La creación literaria – le decía yo a mi vecino el depre, como si fuera cosa de mi invención – es un diez por ciento de inspiración y un noventa por ciento de transpiración.
Lo que no le dije es que esta
frase yo se la había oído decir a Cela en una entrevista que le sacaron por la
tele. De eso hace la intemerata de años. De cuando la tele era estatal, en blanco y negro,
y salía la carta de ajuste al terminar la programación por la noche. La cosa
venía a cuento porque un servidor ha sufrido estas últimas semanas una sequía
de inspiración y anda tirando de retales.
A la busca de materia literaria para mis
entradas en la bitácora, he pasado días dando vueltas por el parque del barrio,
el Calero. Pensaba que el material humano que por allí transita me daría
ocasión para una descripción costumbrista de las clases medias de medio pelo
que por aquí abundan, o abundamos. Así que bajé, paseé y observé el faunario
humano. Más bien mediocre, como esas ganaderías que lidian en plazas de toros de
tercera.
Y fue allí, en el parque del barrio,
donde me tropecé, como es habitual por otra parte, con mi vecino el depre,
quien ejerce de tal en su triple vertiente peripatética, vocacional y
existencial. El hombre estaba dando la enésima vuelta a la fuente ornamental del
parque, según el consejo de su psicólogo de plantilla: “Usted, fulano, camine
mucho y piense poco”. Recomendación que seguía en el primer cincuenta por
ciento. El otro cincuenta por ciento se le iba en cavilaciones.
Así que me lo encontré en plena peripatesis
(con perdón), cabizbajo y meditabundo, deprimente y depresivo: cabizbundo y
meditabajo, expresión de su cosecha, con un aquél de ironía que él se permite
en sus momentos de estado hipomaniaco. Porque será un ciclotímico sin redención,
pero suele gasta un sutil sentido del humor en los momentos álgidos, que solo
alcanzamos a entender quienes le conocemos. Y, además, es más culto que todo el
colectivo jubilata que pasea sus perros y sus ruinas físicas por el parque.
Nada más verme, antes que yo le hablara
de la sequía de mi fuente Castalia, él, mirándome con sus habituales ojos
perrunos de tristeza animal, me saludó: Ut
vales, domine? Yo, que conozco su
humor latinista, le respondí: Bene valeo,
amice. Ac tu quoque? Y él: Heus, Res omnia
male se habent; o sea, lo habitual en él: pesimista y tristuroso (con perdón,
otra vez). Doleo valde, le replique.
Y él, un tanto temeroso: Hispanicam
linguam loquemur, quaeso…, me sugirió. Así que volvimos al español. Había
al lado nuestro un caduco en silla de ruedas, afín a Vox, que, al oírnos hablar
aquella jerigonza, nos miraba como a inmigrantes ilegales venidos a robarle la
pensión. A mí me pareció de perlas, lo de volver a la lengua del imperio, porque mis latines no van mucho más allá de
las fórmulas de salutación habituales.
Me invitó a dar con él otra vuelta a la
fuente del parque, la n+1, según sus cuentas. Yo, que necesitaba un escuchante
para mis cuitas de escribidor en seco, le espeté en mi mejor francés: Tout le
talent d’écrire ne consiste après tout que dans le choix des mots... Que el talento de escribir no consiste más que en elegir las palabras
apropiadas, fue frase que le pirateé a Flaubert, callándome su autoría, claro.
Es autor al que mi vecino el depre odia por la perra vida que el novelista dio
a Madame Bovary, mujer infeliz con la que él empatiza hasta la
transustanciación.
Pero ya se sabe cómo
son los depresivos, unos egoístas. Sólo quieren cultivar sus enfermizas obsesiones
a expensas de quienes les rodean, aunque éstos tengan sus propias cuitas. Como
era mi caso. Así que me empezó a hablar de sus angustias ante el cariz que iba
tomando la política internacional, en este caso, de Venezuela. Tema que no por
manido da menos juego y se presta a mil elucubraciones de periodistas de pesebre y políticos de rabieta.
“Diosdado Cabello – me dijo mi vecino el
depre, con un punto de inquietud –, jefe de la Asamblea Nacional Constituyente
Venezolana, no se anduvo con sutilezas de neolengua: ¡Váyanse bien largo al carajo!, le espetó a Sánchez el otro día, cuando…”
“Ya, ya, – respondí sin convicción. Y
aprovechando los puntos suspensivos de su frase a medio hilvanar, metí mi
cuchara: El caso es que llevo tres semanas sin escribir una jota. Y eso que soy
hombre de gran facundia literaria, aunque me esté mal el decirlo”. Y ya
aproveché para colar una nueva cita; esta vez de Wilde: No
existen más que dos reglas para escribir: tener algo que decir y decirlo, pero ya
ves… – Y puse un trémolo de desánimo, como empatizando con la tristura
reglamentaria de mi interlocutor.
Él, a su vez, se coló por entre mis
puntos suspensivos para retomar la frase donde yo se la había cortado. (Ya
íbamos por la vuelta n+7 a la fuente ornamental): “…Un servidor, aunque depresivo
de natural, es observador siempre asombrado del gallinero político, y me quedé
con una duda: El plazo de 8 días, que nuestro bello Pedro Sánchez dio al
camionero Maduro para que convocara elecciones generales en Venezuela, ¿Tiene
prórroga como la exhumación del dictador patrio que iba a ser para ya? Porque,
si es así, el chavista puede disfrutar de un largo mandato, salvo que Trump y
su troupe tengan otros planes para el petróleo de aquel país…”
Sí, efectivamente se le notaba preocupado
con que la exhumación del fiambre inquilino del Valle de los Caídos y las
elecciones venezolanas se aplazasen ad
Kalendas graecas, según latinizó, mirando de reojo al caduco de Vox, quien
no nos quitaba ojo. Éste, en plan campeador sobre silla de ruedas, y con el
oído atento, rodaba detrás nuestra a cada vuelta que dábamos a la fuente
ornamental, (Íbamos ya por la vuelta n+13).
Fue imposible seguir la conversación. Mi
vecino el depre empezó a acojonarse con el de Vox pisándonos los talones, así
que pretextó que era la hora de tomar su coctel de antidepresivos y se despidió
a la francesa. A mí apenas me dio tiempo de soltarle mi última cita literaria: “El escritor
es aquel al que escribir le resulta más difícil que a los demás”. De Thomas
Mann, dije por lo bajinis, pero él ya no
me oyó.
Yo sí te oí, D. J.J. y esta entrada ha salido redonda, es decir, rotunda, latinizando.
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