Hasta este retiro serrano llega la noticia de que un cura cavernario ha culpado a las alcaldesas Ada Colau y Carmena de los atentados terroristas de Barcelona, por rojas y comunistas.
Lo que me ha hecho recordar que, por razones que no vienen al caso, ya que al improbable lector le tendrían sin cuidado, este jubilata y su santa hemos tenido que pasar unos días en Madrid en pleno ferragosto. Han sido esos días buena ocasión para tomar el pulso, con poca convicción y más que nada por sacudirme de encima la feliz ignorancia canicular, a eso que por estos pagos llamamos “la política”.
Y lo primero que ha llamado la atención – y no debería, porque es cosa de manual – han sido algunas venezuelas con que los patriotas de guardia han apedreado a “la Carmena”, o sea, a nuestra alcaldesa. Lo de “venezuelas” (así, en plural y sin mayúscula quiere significar el argumentario sacado del libro de instrucciones que el Partido en el Poder consulta cada vez que quiere oponerse en plan torvo – o sea, siempre – a cualquier decisión política que tome el rojerío podemita.
Pues eso, que choca un tantico eso de que a “la Carmena” la hayan acusado de usar tácticas estalinistas porque se le ha ocurrido la peregrina idea de regalar libros a los recién nacidos, como si quisiera ideologizarlos desde la cuna para que sean buenos marxistas el día de mañana. Ya se sabe, los libros los carga el diablo.
Y, según parece, cuando la alcaldesa se ha enterado de las críticas
aviesas, ha esbozado una de esas sonrisas esquinadas que acostumbra, a medio camino entre el desdén y la coña, y se ha preguntado en voz alta hasta dónde llega la necedumbre e
ignorancia de algunos paniaguados de la política. Pues, según explica la
señora, eso de regalar libros a bebés es detalle que ella ha tomado, no del Maduro bolivariano, sino del alcalde de Nueva York porque el gesto le había parecido muy guay.
Aunque la verdad sea dicha, y es cosa sabida por todos, si usted quiere conocer una
institución podrida de estalinismo, ahí tiene la alcaldía de New York. Todos
ellos comunistoides e infiltrados de Kim Jong-Un en la patria de los guantánamos y las
libertades.
A un servidor, que pasó la varicela rojo/progre en su juventud, y es en la actualidad un reaccionario de izquierdas (y gracias) con
dos quinquenios de jubilación a sus espaldas, no le parece tan mal eso
de que los nenes de teta tengan, junto al pezón materno, un librico. Aunque no
sepan leer aún, que se vayan acostumbrando despacito, despacito, a saber que los libros existen. No sea que, el día de mañana, lleguen a presidentes de gobierno y solo
lean el Marca. Dicho sea sin señalar al palacio de la Moncloa.
Yo comprendo que eso de los libros, en tan tierna edad, pueda ser
demasía y quizás convenga empezar por un sonajero. Pero, tranquilícese el
improbable lector, si a un roró le pone Vd. el Libro Rojo de Mao – un suponer –
junto al biberón, lo más seguro es que opte por éste antes que por aquél. Y
cuando llegue a la adolescencia, estará más interesado en un IPad que en el
Gran Salto Adelante maoista o en la estatalización del petróleo bolivariano.
Ya sería un milagro que, llegado a la edad de este
jubilata, se dedicase a leer la Sinapia, esa utopía que habla de una Ispania
a la inversa, donde la propiedad privada está prohibida y todos los
actos de la vida están reglamentados; donde el territorio está geometrizado, de
forma que no hay ocasión para las catalunyas llures; donde la iglesia y el
estado tienen como objetivo que sus súbditos alcancen la felicidad en este mundo y en el otro. Eso sí, con todo reglamentado, racionalizado y sin opción a
queja.
Francamente, yo desaconsejaría a “la Carmena” que a un recién nacido
le regalase una Sinapia. Las fuerzas vivas se iban a poner como fieras al ver
cómo coartaba la libertad de estos tiernos aspirantes al disfrute de la
sociedad neoliberal. Pero ya puestos, también le desaconsejaría que regalase
ninguno de esos libros de autores a los que se podría denominar socialistas
utópicos avant la lettre, del tipo
Tomás Moro, con su Utopia, o Tomasso
Campanella, con su Ciudad del Sol.
Porque, desengañémonos, detrás de cada utópico hay un totalitario que, de
entrada, prohíbe la moneda y la propiedad privada; reglamenta la familia incluso a la hora de copular (los
niños son un bien de interés general y no se los puede fabricar a calzón caído); los estamento sociales son rígidos y cada cual cumple una función
encaminada al bien social; la libertad de pensamiento se reduce a las doctrinas
reconocidas por la autoridad. Y así todo…
Y del Rousseau bienintencionado a Charles Fourier y sus falansterios,
o desde Carlos Marx y su Capital, con los trabajadores
controlando los medios de producción, hasta Skinner y su Walden Dos (esas absurdas lecturas de juventud), hay libros
indigestos que no está bien regalar a un niño de teta. Pero aparte eso, las
posibilidades son enormes.
Piénsese, por vía de ejemplo, en todas las historias de la factoría Walt Disney, tan
azucaradas y sin malicia, con las que imbuir en la mente de los pequeñuelos la
recta inclinación por la libertad de consumo en un mundo feliz. Pero, si no
fuese suficiente, siempre quedaría el recurso a una dosis razonable de soma huxelyano en el bibe de los
lactantes para hacer de los futuros ciudadanos epsilones bobos, pero
satisfechos con su horizonte mental.
¡Mira que regalar libros tendenciosos a los neonatos…! Pero qué
ocurrencias las de la alcaldesa. De eso al islamismo radical, un paso.
Esta pole sí que es radical.
ResponderEliminarYo les regalaría una suscripción al blog conloquendicausa, para que vayan aprendiendo a escribir, mientras se desviven por esos caminos en los que cogen cualquier sinapismo las criaturas.
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