De verdad se lo digo al improbable lector: los de mi generación, contra Franco vivíamos mejor. Eran tiempos en que no había matices que confundieran el campo en el que militábamos: todo era o blanco anifranquista o gris antidisturbios. Hasta aquel aciago día en que al Invicto, como decía Francisco Umbral, lo matamos de muerte natural. Entonces, desde el otro lado de los Pirineos nos llegó la Democracia, esa tía estupenda, con las tetas al aire, como la Marianne de Delacroix, que nos prometía libertad y birra para todos.
Fue como lo del destape, que ya no había que ir a
Biarritz o a Perpiñán a ver carne fresca. Fue como traernos L´Histoire d´O al salón de casa. La
democracia nos trajo la libertad, el libertinaje (según los timoratos), la gosadera de entrepierna sin pasar después por el
confesionario…, y muchas complicaciones añadidas. La cosa dejó de ser simple.
Ahora resultaba que tan demócratas eran los viejos franquistas, recauchutados
en Alianza Popular gracias a Fraga, como los rojos del PCE,vendidos al oro
de Moscú y dirigidos por un Santiago Carrillo ya sin peluca. Nosotros, jóvenes
doctrinos, aprendíamos a ser demócratas con más fe que ciencia, y todo el campo
nos parecía orégano.
Ahora que uno anda por las últimas revueltas del
camino, descubre que democracia es un término – dicho sin ánimo de ofender al
gremio de las respetuosas – más manoseado que una puta barata e indocumentada. Descubre que se reclaman de democracia tanto el gobierno español, que
exige el cumplimiento de la legalidad vigente, como el de la generalidad
catalana, que exige su santo derecho a convocar referendos independentistas en
nombre del Volksgeist payés. Y el
jubilata ejerce (a la fuerza) de espectador perplejo, sin saber dónde posar su
cansado escepticismo; observa, lee aquí y allá, se hace preguntas que no sabe responder, y se pierde en un
mar bronco de acusaciones, bravatas patrióticas, descalificaciones, sobradas de
insultos y menguadas de sensatez.
Sancta
simplicitas! Dichosa simpleza de espíritu: eso decía
aquel teólogo al que la Santa Inquisición quemaba en la hoguera, por herético, al
ver cómo una viejecita iba echando ramitas a la pira para redimirle con el fuego
purificador. Sancta simplicitas!,
pensaba este jubilata, al ver en los youtubes esos, cómo una viejecita de pelos entrecanos, renqueando por entre los escaños del parlamento catalán,
iba a la rebatiña de las nefandas enseñas rojigualdas, abandonadas allí por las
huestes del PePé en su retirada patriótica. También ella, según parece, en su feliz
simplicidad, quería purificar de españolidad tan noble institución.
Pero, eso, al jubilata perplejo le deja lánguido y
como desmadejado cuando se entera que la viejecita tiene nombre, y que ese
nombre es Angels Martínez Castells, a quien conoció a través de alguna
conferencia y de los libros colectivos Reacciona y Actúa,
y a la que, desde entonces, tuvo en un
alto concepto por su valía intelectual y su compromiso social. Verla militando
en una nueva guerra de banderas me ha producido desazón y lástima. Uno, una persona de su valía, no debería culminar un currículo como el suyo desautorizando una trayectoria intelectual con esa vulgaridad de
atropar unos trapos de colorines, en plan venganza de don Mendo.
Pero cuando uno tiene un currículo vital tan longevo como el mío, debe contar con la acumulación de desengaños. Solo que se me están acumulando en
estos últimos meses, y casi no me da tiempo a digerirlos. Desengaños que, en
bucle, comienzan por la pubertad y terminan en la vejez (bien llevada, eso sí).
Ante la decepción de ver a la señora Martínez Castells en plena rebatiña de rojigualdas
en vez de razonando argumentos, me ha venido a la memoria otra gran decepción
que he sufrido este verano. Y fue que el herrero de Alameda me contó que,
siendo él joven, el padre Beda preñó a una maestra de la Sección Femenina, que
ejercía en el colegio San Benito. Que un monje empreñe a una maestra de falange
en pleno franquismo es de esperpento. Pero la cosa, en lo que al niño que fui
atañe, no tiene maldita la gracia. El padre Beda fue profesor mío de latín, o
de literatura, creo recordar.
Y entre los musa-musae,
la cosa incipiente del sexo adolescente era un tabú que se castigaba con las
penas del infierno, y los monjes nos acojonaban con las calderas de Pedro Botero.
Y el niño-adolescente era inocente, y se lo creía, y pasaba las de Caín para ser más casto que un San
Luis. Y ahora, con los setenta más que cumplidos, va y se entera que los mismos
que te mandaban al infierno por un meneillo al firindulillo, se refocilaban con
maestras del Régimen a sotana alzada. Preferían la gloria del sexo a la gloria eterna.
De verdad, mire el improbable lector, no hay
derecho a que a un adolescente le embriden su desarrollo sexual con amenazas de
eternidad, y a un jubilata septuagenario le saquen en los yutubes una señora a la que admiraba, arrugando banderas. Banderas que, si bien se mira, a lo peor han
salido de una fábrica de textiles de Badalona, y entonces la señora Martínez se ha columpiado a modo. O, a lo mejor, son made in China, y
entonces la cosa tiene un pasar.
Como quiera que sea, ¡¡Qué país, Miquelarena!!
Carlas: "Non tinc porno"
ResponderEliminarAlbertito Primo de Rivera: "Tengo miedo"
Sra. Martinez Castells: "Estem tots u què?
Puidgdemon: ¡Vamonoooooooooooos!
Arranca el autobús. Spanya es va a la merd '¡Viva Honduras!
Puidgdemon: "¿Cóm vem, nens?
ResponderEliminarCarlas: "Non tinc porno, ja he dit!"
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