jueves, 30 de junio de 2022

Andanzas por el valle, 1.- Un paseo hasta el Mirador de los Robles. -

 


Perdone el improbable lector el abandono en que tengo esta bitácora. Como ya dije en la entrada anterior, vivir la vida de jubilata es un sin parar, y uno no encuentra tiempo para estos menesteres de la escritura sobre la vida ociosa. Ahora que estamos de nuevo en Rascafría, al resguardo de los calores capitalinos e instalados en el dolce far niente estival, no hay excusa para no alimentar esta pequeña bestia, siempre voraz de textos, que es el blog.

El caso es que, en estos días finales de junio, decidí hacer una caminata hasta el mirador del Robledo, al pie de Cabeza Mediana, desde donde se divisa todo el valle del Lozoya y es lugar apacible y solitario. Allí, en medio de la pradera, un gran monolito en pie sirve como homenaje a los guardas forestales, con esta leyenda: A la guardería forestal en su primer centenario. 1977. Muy próxima, una, digamos a modo de rosa de los vientos en hierro, con una flecha giratoria que va mostrando las cumbres del entorno y los pueblos del valle, y esta leyenda: Para ver hay que mirar y hay que saber. Si uno mira y sabe dónde mirar, verá el imponente macizo del Peñalara que enseñorea el valle desde sus 2.438 m de altura y da nacimiento a la cadena de los montes Carpetanos que se orientan en sentido NE SO y se prolongan en la sierra de Guadarrama.

Eran las 08:40 h cuando, equipado con mis viejas botas de senderismo y un cinturón/mochila cargado con la botella de agua, un poco de pan y chocolate y una fruta, me puse en marcha. Rascafría aún no está invadida de veraneantes, el arroyo Artiñuelo corre al pie de casa, las rosaledas de nuestro alojamiento están en su esplendor, la calle sigue desierta y aún con el frescor de la noche pasada. Este jubilata, olvidadas las artritis habituales a estas horas de la mañana, siente que tiene por delante un hermoso camino que recorrer y se pone a ello con el entusiasmo de un caminante avezado.


Paseo adelante, a poco más de media hora está el Paular. La vieja cartuja muestra la estampa clásica de su alta torre y no puedo evitar el fotografiarla una vez más, erguida entre la arboleda del entorno. Aquí, hasta hace unos ocho años, estuvo el bonito hotel Santa María del Paular que fue desmantelado por un desacuerdo entre el Patrimonio Nacional y la empresa que lo explotaba. Se despidió a los trabajadores (un número considerable de familias del valle vivían de ello), sus muebles, de una solidez monástica, se subastaron, incluyendo cuadros y dos pianos. Los intentos por recuperarlo no han fructificado y sus instalaciones están obsoletas. Incluso los conciertos de verano que se daban en el patio del Ave María se los llevó la pandemia. Solo una pequeña comunidad de benedictinos mantiene vivo el lugar, aparte las visitas al conjunto museístico y las pinturas de Carducho en el claustro.


Aquí nace el histórico camino del Palero que lleva hasta lo alto del puerto de los Cotos. En los primeros kilómetros, a derecha e izquierda, pinares y robledales, y fincas de recreo de mucha categoría. Paco, el viejo panadero de Rascafría, me contó hace años que estas propiedades fueron abandonadas por sus propietarios cuando las tropas franquistas ocuparon el valle. Subieron desde la Granja una noche, a cencerros tapados, con los cascos de las mulas envueltos en trapos para que no se oyeran, con artillería de montaña y unas compañías de requetés. Arriba, en el Reventón, se dio la pequeña batalla que hizo retroceder al escaso contingente del Batallón Alpino que guardaba las cumbres. El viejo panadero, que era niño entonces, me contó pormenores de aquella batalla, y Julio Vías ha escrito documentadamente sobre aquel episodio. En resumen, que aquellas fincas pasaron por usurpación a manos de ricas familiar franquistas.

Y no por usurpación, una vacada con sus terneros ocupa un punto del camino, pastando y ramoneando. Este jubilata, que siente respeto por la maternidad vacuna, no quiere molestar a los jatos inocentes que le miran con curiosidad, mientras mamá vaca observa al viandante por si éste se desmanda y molesta a su prole. Ya se sabe que las vacas de cría, tan pacíficas y bucólicas ellas, tienen un pronto maternal que las hace arremeter contra el imprudente que ose acercarse a sus retoños, así que me paro, les silbo, les amenazo con el bastón y, con pereza, sin prisas, como haciéndome un favor, se salen del camino y me dejan pasar.  


Camino del Palero que seguiré en su primer tramo, llego hasta la pista que enlaza con el mirador del Robledo. Son las 10:14 h cuando dejo el Palero que empieza a subir hacia el puerto, bordeando Cabeza Mediana. Yo giro hacia la izquierda, con el sol casi de frente, hasta llegar al mirador. Son las 10:35 h. ni un alma en el entorno. Sólo unas grajas gritonas que se alejan graznando, molestas por mi presencia. La pradera ya está agostada, lo que le resta algo de belleza. Yo he subido aquí con mi santa una primavera y era una gozada: todo verdor y una vacada pintoresca haciendo bonito sobre la pradería. Ahora, como digo, sólo un servidor, sentado sobre el pretil, comiendo un trozo de pan moreno con una onza de chocolate, el valle ante mí, el embalse de Pinilla al fondo. En torno, el rumor del aire que mueve las hojas de los árboles y el silencio de la naturaleza hecho de pequeños sonidos, imperceptibles para el oído de los urbanitas que llegan hasta aquí con sus coches y sus músicas enlatadas.


Son las 11:20 h cuando me voy del mirador. Acaban de llegar dos coches, la soledad se rompió con el ruido de los motores, aquello empieza a ser una multitud y yo tengo un acceso de misantropía.

Tomo de regreso el camino que nace junto a la carretera y el carretil que sube al puesto forestal. Es camino que atraviesa el arroyo de la Umbría y termina en el Palero, como a medio kilómetro de la carretera y la entrada a las Presillas. Cruzado el arroyo, en unos prados a la derecha, un colmenar que me recuerda aquellos versos de Virgilio: …sic vos non vobis melificatis apes (así vosotras, pero no para vosotras, abejas, fabricáis la miel), quejoso de que un poetastro se hubiese apropiado de unos versos que él escribió: hos ego versículos feci tulit alter honores (yo escribí estos versos y otro se llevó el premio). Las abejas, ajenas a las advertencias del poeta y a los derechos de propiedad, siguen libando y fabricando su miel.


Son las 12:23 h cuando llego al puente del Perdón. En el banco de piedra corrido, a la sombra de los abedules, unos jubilados charlan de gallinas. Las mejores ponedoras son las blancas, asegura uno que las tiene en su corral. Un servidor toma nota por si un día venturoso tiene casa en el pueblo, corral y gallinas que no necesiten escuchar a Mozart, como esas que anuncian cuando vas a comprar huevos al súper.


Atravieso la finca de los Batanes. Allí estuvo, desde el S.XIV hasta la desamortización de Mendizábal, el molino papelero de los cartujos, de donde salió el papel en que se imprimió el primer Quijote en 1605. Edición de la que, si la memoria no me falla, queda un ejemplar que el marqués de Lozoya encontró en la RAE. Y en la misma finca, el bosque finlandés junto al pequeño lago artificial; lugar umbrío que conviene visitar y pararse a contemplar desde el embarcadero. Si el momento es propicio, uno verá a los galápagos sestear sobre troncos flotando en el agua, o alguna familia de patos silvestres.

De aquí a Rascafría pasando por las ruinas del antiguo colegio/internado de San Benito, que fue de la Sección Femenina, donde se educaba a las niñas para ser buenas esposas y madres, y cristianas, y hacendosas, y sumisas al varón, y todas esas virtudes femeniles que el franquismo quería inculcar en las hembras humanas. Este jubilata aún las recuerda, cuando siendo niño, las veía con sus uniformes y sus pololos pudorosos. Algo sobre el particular quedó escrito en esta bitácora hace ya años.

A la salida de los batanes, un pequeño puente de tubos con pasarela de madera cruzaba el Lozoya y por aquel camino se salía a la carretera. Desde aquel invierno de la Filomena, la furia del río se llevó el puente, cuyos hierros aún se ven cauce abajo. La Comunidad de Madrid aún no ha hecho intentos de reconstruirlo, y aunque el caminante lo achaque a desidia, debe ser porque tiene asuntos de más enjundia en que emplear su tiempo y el dinero público. La señora Ayuso y sus acólitos sabrán.

A las 13:10 h estaba en casa, después de atravesar el río y pasar por ese enorme aparcamiento asfaltado que el ayuntamiento de la villa construyó el año pasado después de arrasar parte de un pequeño parque abandonado, llevándose por delante árboles, arbustos, avellanos y matorral que por allí sobrevivían sin molestar a nadie. Ahora aquella enorme plancha de asfalto es un acumulador de calor donde un empleado municipal cobra 3 € a quien quiera dejar su coche estacionado. El caminante lo cruza – el puñetero aparcamiento – echando el bofe, con el sol a plomo sobre su cabeza, deseoso de meterse bajo la ducha.  

 

4 comentarios:

  1. Estupendo relato de tu excursión, lo disfruté, y tengo una pregunta: ¿Las fincas de El Reventón pasaron a manos ajenas por usurpación o por usucapión? Gracias, Juanjo

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    1. Por derecho de conquista, Amigo Chus. El derecho más inalienable desde que los romanos ocuparon Hispania.

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  2. Me has conquistado, "Fuit homo missus a Deo cui nomen erat Johannes" Más de la sierra, por favor.

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  3. Tb disfruté con tu relato, la verdad es q. siempre lo hago.

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