domingo, 12 de marzo de 2017

La corrupción, ¿una salida laboral?.-

Alguna vez ya se ha dicho en esta bitácora que cerca de casa hay un parque al que llaman del Calero y viene a ser como un pequeño pulmón vegetal de barrio: Una regular masa de árboles, paseos, bancos, incluso una fuente ornamental de escaso valor estético. En su recinto, un corralito con toboganes y columpios para niños; próximo, un pequeño circuito para patines y bicicletas infantiles; en un extremo, un teatro al aire libre, con graderío y tornavoz, donde en verano echan cine y, a veces, se dan recitales y bailongos populares para disfrute de la jubilatería.

El faunario humano que lo frecuenta suele ser el habitual de un barrio modesto: mamases con sus niños sobreprotegidos; jubilatas, cuáles marchosos en plan ruta del colesterol, cuáles de caminar pausado mientras se va haciendo la sopa en casa, cuáles de movilidad reducida y con sus cuidadores de inmigración y economía sumergida; perros, también sobreprotegidos, de distintas razas y pelajes con sus dueños agrupados según afinidades caninas…

A veces, cuando atravieso el parque, me encuentro con un vecino que viene a filosofar sus rumias vitales a la sombra de la enramada, siempre necesitado de un compañero peripatético a quien confiar sus cuitas mientras deambula entre setos, árboles, perros, niños y viejos.

Cruzaba yo el parque, camino de la parada del 21, cuando me di de bruces con él. La cabeza hundida entre los hombros, el cuerpo arqueado bajo el peso de sus reflexiones, la mirada a la altura de los zapatos, se veía que al hombre le corroía una preocupación de muchos bemoles.

“Que dice el chico que quiere hacerse corrupto”, me espetó nada más verme. Puede imaginarse el improbable lector mi extrañeza. “Que sí, que sí: que quiere ser corrupto” - insistió. Por lo visto, el chaval, cerca de la treintena, dos veces masterizado, becario reincidente, asiduo de las colas del paro y disponible para cualquier explotación laboral, había decidido meterse a corrupto para labrarse un porvenir sin agobios.

“Pero, vamos a ver”, le dije, tratando de entender cuáles eran las aspiraciones del hijo del vecino caviloso, “¿Corrupto tipo yerno de emérito, o bien tipo tarjetas black, o modelo puerta giratoria? ¿O, a lo mejor, en plan político de sobre-cogido genovés, o quizás modelo mordida al 3% y respetabilidad sin fisuras?” La verdad, mi vecino no tenía ni idea. 

“Es que verás – le decía yo –, para ser corrupto respetable o te labras un porvenir en la política o las finanzas, o recurres al clásico braguetazo con infanta casadera de toda la vida. Lo que no puedes es aspirar a corrupto si no tienes un pedigrí porque, si te pillan en un renuncio, cualquier juez te cruje. La verdad es que fuera de esas posibilidades, no eres un corrupto de casta y paraíso fiscal, sino un delincuente común, justiciable con todo el peso de la ley.”

Mis argumentos no eran más que la expresión popular de lo que la gente piensa, pero a él le resultaron suficientes. Entendió que ser corrupto de campanillas era una profesión que no estaba al alcance de su hijo, ni de ningún otro hijo de vecino, precisamente por su extracción popular, por muy titulados que fuesen. Que para ser un corrupto de raza necesitas unos requisitos sociales que no se adquieren en el Media Markt, ni se dan en un barrio de medios pelos como el nuestro. Es algo que viene de casta. A tu paso, los jueces se apartan, los fiscales ponen la toga a tus pies, los bienpensantes te justifican por aquello de “que no te pongan donde haya”, y, tras una temporadita, o no, en un módulo de reinserción, disfrutas de tus ganancias lejos de la voracidad del fisco.

En nuestra charla, nos paramos un rato ante el parquecito infantil. En la acera de enfrente, la tienda de los chinos, la farmacia, una librería, una imprenta y la preceptiva media docena de bares. Dentro del recinto, los críos jugaban, ajenos a su porvenir de mano de obra excedente. “Pobres, – se compadecía mi vecino al ver a aquellos inocentes – jamás llegarán a corruptos”.


“Puede que alguno llegue a fiscal”, le animé. 

El 21 bajaba por Virgen del Sagrario y enfilaba la esquina de José del Hierro. Yo me apresuré hacia la parada. Miré el reloj, ¡coño!, otra vez llego tarde por culpa de este pesao…

1 comentario:

  1. Yo, cuando joven, quise ser fiscal, pero no había corruptos a la vista, así que, o te dedicabas a perseguir el hurto de bicicletas, el mangue de peras o el proxenetismo de rosario y chocolate. Así que me hice jugador de bridge y he vivido tan ricamente y ganado lo suficiente como para no tener que comprar periódicos, ver la tele o sufrir el machaqueo de los medios.(pero se trabaja mucho ¿eh?) ¡Bendito sea dios!

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