jueves, 10 de septiembre de 2020

Cómo viajar.-

Invierno en la Acrópolis. Ante el Erecteion
El otro día, durante nuestro habitual paseo enmascarillado de cada noche, la mi santa me recordó aquella anécdota en nuestro segundo viaje a Grecia, allá por el lejano 1979. Por aquellos años setenta, aún éramos aprendices de viajeros y veíamos el mundo con ojos ingenuos de súbditos recién salidos de una dictadura sin horizontes, gris y plomiza, moral y mortalmente mezquina. Lo que hizo, por el contrario, que el mundo fuera un universo maravilloso que estábamos dispuestos a explorar en la medida de nuestros recursos económicos. Los ahorros anuales, gastados en viajes, era la mejor riqueza que podíamos acumular en nuestra reciente vida de pareja.

En aquellos años de viajeros noveles, no conocíamos aún a doña Alexanda David-Néel, intrépida viajera que llegó en 1924 a la ciudad prohibida de Lhasa, disfrazada de mendiga y acompañada de su hijo adoptivo el lama Yongden. Pero, intuitivamente, ya sabíamos con qué espíritu y predisposición se debe viajar: Celui qui voyage sans rencontrer pas l’autre il ne voyage pas, il se déplace. Nosotros no queríamos desplazarnos, sino conocer cómo era la gente, su forma de vivir, su cultura y su historia… Queríamos ser viajeros, no turistas de masa. Y todos los viajes de nuestra vida han tenido algo de aprendizaje, uniendo lo útil a lo agradable.

Ya en mis lecturas de juventud, don Miguel de Unamuno me había advertido sobre lo pernicioso de esa forma de turismo que él llamaba “topofobia”: uno llega a un lugar para salir precipitadamente hacia otro, en una concatenación de huidas para coleccionar sitios apenas hollados con una noche de hotel. Luego, ante los amigos, presumir de haber estado en los cinco continentes, pero ignorando qué vio dónde o cómo eran sus gentes.

También mi viejo y nunca olvidado dentista, el doctor Dióscoro, se burlaba de esa gente que cogía el coche y se hacía 100 kilómetros para ir a comerse un par de huevos fritos - decía - a un restaurante, por ahí a tomar vientos en casa dios.  

Nosotros queríamos limpiarnos las telarañas mentales de una España que aún no sabía ser europea y empezamos a viajar con los ojos y con la mente bien abiertos. Nuestra primera salida fue a conocer a nuestros vecinos, a Portugal, en 1976, fresca aún la Revolución de los Claveles. Fue la experiencia necesaria. Con una bolsa de dos asas llena de ropa, un viaje en tren nocturno hasta Lisboa, sin moneda local, sin alojamiento reservado, deambulamos todo el día por la ciudad buscando una pensión que nos quisiera alquilar una habitación para pasar la noche. Os retornados, las gentes huidas de las colonias portuguesas tras su independencia, ocupaban todos los alojamientos y el país, que estaba en bancarrota, los había realojado por hoteles, pensiones, hostales. Recorrimos el país hacia el norte, en trenes de cercanías y autobuses comarcales, alojandonos en casas particulares y pensiones, comiendo en restaurantes populares (las típicas casas do pasto), en mesas compartidas, para terminar saliendo del país por Valença do Miño.  Fue nuestro bautismo de fuego. No nos arredró la experiencia de novatos.

Aprendimos a ser previsores en lo sucesivo y planificar los viajes. Estuvimos en Grecia al año siguiente y subimos a la Acrópolis, pisamos las piedras del Partenón con amor reverencial, como quien cumple un voto largamente aplazado. Luego vino Egipto, al que regresé 48 años después, y al año siguiente, regresamos a Grecia.

En la colina de Licavetos
Paseábamos por Atenas en aquel segundo viaje. La ciudad moderna, capital del país tras la independencia, levantada deprisa, sin un plan urbanístico claro, bulliciosa de sus gentes, ruidosa de vida callejera, estaba llena, según decía un amigo nuestro, “de piedras rotas”. Pero, a nosotros, las “piedras rotas” nos encantaban. Te parabas a observarlas y ellas te contaban la historia de nuestra cultura europea, de nuestro pensamiento, de nuestro destino, de todo lo que somos por lo que sus habitantes, desde veinticinco siglos atrás, habían sido.

Aquella mañana – recordaba la santa en nuestro paseo nocturno el otro día –, caminábamos desde la plaza de Monasterakis, donde tomábamos unos kebabs sabrosos, pringosos, que escurrían la grasa por entre los dedos que había que chupar con frecuencia par no mancharse la camisa. En el barrio de Plaka, ante su tienda, un comerciante, al oírnos hablar, nos gritó entre risas: ¡Españoles!:Castañetas, Real Madrid.  Supimos que ese era el legado cultural que la España de Fraga Iribarne quería transmitir al mundo del turismo de masas: Castañuelas, toros y fútbol. Spain is different! Tuvimos la impresión de estar estigmatizados. Pero sabemos que todo viajero paga un precio por viajar, así que nos ajustamos, Teresa la peineta y el mantón de manila, yo la montera y el capote de paseíllo torero (imaginariamente), contestamos con un irónico ¡Que Dios te ampare, hermano! y seguimos nuestro camino.

Seis cuadernos de notas con nuestras primeras escapadas y otros tantos libros de viajes, encuadernados por mí, y manuscritos cada noche en el hotel, conservo en nuestra biblioteca.  Cuando el Covid19, o los siguientes en numeración, no nos dejen salir de casa, siempre podremos convertir en futuras lecturas nuestro lejano pasado viajero. Y si la autoridad y el tiempo lo permiten, seguiremos viajando. 

Mientras el cuerpo aguante.

3 comentarios:

  1. El recordar los viajes siempre es bonito teníamos muchas anécdotas pues era un poco de aventura siempre. Mas tarde empezábamos a organizarlos. Que importante es conocer mundo da otra perspectiva de la vida, conoces otras culturas, modos de vivir de otras culturas hace que tu mrnte amplíe conocimientos. Gracias por tu viaje. Un beso Mercedes

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  2. D. JJ, ya veo que nos amparan las mismas lecturas y los mismos autores, ya que no los mismos viajes; pues en el que coincidimos es en el de Portugal en 1976, vosotros a Lisboa y nosotros a un pueblo donde vivían unos amigos trabajando en la YMCA y donde nos regocijamos de la nueva situación del país. Os envidio tánto encuentro con otros mundos. Abrazos

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  3. Me encanta este resumen de viajes y el encanto de la Lisboa antigua y señorial.cuando salir de tu país es un encanto sin precio.

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