-El problema de España – me dijo mi vecino el
depre tres días antes del intento de suicidio – está en la mala fe de sus
políticos.
La última campaña electoral, con sus garrotazos dialécticos al estilo de la pintura goyesca, con las piernas atoradas en el barrizal del insulto y la descalificación, le habían traído por la calle de la amargura.
La última campaña electoral, con sus garrotazos dialécticos al estilo de la pintura goyesca, con las piernas atoradas en el barrizal del insulto y la descalificación, le habían traído por la calle de la amargura.
Y es que los entresijos de la política son alimento
habitual de su decaimiento anímico y por eso los cultiva con morosidad y
constancia. Siempre que me lo encuentro en el parque, siempre, es motivo de
conversación y lamento. Porque, la verdad sea dicha, mi vecino el depre necesita de los políticos, cuanto
más odiosos, mejor, como el drogata necesita del caballo: cuanto más cortado
con mierda, más le pone.
Por eso, su habitual pesimismo respecto a la clase política en particular y al género humano en general, no hacía prever el casi
fatal desenlace. Es el suyo un pesimismo estándar que palía con los cócteles de
antidepresivos que le prepara su mujer y las largas paseatas por el parque del
Calero. “Camine mucho”, es la consigna. “Piense poco”, es la regla de oro de su
psicólogo personal, el cual viene a ser como el coaching que entrena las neuras de mi vecino. La verdad,
nada hacía prever esa ventolera que le dio por tirarse de lo alto de la
terraza.
-Usted que suele hablar en latín con él – me
dijo el comisario que llevaba las negociaciones con el pre suicida– acérquese pausadamente.
Háblele con familiaridad y sin levantar la voz. Convénzale para que se baje del
pretil y no haga más el gilipollas.
Por lo visto, alguien le había comentado al policía nuestra manía de hablar en latín coloquial durante nuestros encuentros fugaces en el parque. Por eso debió pensar que dos tipos tan raros, seguro se entenderían bien.
Por lo visto, alguien le había comentado al policía nuestra manía de hablar en latín coloquial durante nuestros encuentros fugaces en el parque. Por eso debió pensar que dos tipos tan raros, seguro se entenderían bien.
-Ni latín, ni latón – dijo el presidente de la
comunidad de vecinos – Un par de hostias bien dadas…
Mi vecino el depre, en un descuido de su mujer, había cogido
las llaves de la terraza, había subido, se había encaramado al pretil y juraba que se iba a tirar
al patio: cinco alturas que garantizaban un despachurramiento contra el suelo,
con informe de forense y orden de levantamiento de cadáver por parte del juez. Una
primicia para el pesebre mediático, que esos días andaba escaso de asuntos, pasadas ya las deyecciones noticiables de la última campaña.
A cuatro voces que pegó en plan histérico: “Me
tiro, joder, que me tiro”, haciendo ademán de dejarse caer al vacío, la terraza
de nuestra finca y las colindantes se llenaron de vecinos y curiosos. Docenas de
móviles haciendo selfis con el suicida al fondo, encaramado en el antepecho. El
depre en equilibrio inestable sobre la balaustrada; media comisaría del
distrito haciendo barrera entre el suicidante y el personal curioseante. En la
calle, dos o tres ambulancias del Samur, varios vehículos del 112, un camión de
bomberos con escala, coches de policía destellando en azules, jubilados, parados de larga duración, ociosos en general y paseantes ocasionales haciendo tapón en la calzada, coches dando
bocinazos, conductores cabreados (“Que se tire de una vez el mamón ese”).
- Por lo que más quieras – le decía al depre su mujer, con lágrimas en los ojos y desgarro en el ademán, mientras éste hacía
equilibrios sobre el pretil – Por lo que más quieras…
-Que le hable en latín, coño – me insistió el
comisario – a ver si tenemos la fiesta en paz con ese pirao.
Yo, la verdad, desde que soy jubilata he perdido
todo protagonismo, así que me sentía como el relator ese que quería ponerle
Sánchez al Torra para hablar de independencia sí o no. Orgulloso de mi papel sí
me sentía, aunque todas las miradas se las llevaba mi vecino, haciendo equilibrios
sobre el murete de la terraza.
- Cave, amice, noli cadere – le dije, avanzando
dos pasos.
- Siste! – replicó – Vade retro! Noli progredere!
Que me tiro, ¿eh? Mira que me tiro. O me miserum, mala merces insania, sed ómnium pessimum malum solitudo…
- Venga, Fulano – le repliqué – ¿No ves
que ni dios te entiende?
Y así seguimos un rato. A veces en latín
culinario, a veces en buen castellano. El caso era, según insistía el comisario
por lo bajinis, que le diera largas, a ver si entraba en razón y se apeaba del
murete.
Y mientras, la mujer, con cara de susto:
Por lo que más quieras, Fulano… Por lo que más quieras…
Tras un buen rato pensándoselo, mi vecino
el depre dudó si abandonaría la vena clásica, puesto que la masa de curiosos solo
entendía la prosa corriente y se le escapaban las sutilezas de la verba latina. Incapaz
de decidir entre el romántico “Adiós, mundo cruel”, en plan Don Álvaro o la
fuerza del Sino, y el histriónico “Qualis artifex pereo” neroniano, la verdad
es que perdió mucho de su vis dramática. Y yo me di cuenta. Y él se dio cuenta
de que yo me había dado cuenta. Falto de espectacularidad y dramatismo, no era
plan suicidarse.
Se irguió sobre el pretil, miró al fondo
del patio, que quedaba muy, muy abajo, hizo ademán de tomar impulso, se oyó un
¡Ohhh! colectivo – a medio camino entre la expectación y el horror – y el ya ex
suicida se lanzó del murete. Pero no hacia las fauces del patio, sino al
terrazo de la terraza. Se oyó un ¡¡Ahhhh!! de alivio.
-Ya lo decía yo: ni latines, ni leches –
gruñó el presidente de la comunidad – Un par de hostias a este imbécil y cada
uno a su casa.
Los presentes empezaron a felicitarme y a
darme palmaditas. Todos querían hacerse selfis conmigo. Todo el mundo me miraba
con simpatía, excepto la mujer del depre, en quien sorprendí una mirada como de
resquemor. Y me pareció raro, ya que, desde hacía tiempo, ella me ponía ojitos amorosos.
Se ve que ya se había hecho al papel de viuda consolable, y yo le había chafado la oportunidad. Debió ser por eso lo de la mirada de través…
Todo ha vuelto a la normalidad en la
escalera. Mi vecino el depre se da largas paseatas por el Calero, se toma sus
cócteles de antidepresivos, sufre estupendamente con los debates políticos de
la Sexta, execra a TV13 y sus tertulianos, y, de vez en cuando, cuando yo bajo
al DIA, echamos unas parrafadas y hablamos sobre lo mal que va el país. Y su
mujer, definitivamente, tiene una mirada de reproche cada vez que ella y yo coincidimos
en el ascensor.
Pero a mi santa no le he dicho nada de todo esto. Para una
vez que tiene un héroe en casa...
Empecemos un día con una pole.
ResponderEliminarElogio tu forma de expresarte y la narrativa. Sigue contandonos historias a los jubilatas y demás publico. Un saludo
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