Anda este jubilata últimamente preocupado por la sequía de esta bitácora. Y con razón, porque pasan las semanas y no se encuentra material de provecho que llevarse al teclado del ordenador. No porque estos tiempos de confinamiento a ratos y según conveniencia comercial no den asunto a tratar; es porque los asuntos con que nos forrajean el pesebre mediático son tan repetitivos y previsibles que no hay por donde exprimirles un poco de originalidad.
Lo más
original que ha ocurrido estas pasadas fiestas navideñas ha sido que al Raphael
le han montado un espectáculo de lucimiento ante cinco mil añorantes y se ha
armado la de dios es cristo por si aquella multitud era potencialmente
propagadora del Covif-19 (o alguna de sus mutaciones). La discusión sobre si sí
era contaminante o, al contrario, la multitud estaba bajo control y era más
inocua que una reunión familiar de seis miembros, ha ocupado horas y días de
pantalla. Mayor provecho no se le podía haber sacado al recital raphaelino.
Además de los
sesudos análisis médicos en los medios afines y adversos al evento, y el
habitual guirigay en Twitter y demás rebaño de redes sociales, todos ellos han
cumplido su función sobradamente: hacer olvidar al personal sus auténticos
problemas: el diario vivir de cada día sin tomar conciencia de que somos manipulados
como cobayas de neurona moldeable.
Pero desde
esta bitácora no nos pondremos transcendentes, menos aún a primeros de año.
Antes bien, el pesimismo antropológico que aquí se practica – siempre en
defensa propia – nos lleva a mirar estas pequeñeces con una cierta
condescendencia: el material humano no da más de sí y los de clases pasivas ya
no estamos en edad de elucubrar sobre cuántos ángeles caben en la cabeza de un
alfiler, como hacían los teólogos bizantinos. Aparte que nos da un poco lo
mismo.
Aquí, en esta
bitácora, practicamos la intranscendencia para no complicarle la existencia al
improbable lector. Y, de tarde en tarde, y si está en nuestras manos, nos vamos
burlando de las pequeñas realidades que nos toca vivir mientras el tiempo se
toma su tiempo. Si, por equivocación, nos ponemos pensadores – que a veces sí,
aunque sólo un ratito –, es filosofía de mesa camilla fácilmente digerible.
Basta con cambiar de canal.
Claro que, tras esta confesión de intranscendencia, los que llevamos impresa la fecha de caducidad no podemos dejar de reflexionar sobre el paso del tiempo (acabamos de cambiar de año) y los acontecimientos consiguientes. Éstos sepultados por aquél, “…Al igual que las dunas al amontonarse unas sobre otras ocultan las primeras, así también en la vida los sucesos anteriores son rapidísimamente encubiertos por los posteriores”. Un servidor lo atestigua por simple observación. Nihil enim semper floret. Aetas succedit aetati, porque nada es vigoroso para siempre y a un día sucede otro día. Y es que nuestros clásicos (en este caso Marco Aurelio y Marco T. Cicerón) son una fuente de sabiduría para nosotros…, con la ventaja de estar al alcance de la mano gracias al
Google ese que ha convertido en innecesarias las enciclopedias.
Y, por ir dándole fin a estas notas, con esto se ha terminado el año. Lo hemos vivido como hemos podido y, a lo que parece, le sobrevivimos, con la esperanza de que el que está comenzando sea un algo más benigno. Despedimos el anterior sin pena y recordando eso que repite la mi santa tantas veces: Año bisiesto, año siniestro.
Y aquí en casa, por dispersar nuestra atención de tanta fatiga Coronavirus como nos invade a través de los medios de comunicación, le dijimos adiós al 2020 escuchando L’ infedeltà delusa, de Haydn. Una burla, un juguete musical.
Vamos a ver si termina, de una vez, esta
broma pesada de la pandemia. ¡Coño!
Gracias, Carlos. Tanto optimismo me abruma... un poquito.
ResponderEliminarBuenas tardes, queridos amigos, refiriéndome a nuestro futuro, quiero recordar una opinión que oí el otro día por la radio referida a la Covid: Que había que poner la atención no en el peligro sino en el riesgo. Esto se traducía en que debíamos buscar condiciones de evitar los contagios y olvidar el mucho miedo, fuente de males adicionales.Así, se decía, viviremos mejor y más eficazmente.Pues esto es lo que nos deseo también a nosotros, con un abrazo latinero y no lastimero.
ResponderEliminarDe acuerdo, Chus. El miedo es mucho más dañino: va contra la esperanza.
EliminarGracias Juanjo, recibe aplausos de otro con fecha de caducidad
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