo un concierto en el que
funcionaron al unísono todos ellos, y tú los escuchas tan ricamente arrebujado
entre tus sábanas.
El insomne en algo ha de
entretener la mente y se dedica a sus ensoñaciones. Mientras,de los cientos de tubos borbotan raudales de notas que rebotan por las bóvedas de ese escorial a mayor gloria de Joᾶo V el Magnánimo. Por eso, por estar entretenido, trae a la memoria a Baltasar Sietesoles y Blimunda Sietelunas, esos personajes del pueblo llano, de Memorial del Convento, que escribió nuestro Saramago, escritor, comunista y panibérico (cualquiera que sea el orden
de sus cualidades). Y el insomne hasta se permite flotar en la passarola, esa extraña máquina levitadora de aquel cura
fantasioso, Bartolomeu Lourenço de Gusmᾶo, del que también nos habla Saramago en su novela.
Todo lo cual se dice aquí porque las
horas nocturnas de vigilia y con los ojos como platos, pasan lentamente y dan de sí como
para discurrir sobre músicas celestiales y literaturas; incluso para aprender
que al desvelo los griegos lo llamaban agripnia,
aunque no estoy muy seguro de que el insomne sea un agripnioso, cosa que suena fatal, como que da grima. Pero de un tipo
que no duerme y elucubra mientras los demás se desconectan, se puede esperar
cualquier cosa.
O sea que, durante esas agripnias a
horas intempestivas, en cualquier momento de la noche te podías encontrar con el
señor Pérez de Arteaga, una especie de musa Euterpe que te iba guiando por el
complejo mundo de las grabaciones fonográficas. De su mano, por ejemplo, podías
disfrutar del allegretto de la 7ª sinfonía“Stalingrado”, de Shostakovich, con sus obstinados redobles de la caja (ese
crescendo imparable que nos remite a Ravel y su “Bolero”) y esos pizzicatos reiterativos de las cuerdas, simbolizando el avance de
las tropas alemanas sobre Leningrado, hasta llegar a las disonancias finales, que
suenan como el choque de la maquinaria bélica nazi contra la resistencia del
pueblo ruso. La habitación, a oscuras, silenciosa, se convierte en un campo de
batalla donde el ejército soviético resiste a las tropas nazis y Shostakovich
está allí para dejar un testimonio imperecedero. Tú sabes que no pegarás ojo
entre tanto fragor, pero casi no te importa.
Y como la noche (fría, lluviosa y
desapacible) está como boca de lobo, para conjurar los terrores nocturnos, este
jubilata pasa las horas de vela entre insomnios, músicas y ensoñaciones, hasta que suenan
las primeras notas de Sinfonía de la mañana
a las ocho en punto. Entonces, Martín Llade nos cuenta la historieta de cuando Khachaturian
fue a visitar a Dalí, quien le tuvo esperando un par de horas encerrado en una
habitación. El pobre músico, a lo mejor por cosa de la próstata, no pudo
aguantarse las ganas y se meó en un jarrón etrusco que se le cayó de las manos
cuando el pintor, en pelota picada, entró de repente en la habitación bailando la danza del sable.
Y ya con otro ánimo, uno se levanta,
va y se mete en la ducha.
A mí las poles no me dejan dormir.
ResponderEliminarLeí ayer, creo, que se podía descargar de Internet "Sleep", una música preparada para dormirse, pero decía algo así como que esa pieza duraba diez horas. G.G.
ResponderEliminarPues me da que para anónimos ya tenemos bastante con los manuscritos medievales. No es así D. JuanJosé que de siempre dió la cara y en sus duermevelas por lo menos la sombra; que hasta esa le sobra para juntar tánta gracia en tan buena prosa engastada . Y con ella disfrutamos todos los que podemos.
ResponderEliminarPoco a poco nos van dejando los grandes de Radio Clásica y el relevo impuesto no está a la altura. Además cada vez hay más entrevistas con gente del mundillo que serán muy buenos intérpretes, pero no tienen nada interesante que decir. Últimamente más que Radio Clásica habría que llamarla Radio Cháchara.
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