Alguna vez ya se ha dicho en esta
bitácora que cerca de casa hay un parque al que llaman del Calero y viene a ser
como un pequeño pulmón vegetal de barrio: Una regular masa de árboles, paseos,
bancos, incluso una fuente ornamental de escaso valor estético. En su recinto,
un corralito con toboganes y columpios para niños; próximo, un pequeño circuito para
patines y bicicletas infantiles; en un extremo, un teatro al aire libre, con graderío y
tornavoz, donde en verano echan cine y, a veces, se dan recitales y bailongos
populares para disfrute de la jubilatería.
El faunario humano que lo frecuenta
suele ser el habitual de un barrio modesto: mamases con sus niños
sobreprotegidos; jubilatas, cuáles marchosos en plan ruta del colesterol,
cuáles de caminar pausado mientras se va haciendo la sopa en casa, cuáles de
movilidad reducida y con sus cuidadores de inmigración y economía sumergida;
perros, también sobreprotegidos, de distintas razas y pelajes con sus dueños
agrupados según afinidades caninas…
A veces, cuando atravieso el parque, me
encuentro con un vecino que viene a filosofar sus rumias vitales a la sombra de
la enramada, siempre necesitado de un compañero peripatético a quien confiar
sus cuitas mientras deambula entre setos, árboles, perros, niños y viejos.
Cruzaba yo el parque, camino de la
parada del 21, cuando me di de bruces con él. La cabeza hundida entre los
hombros, el cuerpo arqueado bajo el peso de sus reflexiones, la mirada a la
altura de los zapatos, se veía que al hombre le corroía una preocupación de
muchos bemoles.
“Que dice el chico que quiere
hacerse corrupto”, me espetó nada más verme. Puede imaginarse el improbable
lector mi extrañeza. “Que sí, que sí: que quiere ser corrupto” - insistió. Por lo visto,
el chaval, cerca de la treintena, dos veces masterizado, becario reincidente,
asiduo de las colas del paro y disponible para cualquier explotación laboral,
había decidido meterse a corrupto para labrarse un porvenir sin agobios.
“Pero, vamos a ver”, le dije,
tratando de entender cuáles eran las aspiraciones del hijo del vecino caviloso,
“¿Corrupto tipo yerno de emérito, o bien tipo tarjetas black, o modelo puerta
giratoria? ¿O, a lo mejor, en plan político de sobre-cogido genovés, o quizás
modelo mordida al 3% y respetabilidad sin fisuras?” La verdad, mi vecino no
tenía ni idea.
“Es que verás – le decía yo –, para ser corrupto respetable o te
labras un porvenir en la política o las finanzas, o recurres al clásico
braguetazo con infanta casadera de toda la vida. Lo que no puedes es aspirar a
corrupto si no tienes un pedigrí porque, si te pillan en un renuncio, cualquier
juez te cruje. La verdad es que fuera de esas posibilidades, no eres un
corrupto de casta y paraíso fiscal, sino un delincuente común, justiciable con
todo el peso de la ley.”
Mis argumentos no eran más que la
expresión popular de lo que la gente piensa, pero a él le resultaron
suficientes. Entendió que ser corrupto de campanillas era una profesión que no
estaba al alcance de su hijo, ni de ningún otro hijo de vecino, precisamente
por su extracción popular, por muy titulados que fuesen. Que para ser un
corrupto de raza necesitas unos requisitos sociales que no se adquieren en el
Media Markt, ni se dan en un barrio de medios pelos como el nuestro. Es algo
que viene de casta. A tu paso, los jueces se apartan, los fiscales ponen la
toga a tus pies, los bienpensantes te justifican por aquello de “que no te
pongan donde haya”, y, tras una temporadita, o no, en un módulo de reinserción,
disfrutas de tus ganancias lejos de la voracidad del fisco.
En nuestra charla, nos paramos un
rato ante el parquecito infantil. En la acera de enfrente, la tienda de los
chinos, la farmacia, una librería, una imprenta y la preceptiva media docena de
bares. Dentro del recinto, los críos jugaban, ajenos a su porvenir de mano de
obra excedente. “Pobres, – se compadecía mi vecino al ver a aquellos inocentes
– jamás llegarán a corruptos”.
“Puede que alguno llegue a fiscal”,
le animé.
El 21 bajaba por Virgen del Sagrario y enfilaba la esquina de José
del Hierro. Yo me apresuré hacia la parada. Miré el reloj, ¡coño!, otra vez
llego tarde por culpa de este pesao…
Yo, cuando joven, quise ser fiscal, pero no había corruptos a la vista, así que, o te dedicabas a perseguir el hurto de bicicletas, el mangue de peras o el proxenetismo de rosario y chocolate. Así que me hice jugador de bridge y he vivido tan ricamente y ganado lo suficiente como para no tener que comprar periódicos, ver la tele o sufrir el machaqueo de los medios.(pero se trabaja mucho ¿eh?) ¡Bendito sea dios!
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