Una de las mejores cosas que tiene
eso de acumular a granel tantos años de vida es que, quienes ejercemos de
septuagenario con neuronas en estado operativo, acostumbramos a pasar buenos
ratos observando, con cierto despego, la evolución de las modas sociales. Modas
que, en el mismo momento de su presentación en sociedad y puesta de largo, han
de ser asumidas por quienes se tengan por progresistas y ametrallar con ellas las
redes sociales con la fe de un yihadista en los goces del paraíso. Y lo que es a un servidor, maguer su edad
provecta, no hay individuo de su quinta que le gane a progre, ni moda social a
la que no busque su intríngulis.
Como en casa no estamos muy allá en
eso del spanglish, he corrido a consultar el Oxford Pocket y éste me asegura
que spread es tanto como “extender”,
“desplegar algo”, con lo que el manspreadyng
viene a ser algo así como “hombre desparramado”.
Lo que no entiendo bien es a qué viene llamarlo en inglés cuando es costumbre muy carpetovetónica eso del despatarre viril. Ya desde niño recuerdo yo ese gesto tan macho de abrirse de piernas como para dejar la virilidad libre de toda opresión pernil; algo muy de hombre de bragueta prieta y testosterona hasta en la sobaquera, que siempre hemos vivido con normalidad hasta que empezamos a ponernos estrechos de pura postmodernidad. Algo tan racial – y tan nuestro - como cuando veíamos a Javier Barden rascarse con chulería el escroto en Jamón, jamón.
Lo que no entiendo bien es a qué viene llamarlo en inglés cuando es costumbre muy carpetovetónica eso del despatarre viril. Ya desde niño recuerdo yo ese gesto tan macho de abrirse de piernas como para dejar la virilidad libre de toda opresión pernil; algo muy de hombre de bragueta prieta y testosterona hasta en la sobaquera, que siempre hemos vivido con normalidad hasta que empezamos a ponernos estrechos de pura postmodernidad. Algo tan racial – y tan nuestro - como cuando veíamos a Javier Barden rascarse con chulería el escroto en Jamón, jamón.
Pero, quizás, lo que ha pasado
inadvertido a la respetable progresía urbanita, siempre tan querenciosa de su
angliparlancia, es que nuestros vecinos franceses están empezando a hablar de
la charge mentale (la carga mental)
que soportan las mujeres que viven en pareja con hombres. La acotación de “con
hombres” no es baladí, pues el emparejamiento actual es variopinto y no
necesariamente heterosexual.
Y para entenderlo, convendría hacer
un poco de historia: Es cosa sabida que los hombres de la generación anterior a
la nuestra, lo que hacían era estorbar en casa. Por eso, cuando no estaban
currando estaban en el bar. Luego llegamos nosotros, que en nuestra juventud empezamos
a echar una mano, tal como “Fulano, baja y tráeme el pan”. A partir de esos
rudimentos participativos, empezamos a cooperar y luego a asumir tareas
equitativamente - con todas las excepciones a que la experiencia dé lugar -.
Pero, cuando creíamos que habíamos llegado al cogollo de la corresponsabilidad
doméstica, resulta que no, que quien realmente lleva la responsabilidad de la
casa es la mujer.
No es que no trabajemos y le pongamos empeño; es que, cuando hemos terminado la tarea, preguntamos: “Fulanita, cariño, y ahora qué hago…” Ahí, ahí está la carga mental, ese estrujarse de neuronas a que se ve sometida la mujer, a quien se supone (suponemos los hombres) le corresponde la responsabilidad de la organización familiar. Una cosa es compartir tareas y una muy otra, responsabilizarse de las decisiones dentro de la sociedad doméstica.
No es que no trabajemos y le pongamos empeño; es que, cuando hemos terminado la tarea, preguntamos: “Fulanita, cariño, y ahora qué hago…” Ahí, ahí está la carga mental, ese estrujarse de neuronas a que se ve sometida la mujer, a quien se supone (suponemos los hombres) le corresponde la responsabilidad de la organización familiar. Una cosa es compartir tareas y una muy otra, responsabilizarse de las decisiones dentro de la sociedad doméstica.
Se preguntan las feministas
francesas: ¿Y por qué la responsabilidad de la organización de tareas ha de
recaer exclusivamente sobre la mujer? Fallait
demander, dicen ellas que dicen los maridos franceses cuando ven que la
mujer no llega a todas las tareas y se siente desbordada: Pues haberlo dicho, mujer, se podría traducir. El hombre está
dispuesto a la tarea, “a ayudar”, pero parte del supuesto de que las decisiones,
la organización en el hogar las toma la santa. Si hay que bañar a los niños, si
hay que hacer la cena, tú me lo dices, chati, y yo hago lo que tú quieras. Y
por ahí van los tiros: no es lo mismo la carga mental que el reparto de tareas;
no es lo mismo planificar, organizar, que ejecutar tareas. No es lo mismo la
responsabilidad de dirigir una casa que trabajar de currito benevolente.
Ya ves improbable lector/lectora
(ya que estamos en ello, distingamos géneros, que luego pasa lo que pasa),
cuando los hombres creíamos haber hecho nuestro camino de Damasco igualitario, resulta que
aún nos queda otra caía del caballo: compartir la carga mental de las
decisiones domésticas. No es una queja, es una constatación. Pero, quizás, esto
tarde aún en llegar a nuestra progresía, porque como no viene expresado en inglés…
Dicho lo anterior, sobre el
particular se puede leer en un artículo de L´Express, número 3438: Penser à tout? Elles en ont ras le bol:
hasta los ovarios de pensar en todo, por decirlo así. Y hay una bloguera, Emma,
que habla de ello en https//emmaclit.com. Y un comic, “Fallait demander”, sobre
este asunto en Facebook, con 162.000 seguidores. Todo ello según el dicho
L´Express.
Ya ves, y aquí nos preocupamos por el despatarre del macho ibérico
en los transportes públicos… y creemos que hemos llegado al colmo de la
progresía al fustigar tamaña vulgaridad, pero no alcanzamos la sutileza de nuestros vecinos franceses ni de coña.
El caso es que – hablando de nuevas
expresiones, como decíamos al comienzo –, cuando recorro las calles de Lavapiés, camino de la UNED Senior,
acostumbro a leer letreros, pintadas y cosas así. Y hace semanas que me
encontré con un: Ningún machirulo con
dientes, o el muy desagradable: Tu
mirada me viola, y otros de parecido tenor, que he olvidado, aunque apunté
en mi diario. No sé si estos mensajes del feminismo extremo van dirigidos a
todos los hombres, incluidos los setentones, por estar estigmatizados con el
doble cromosoma XY, o sólo a los que ejercen el machismo en dedicación exclusiva.
También me encontré con un: Fuera carnacas de nuestro barrio, que me
tuvo intrigado varios días. Hasta que hice averiguaciones y descubrí que carnaca es término despectivo, empleado por
el veganismo, referido a los devoradores de carne. Con lo cual, se nos invitaba
de malos modos a largarnos del barrio a todos los omnívoros.
Este jubilata, en su acreditada credulidad, creía que Lavapiés era un barrio abierto, un microcosmos
multirracial, ruidoso, multicultural y plurilingüe, pero resulta que no; que es
territorio comanche donde puedes tener un mal encuentro con un comando del
Frente Popular de Judea o con una cáfila de talibanes del Frente Judaico
Popular, o con un fanatismo de diseño que nos expulsa del barrio por comer
filetes.
Jesús,Jesús.Y ya no cabe estar más al día
ResponderEliminarY que lo digas, es exhaustivo. Jesús.
ResponderEliminarAcabo de aterrizar en su blog, señor, y veo mucha política en sus posts, señor. Sería interesante que también hablara de viajes, señor, y de arte, por ejemplo. Gracias, y aquí tiene a una nueva y atenta lectora.
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