Que nadie se lo tome a mal si aquí se empieza hablando del poeta romano Horacio sin venir a qué. Pero si éste hubiese
vivido por estas tierras de pan llevar donde hemos estado estos días, seguro que de ellas hubiese dicho:
Beatus ille qui procul negotiis,
ut prisca gens mortalium
paterna rura bubus exercet suis,
solutus omnis faenore.
solutus omnis faenore.
(Feliz aquel que lejos de los negocios, trabaja, como los antepasados, los campos paternos con sus bueyes,
libre de toda usura.)
libre de toda usura.)
Y, puestos a echarle latines, aunque
éstos más pedestres, en la crónica Albeldense, allá por el S. IX, se habla de
Tierra de Campos, de la que se dice: “Campos quos dicunt
Goticos usque ad flumem Durium..,” Estos que visitamos estos días son aquellos Campos Góticos que llegaban
hasta las orillas del Duero. Campos de gentes bragadas que manejaban la azada y la espada; hoy tierras olvidadas a los márgenes de las modernas autovías o las líneas de alta velocidad.
Y si el jubilata – puede que piense
el improbable lector – no hablase de latines ni de tierras resecas donde las
amapolas motean el horizonte y el sol castiga los terrones, dejaría de ser ese tipo vetusto y más bien rarito a que nos tiene acostumbrados.
A lo que un servidor, dándose la réplica a sí mismo, no puede
menos que justificarse: los poetas latinos siguen presentes (de hecho, el texto
de Horacio estaba escrito en la pared de una casa de Urueña); las llanuras
cerealistas de la Castilla profunda existen aunque pasemos de largo y sin mirar; y Tierra de Campos ahí está, olvidada en su soledad y cargada de historia, con
sus viejos monumentos que dan fe de que, en tiempos, tuvo pulso vivo y aquí se
fraguaba la historia de Castilla.
Un servidor, que se tiene por buen
degustador de paisajes – dicho sea sin faltar – está dispuesto a echarse un
pulso con cualquiera que achaque de feas y aburridas a estas tierras. Quizás las llamen feas por su monotonía y su
horizontalidad, pero eso no es culpa del paisaje, sino de los ojos con que se
miran. No es un paisaje hecho con regla y tiralíneas, sino una sucesión de
ondulaciones suaves donde los cereales, en estos días aún de primavera, verdean
en grandes manchas, y, a veces, se tachonan del rojo intenso con grandes
rodales de amapolas; donde los campos en barbecho tienen esos colores terrosos
que brillan con los últimos soles de la tarde; y los pueblos, pegados a la
tierra, se impregnan con el color del silencio, del adobe, el ladrillo y el
tapial.
La carretera comarcal por la que
transitamos es recta hasta perderse en el horizonte y solo rompe su monotonía,
a ambos lados de la cinta de asfalto, alguna alameda relicta que se enraíza en
esos arroyos casi secos que presumen con nombre de ríos y no son más que un hilo
de humedad que atraviesa el llano. Los palomares abandonados dejan ver sus ringleras
de columbarios en el trozo de pared de adobe aún en pie, y los montículos que
guardan las antiguas bodegas bajo tierra, nos están avisando de que nos
aproximamos a algún pueblo: una iglesia de gran porte, una espadaña en ladrillo,
unas calles solitarias y casi siempre sinuosas, enmarcadas por tapias de adobes
o ladrillos, algunas casas caídas, corrales silenciosos y mucho jolgorio de
gorriones, chillidos de golondrinas y vuelo alocado de vencejos.
Así es como, casi sin darnos
cuenta, llegamos a Villalpando, lugar donde tendremos por dos días nuestro
alojamiento rural. De esta villa, en mi lejana juventud, solo sabía aquella
coplilla escabrosa que cantábamos a propósito del gonadario del
cura de Villalpando, que llevan cuatro bueyes, niña, y van sudando. Aparte esas
escatologías de juventud, nada sabía entonces de que en su castillo palacio
estuvo la sede de los Condestables de Castilla en el S. XVI. Castillo fuerte desde el
S.XII, propiedad de la familia Velasco, fue incendiado en 1521 durante la
guerra de las Comunidades. Aquí estuvieron presos en rehenes, en lo que llaman
Cubo de Palacio, el Delfín de Francia y el Duque de Orleans, hijos de Francisco
I, una vez que éste fue derrotado en Pavía por el emperador Carlos V. Hoy día, del
castillo solo quedan unos paredones desdentados, y aquel célebre cubo, que fue
alojamiento forzoso de príncipes, tiene encima un vulgar y antiestético – pero
útil, claro está – depósito de agua que marca el perfil del pueblo en la
distancia.
Entre los Ss. XII y XIII, durante
las guerras fronterizas entre Castilla y León, la villa se amuralló. Quedan en
pie dos puertas, la de Santiago y la de San Andrés. Ésta está flanqueada por
dos buenas torres, en las que se hizo una recuperación arqueológica que muestra
el primitivo talud defensivo que existió antes de levantarse los muros de cal y
canto. Algún lienzo de muralla queda en pie, y el recuerdo en el callejero de
ser villa cercada: Cerca de San Pedro, Cerca de Santiago… En el interior de la
población, un triple ábside en ladrillo, resto de la iglesia mozárabe de Santa
María la Antigua, S. XII, y un par de antiguas iglesias o derruidas o tapiadas.
Una plaza mayor, bien porticada, nos dice que éste es un viejo solar
castellano; un convento de clarisas fundado en 1633, rodeado de altas tapias,
muros que se cierran a la mirada de los curiosos. Las monjas de clausura,
apenas una decena, tampoco están libres en su retiro de las asechanzas del
maligno: hace pocos años, dos falsos empleados del gas les estafaron cerca de
cuatro mil euros.
Y en el escudo del municipio, esta
leyenda tal que así escrita: RANTIA GLORIA EXTOLLE, un batiburrillo que suena a latín culinario
hasta que se le encuentra el sentido: Gloria
ex tollerantia, que podría ser: La gloria se alcanza con paciencia.
A unos 27 kilómetros, ya en tierras
leonesas, Valderas. Se hizo célebre su ayuntamiento porque en 2013 entró en
quiebra, con una deuda de cuatro millones de euros, por culpa de un alcalde
manirroto. Pero aquello fue uno de tantos episodios a que nos tienen
acostumbrados los de la gaviota genovesa.
Si por algo es conocido Valderas en el orbe y más allá, es por su bacalao al ajoarriero. Tiene fama merecida de que, si quieres degustar el mejor bacalao, has de traerlo de Islandia y comerlo en El Canario, en Casa Zoilo, que de casta le viene al galgo. Mi santa, que es valderense, recuerda de niña ver a los arrieros y tratantes, en las ferias de ganado, ir a comerlo a la casa de la tía Pita, y los fogones, cada uno con su cazuela encima, adosados a la pared de un largo pasillo. Pues que lo sepa el lector ocasional, si va a Tierra de Campos, pase por Valderas y cómase una buena ración de bacalao hecho en cazuela de pereruela y regado con una botella de prieto picudo. La siesta es obligada.
Si por algo es conocido Valderas en el orbe y más allá, es por su bacalao al ajoarriero. Tiene fama merecida de que, si quieres degustar el mejor bacalao, has de traerlo de Islandia y comerlo en El Canario, en Casa Zoilo, que de casta le viene al galgo. Mi santa, que es valderense, recuerda de niña ver a los arrieros y tratantes, en las ferias de ganado, ir a comerlo a la casa de la tía Pita, y los fogones, cada uno con su cazuela encima, adosados a la pared de un largo pasillo. Pues que lo sepa el lector ocasional, si va a Tierra de Campos, pase por Valderas y cómase una buena ración de bacalao hecho en cazuela de pereruela y regado con una botella de prieto picudo. La siesta es obligada.
Pero es que, además, esta villa de
Banderas de las Llamas (según su escudo de armas), tuvo un vecino ilustre, el
padre Isla, quien vivió su infancia y parte de su juventud aquí. Su campanudo Fray Gerundio de Campazas debió
inspirarse en el carácter de aquellas tierras. También vecino ilustre fue
Panduro y Villafañe, obispo de Popayán (Colombia), quien fundó el seminario de
Valderas en 1738, en un estilo barroco postherreriano y es fábrica sobria y
equilibrada, muy digna de verse nada más entrar en la villa. Dicen las malas
lenguas que los dineros para la fundación se los trajo de las Indias en arcones
donde guardaba arrobas de reales de a ocho, buenos pelucones de plata
labrada.
Valderas es villa que tuvo sus
tiempos de esplendor. Del S. XVIII se conservan varias casas palacio con
fachadas en buena piedra labrada y profusión de escudos heráldicos. Existe una
Casa de Arias, cuyo propietario fue ilustre licenciado por la universidad de Bolonia, en cuya fachada hay
un escudo de la familia Cabeza de Vaca, de cuyo linaje fue el célebre
descubridor Alvar Núñez Cabeza de Vaca.
Una visita por las calles de la
villa nos pondrá ante fachadas de casas nobles con sus buenos escudos de armas,
una hermosa iglesia bajo la advocación de Santa María del Azogue, cuya torre
fortificada perteneció al primitivo castillo, y muy próxima, la plaza mayor,
bastante maltratada. Si uno sube por la calle de los Castillos, verá la Casa Osorio,
construida en sillería y con un monumental escudo de armas y una ventana ojival
en esquina. O puede verse la fachada del palacio de Castrojanillos, neoclásica,
con una portada noble de dos cuerpos, enmarcada por columnas de granito y con
siete balcones en su piso superior que le dan mucha prestancia.
Y, como apunte de pasadas glorias,
vale con lo dicho. Al recorrer sus calles y ver el abandono de sus casas
nobiliarias, el viajero no puede por menos que traer a la memoria las coplas de
Jorge Manrique:
Los estados e riqueza,
Que nos dexen a deshora
¿Quién lo duda?
Non les pidamos firmeza,
Pues que son d´una señora
Que se muda,
Que bienes son de Fortuna…
Y no es por ponerle melancólico al improbable lector ante pasadas glorias, ni por fastidiarle el paseo con viejos achaques moralistas de menosprecio de corte y alabanza de aldea, al estilo de: Qué descansada vida la del que huye del mundanal ruïdo... Es que
entre el beatus ille de Horacio y las
coplas de Manrique, los palomares semiderruídos y los trigales amarilleando al
sol, caminar por estas tierras detenidas en la historia y el tiempo invita a
sacudirse de encima las prisas y los afanes.
Pero si la sobredosis de sol, soledad y
paisaje - lector improbable, aunque estimado - te parecen un coñazo, tampoco importa: puedes hacerte un selfi ante la tapia que mejor te pete y
cuélgalo en Instagram o Facebook. Así tus amigos sabrán que estas tierras
existen….
Me ha recordado a un Unamuno que escribía: En aquella bendita edad media la gente viajaba más que ahora viaja y pasaba por sitios que hoy nos parecen retirados, remotos y casi inaccesibles...Han sido los caminos los que han hecho no pocos desiertos..." Benditos sus paseos D. JuanJosé que nos traen tánta paz y sosiego, ante el partido de fútbol que se nos echa encima dentro de minutos...
ResponderEliminarPOLEMAN ESTUVO AQVI MAS, AH DEL HADO, SU FAÇANNA FOE MALHOGRADA.
ResponderEliminarA ver si no nos dormimos....
EliminarValderas no solo es paraíso del bacalao sino también del pulpo. El de Casa Zoido es impresionante, como su cecina de chivo. Y en el bar ponen un bacalao rebozado equiparable al de Casa Labra y La Revuelta. El viaje merece la pena, aunque si vive en Gerona le saldrá un poco caro el consumo de carburante.
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