Invierno en la Acrópolis. Ante el Erecteion |
En aquellos años de viajeros noveles, no conocíamos aún a doña
Alexanda David-Néel, intrépida viajera que llegó en 1924 a la ciudad prohibida
de Lhasa, disfrazada de mendiga y acompañada de su hijo adoptivo el lama
Yongden. Pero, intuitivamente, ya sabíamos con qué espíritu y predisposición se
debe viajar: Celui qui voyage sans rencontrer pas l’autre il ne voyage pas,
il se déplace. Nosotros no queríamos desplazarnos, sino conocer cómo era la
gente, su forma de vivir, su cultura y su historia… Queríamos ser viajeros, no turistas de masa. Y todos los viajes de
nuestra vida han tenido algo de aprendizaje, uniendo lo útil a lo agradable.
Ya en mis lecturas de juventud, don Miguel de Unamuno me
había advertido sobre lo pernicioso de esa forma de turismo que él llamaba
“topofobia”: uno llega a un lugar para salir precipitadamente hacia otro, en
una concatenación de huidas para coleccionar sitios apenas hollados con una
noche de hotel. Luego, ante los amigos, presumir de haber estado en los cinco
continentes, pero ignorando qué vio dónde o cómo eran sus gentes.
También mi viejo y nunca olvidado dentista, el doctor
Dióscoro, se burlaba de esa gente que cogía el coche y se hacía 100 kilómetros
para ir a comerse un par de huevos fritos - decía - a un restaurante, por ahí a tomar
vientos en casa dios.
Nosotros queríamos limpiarnos las telarañas mentales de
una España que aún no sabía ser europea y empezamos a viajar con los ojos y con la mente bien
abiertos. Nuestra primera salida fue a conocer a nuestros vecinos, a Portugal,
en 1976, fresca aún la Revolución de los Claveles. Fue la experiencia
necesaria. Con una bolsa de dos asas llena de ropa, un viaje en tren nocturno hasta
Lisboa, sin moneda local, sin alojamiento reservado, deambulamos todo el día por
la ciudad buscando una pensión que nos quisiera alquilar una habitación para
pasar la noche. Os retornados, las gentes huidas de las colonias
portuguesas tras su independencia, ocupaban todos los alojamientos y el país, que estaba en bancarrota, los había realojado por hoteles, pensiones, hostales. Recorrimos el país hacia el norte, en trenes de cercanías
y autobuses comarcales, alojandonos en casas particulares y pensiones, comiendo
en restaurantes populares (las típicas casas do pasto), en mesas compartidas, para terminar saliendo del país por Valença do Miño. Fue nuestro bautismo de fuego. No nos arredró
la experiencia de novatos.
Aprendimos a ser previsores en lo sucesivo y planificar
los viajes. Estuvimos en Grecia al año siguiente y subimos a la Acrópolis,
pisamos las piedras del Partenón con amor reverencial, como quien cumple un
voto largamente aplazado. Luego vino Egipto, al que regresé 48 años después, y
al año siguiente, regresamos a Grecia.
En la colina de Licavetos |
Aquella mañana – recordaba la santa en nuestro paseo
nocturno el otro día –, caminábamos desde la plaza de Monasterakis, donde
tomábamos unos kebabs sabrosos, pringosos, que escurrían la grasa por entre los
dedos que había que chupar con frecuencia par no mancharse la camisa. En el
barrio de Plaka, ante su tienda, un comerciante, al oírnos hablar, nos gritó
entre risas: ¡Españoles!:Castañetas, Real Madrid. Supimos que ese era el legado cultural que la
España de Fraga Iribarne quería transmitir al mundo del turismo de masas:
Castañuelas, toros y fútbol. Spain is different! Tuvimos la impresión de
estar estigmatizados. Pero sabemos que todo viajero paga un precio por viajar, así que nos ajustamos, Teresa la peineta y el mantón de manila, yo la montera y el capote de paseíllo torero (imaginariamente), contestamos con un irónico ¡Que Dios te ampare, hermano! y seguimos nuestro
camino.
Seis cuadernos de notas con nuestras primeras escapadas y otros tantos libros de
viajes, encuadernados por mí, y manuscritos cada noche en el hotel, conservo en
nuestra biblioteca. Cuando el Covid19, o
los siguientes en numeración, no nos dejen salir de casa, siempre podremos
convertir en futuras lecturas nuestro lejano pasado viajero. Y si la autoridad
y el tiempo lo permiten, seguiremos viajando.
Mientras el cuerpo aguante.
Mientras el cuerpo aguante.
El recordar los viajes siempre es bonito teníamos muchas anécdotas pues era un poco de aventura siempre. Mas tarde empezábamos a organizarlos. Que importante es conocer mundo da otra perspectiva de la vida, conoces otras culturas, modos de vivir de otras culturas hace que tu mrnte amplíe conocimientos. Gracias por tu viaje. Un beso Mercedes
ResponderEliminarD. JJ, ya veo que nos amparan las mismas lecturas y los mismos autores, ya que no los mismos viajes; pues en el que coincidimos es en el de Portugal en 1976, vosotros a Lisboa y nosotros a un pueblo donde vivían unos amigos trabajando en la YMCA y donde nos regocijamos de la nueva situación del país. Os envidio tánto encuentro con otros mundos. Abrazos
ResponderEliminarMe encanta este resumen de viajes y el encanto de la Lisboa antigua y señorial.cuando salir de tu país es un encanto sin precio.
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