Pensaba haber llamado a esta tercera entrada
estival “Hierofanías”, pero resultaba ser un derrape cultureta demasiado
evidente. Aparte que han surgido otras curiosidades propias para ser registradas
en esta bitácora veraniega.
Lo de hierofanías venía a que, entre las lecturas
“serias” de las tardes calurosas, por contraposición a las “ociosas”, livianas
y novelescas habituales, está la introducción a la versión francesa de Lo sagrado y lo profano, de Milcea
Eliade (gracias por el envío, Chus), donde las hierofanías, según el autor, son
la manifestación de lo sagrado en la naturaleza. La sacralización de elementos
naturales (una piedra, un árbol, un bosque, un arroyo…) por parte del hombre,
hace que éstos trasciendan su condición de “cosas” para ser manifestaciones de
la divinidad y ejercer de puertas que comunican el mundo terrenal con celestial.
La piedra sobre la que se recostó Jacob, mientras veía en sueños a los ángeles
subir y bajar por una escalera al cielo, es un ejemplo que el autor pone. Al
despertarse el patriarca, la unge con aceite y la declara lugar sagrado.
Pero el señor Eliade no sólo muestra esta condición
en el hombre antiguo, no urbanizado y laico – digámoslo así –, en contacto
directo con la naturaleza, sino en nuestra sociedad profana, racional y
desacralizada. Dice de nosotros que tenemos un comportamiento
“cripto-religioso”. Que, al fin, creamos nuestros propios fetiches a los que
damos un valor pseudoreligioso (el término lo añado yo), en cierto modo
sacralizado. Este jubilata piensa, inmediatamente en tantos objetos de consumo,
sin cuya posesión, nos sentimos desnudos y como desamparados del favor divino,
en este caso del Dios Mercado. Necesitamos poner nuestra fe en su posesión, uso
y exhibición. El coche último modelo, grande, aparatoso y caro es un ejemplo obvio
de objeto sagrado.
Pero hay otras formas de sacralización, profana o
religiosa, que un servidor encuentra en sus caminatas campestres y que le han
llevado al excurso anterior, y que eran la razón (o excusa) para esta entrada
en mi bitácora. Hablaré de una que me impactó días atrás.
Próximo a la pasarela sobre el
arroyo Aguilón (no daré más detalles, que luego se llena de urbanitas), hay un
talud que sube hasta un antiguo camino abandonado que seguí hace un par de
semanas. Éste lleva a otro que baja del puerto hasta el valle. Por allí cerca,
en un cercado, encontré, junto a una roca que levanta como un metro sobre el
suelo, un chozo cilíndrico, de pared en piedra levantada sin argamasa, al pie
de un hermosísimo roble que daba al lugar un cierto aspecto numinoso. Sobre la
roca, a modo de altar, habían puesto una cruz forjada en hierro (de unos 40 cm
de altura), sujeta por un puñado de piedras, y a su lado, anclada a la roca,
una placa con la siguiente inscripción:
“… en la CRUZ,
heridos, nunca
dejamos de amar”
CRUZ DE MAYO 2017.
-….-
Y, debajo, el nombre de una persona que no viene al
caso. Quizás es un cenotafio, quizás una conmemoración de otro tipo, pero con
un trasfondo religioso evidente. Si aquel hermoso conjunto natural, levemente
modificado por mano del hombre, no era una hierofanía, este jubilata tiene una
sensibilidad enfermiza que le tiene vagando sin rumbo por los caminos y las
trochas vacunas del robledal. Aquí la naturaleza abría una puerta en contacto
con la divinidad; al menos, ese era el sentido que parecía transmitir
quienquiera que levantó este rústico monumento. Tal como lo vio este jubilata laico, así lo cuenta, que de sacralizaciones no está muy al tanto.
Y, además, otros asuntos sin relación causal ni afinidad con el anterior. Por
eso, al epígrafe lo llamo “Varia”, porque así caben estas dos pequeñas
lecciones que he recibido en el mismo día: una, de la crueldad de
la naturaleza y la otra, de la estupidez humana. Lo cual está bien, incluso
para personas de mi edad (ya 74 años), porque así no me permitiré la vanidad de
suponerme de vuelta sobre las cosas de la vida, amparándome en la experiencia
que da el paso del tiempo. La experiencia, ese peine que te dan cuando ya estás
calvo, se dice con humor acre.
Lo
relato tal como lo reflejé en mi diario:
Esta mañana he encontrado
acurrucado en el quicio y al pie de la puerta de entrada, un pajarito ya cubierto de pluma (parecía una cría de un chochín común). Se
había caído del nido, que está bajo el tejadillo que protege la entrada, entre
la pared y una viga de madera. Tras volver del mercadillo con Teresa, encuentro
otro también caído del nido, un poquito más grande. Intento darles miguitas de
pan mojado con ayuda de unas pinzas de depilar, pero ni abren el pico – según
leo, son aves estrictamente insectívoras –. Se lo digo a nuestra casera, por si
me dejara una escalera para ponerlos en el nido. Pero, en opinión de María, que
es una experta en aves y otros animalillos, puede que la madre los haya echado
del nido para que sobreviva el resto de la nidada, puede que los hayan echado
sus propios hermanos para disponer de más ración y así sobrevivir. La
Naturaleza es cruel con los débiles y da lecciones de supervivencia con
absoluta indiferencia. El débil pierde la vida por inanición o depredación, el
fuerte sobrevive y se reproduce. El señor Darwin lo sabía.
En cuanto a la estupidez
humana, es lección que más cuesta aprender, eso que se ven ejemplos a diario.
Me cuenta Teresa que, en la parte trasera del ayuntamiento, donde tienen su habitual parlorio los chavales que allí suelen hozar su libertad y su derecho al ruido y alcohol por las noches, un barrendero municipal ha pasado
el soplador para barrer las basuras que dejan éstos. Solo que el individuo ha
empujado con el chorro de aire todos los envases y plásticos al lecho del
arroyo, a pesar de los gritos de protesta de mi santa, quien se desgañitaba
desde el balcón de casa, en frente. ¡¡Y
yo que, semanas atrás, había escrito al ayuntamiento para pedirles que mandasen
limpiar el lecho del Artiñuelo, que se estaba convirtiendo en un basurero (como
cada verano), y que recordasen que estamos dentro de un Parque Natural, que
exige una especial protección…!!! Pues allí se puede ver a los veraneantes, tomando su
cervecita en la terraza junto al arroyo, que sirve de basurero a sus pies.
Por último, en la calle
Ribera del Artiñuelo, en su parte más alejada, había un viejo parque abandonado
y cubierto de hierbajos, con matas de avellanos y endrinos, algunos fresnos y abedules
que sobrevivían a la desidia municipal. En estos días han metido las
excavadoras y lo han arrasado para, según todas las pintas, hacer un
aparcamiento donde estacionar muchos, pero que muchos, muchísimos coches. Parece
que dejarán de recuerdo una esquina del parque, donde hay una estatua sedente
que representa a un viejo con boina y una vara en la mano, último representante
de la Rascafría rural y ganadera. Indiferente al asfalto y el progreso, eso sí.
Por hoy, vale….
Te ganarás otro peine, es interesante tu relato verde
ResponderEliminarMe gusta que vayas descubriendo sitios bonitos, ya los andaremos juntos. Tengo mono de salidas de montaña. Me encantan tus comentarios y la denuncia que haces del Artiñuelo, es penoso que se tenga tan poca sensibilidad por la naturaleza. Falta mucha educación en este país. Mercedes
ResponderEliminarEn fín, más delo mismo, ya sabemos que no todo el mundo tiene la misma percepción de lo que es cuidar la naturaleza. No sé donde estamos fallando, pero lo que cierto es que el mensaje no llega a la "CIBILIZACIÖN".
ResponderEliminarAh, en cuanto al pájaro, si, es muy probable que lo hayan echado del nido, aunque también hay algunos muy aventureros. Y aunque es cierto de que son insectiveros. Con una gotita de agua en el dedo y dejándola caer suavemente sobre el pico, comienzan a beber, después, y con hambre, alguna pequeña miguita de pan humedecida, y paciencia, se consigue que abran el pico y vayan cogiendo confianza. Eso si, para mejorar su dieta algún sabroso insecto. Salud.