Como el improbable y paciente lector ya sabe, una palinodia es una
oda en la que el poeta se retracta de una afirmación ofensiva anterior. Eso
dicen que le pasó al poeta Hestesícoro porque escribió un poema echando a Helena
la culpa de la guerra de Troya. Lo cual no tiene nada de extraño, teniendo en
cuenta la misoginia de la época. Pero, por la razón que fuese, los dioses se lo
tomaron a mal y le castigaron con la ceguera, porque, según dijeron, la bella
no abandonó a su marido Menelao voluntariamente, sino que fue raptada por Paris.
El caso es que el pobre Hestesícoro pidió perdón a la ofendida y recobró la vista. En
agradecimiento, escribió la palinodia (nueva oda) ensalzando la belleza y las
virtudes de Helena: donde dije digo, digo Diego y pelillos a la mar.
Y en esas estamos. A un servidor, perpetrador habitual de este
blog, siempre hay algún lector – no por
improbable menos descontento – que cada vez que uno (escribidor desnortado que es) se sale del camino trillado de las andanzas por los montes, de las elegías veraniegas y
de las visitas a los museos y libros y otras cuestiones sin trascendencia, y se
mete en opiniones de política patria y sus barrizales, le empiezan a chorrear críticas: Que si
no se moja, que si no toma partido y nada en ambigüedades, que si es ciudadano
de Ekidistán, que si dice “Estado” en vez de
“España” por miedo a molestar…
Como ya sabemos, la fama, aunque sea al nivel casero de un blog
personal, es muy adictiva y, en cuanto pasas quince días sin escribir jota y
sin que te lean; o lo que es peor, te pongan a caer del burro por lo escrito,
te da un bajón de órdago. En esos casos, nada mejor que escribir una palinodia para
contentar a los descontentos y recobrar la buena disposición del lector enfurruñado.
Solo que, si bien se mira, no deja de ser como echarle un roto a un descosido, ya
que el lector, así al por mayor y sin entrar en detalles, es multiforme, proteico y mil-leches. Basta que quieras contentar a
uno para disgustar a ciento, de forma que, por hacer de bombero, haces de
incendiario, y con el agua de apagar un incendio das pábulo (cuánto me gusta el
palabro) a cien hogueras. Total, que lo de la palinodia es un coñazo.
Así que, mil veces estimado aunque improbable e indignado lector
(si eres de esos), desde este blog no se va a cantar ninguna palinodia ni retractar
por opiniones sobre la polvareda política que ¡Ay dolor de la patria mía! nos
está atufando el convivir ciudadano. Que cada palo aguante su vela y coja el viento de través como pueda.
Eso no, al prójimo, por muy adverso que
sea en sus opiniones o preferencias políticas, desde aquí no se le tratará sin
respeto ni educación. Respeto y educación que dicen mejor de quien los ofrece
que de quien los recibe. Aunque conviene deja claro que la ironía, el humor carpetovetónico,
incluso el comentario de mala uva y a contrapié, son armas permitidas en los
escritos. Y si no, léase al señor de la Torre de Juan Abad, o sea don Francisco
de Quevedo cuando dice: Todos los que parecen
estúpidos, lo son, y, además, también lo son la mitad de los que no lo parecen.
O lo que dice el admirado don Pío: Solo
los tontos tienen muchas amistades. El mayor número de amigos marca el grado
máximo en el dinamómetro de la estupidez. Lo que me recuerda que este
jubilata tiene 104 amigos en el Facebook ese, e incluso me ha salido
recientemente uno que se dedica al vudú. Pero eso ya es regar fuera del tiesto.
Revenons
à nos moutons, que dicen los franceses; o no
nos andemos por las ramas, que decimos en Carpetovetonia (para los proclives a la indignación patriótica, obsérvese que no he dicho: España). El caso es que,
hablando del estupidiario político, como parece que lo de la Diada y los
lacitos amarillos, de momento, nos está dando un respiro, ahora
tenemos un nuevo juguete: los títulos académicos de Sus Señorías. Esos masters de
ciencia ficción que ponen en entredicho el valor científico de nuestra
universidad pública, donde se regalan títulos mastericios a quienes acreditan el desempeño de un cargo en el
PP o el PSOE , y la obsesión que
le ha entrado a la derecha mediática por leer tesis doctorales tan aburridas como
la del monclovita Pedro Sánchez, que, como sigan por ese camino, la van a
convertir en un best seller.
Nunca en lo que llevamos de democracia coronada (contradictio in terminis, decían los
escolásticos), a la casta política le habían importado un carajo las cuestiones
académicas y sus titulaciones, hasta que se descubrió lo de doña Cifuentes y su
masterización por enchufe. A partir de entonces, y hasta no sabemos cuándo, un
currículo académico de cualquier Su Señoría con escaño es una charca donde se
pueden pescar ranas y gazapos. Y si son tesis doctorales, miel sobre hojuelas.
Con
lo cual, un servidor está en un vivo sin vivir en mí. Porque he ido a la caja de zapatos
donde guardo los títulos académicos para comprobar que siguen incólumes, y, ¡Ay,
horror!, no aparece el de la licenciatura en Geografía e Historia, expedido por
la UNED. Miedo me da como se enteren el Sr. Casado y los del pesebre mediático . Porque yo, lo de pagar la matrícula de nuevo, no pienso hacerlo. Prefiero perder el escaño y conservar la
pensión.
Le he pasado el Plagscan a este último post y veo que me da un 20% de plagio. Pero no se preocupe usted, que tengo un amigo en la Moncloa que me garantiza que a él sólo le sale un 0,96%. Si quiere se lo enviamos. Sin compromiso.
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