Por
si el improbable y siempre grato lector no lo sabe, el pueblo de Oteruelo es
una pedanía de Rascafría que dista como dos kilómetros y medio, y al que se
accede, si uno gusta de caminar, por el camino natural que llaman del Ejido.
Ejido, viene a decir el diccionario de la RAE, es el campo no cultivado en
torno al pueblo, de uso y aprovechamiento común, donde puede pastar el ganado
de los vecinos. Actualmente son prados, a un lado y otro del camino, limitados
por cercas de piedra seca y con fresnos que dan una rica sombra al caminante.
Este camino del Ejido (Camino Natural del Valle, dicen las guías) nace en el Paular y puede seguirse hasta el Cuadrón (unos 34 kilómetros), pasando por Rascafría, Oteruelo, Alameda, Pinilla – donde está el yacimiento arqueológico neandertal –, para bordear el pantano a su paso por Lozoya. Es camino que este jubilata hace con cierta frecuencia entre Rascafría y Pinilla, temprano, aprovechando la sombra y el frescor de la arboleda que crece todo a lo largo. Un café en la Nogalera y regreso. Paseo sin complicaciones, muy recomendable para jubilados marchosos y personal en general, sin distinción de condición social, edad o afinidad política…, o cualquier otra particularidad o rareza que al lector se le pueda ocurrir. O sea: todo bípedo humano puede caminar por allí, y un servidor se lo recomienda encarecidamente. ¡Menos coche y más zapatilla, coño! …Lo que se dice aquí sin ánimo de atosigar al personal, muy dueño de hacer lo que le plazca.
Pues
bien, aparte los baretos, terrazas, restaurantes, alojamientos rurales, fiestas
veraniegas estrepitosas y cerveceras, y otros atractivos para el turismo popular
de la capital del reino, tiene un poso de interés cultural menos conocido pero
digno de ser puesto en valor, siquiera para que este valle del Lozoya sea mucho
más que turismo de manada, músicas ruidosas hasta la madrugada y botellón. Dicho
sea a modo de desahogo de quien esto escribe, quien procura seguir la
recomendación que el psicólogo de plantilla le hace a mi vecino el depre: “Vd.
camine mucho y piense poco”.
Volviendo a nuestro asunto, Oteruelo es lugar al que prestigia el hecho de tener una sala dedicada al pintor Luis Feito, uno de los fundadores del Grupo El Paso, en 1957. Este pintor, cuya madre era de este lugar, donó su obra gráfica al pueblo, con la que se montó una exposición en las antiguas escuelas, cerca de la entrada a la población desde la carretera. Una asociación de vecinos se encarga de mantener vivo su legado y ponerlo en valor.
El
otro domingo, la santa y yo quisimos visitar la sala, pero estaba cerrada.
Según nos han dicho, en un edificio al lado, que fue granero común y luego la
fábrica de patatas fritas Rascafría, se iniciaron obras de remodelación para abrir
una sala más amplia. Pero las obras están paradas, dizque por la crisis
económica y la carestía de los materiales de construcción. Y porque – uno siempre
tiene esa sospecha – las inversiones públicas en cultura son mal negocio para
los políticos, dan pocos votos y no ayudan a afianzarse en el sillón en el duro trance del cambio
de legislatura. Sea como fuere, este jubilata visitó la sala en las antiguas
escuelas hace unos cinco años y de ello dejó constancia en esta bitácora.
Y ya que uno se ha acercado hasta aquí, no puede dejar de visitar una pequeña sala de exposiciones de nombre Otero, ubicada en el antiguo matadero y carnicería del pueblo. Allí, actualmente, pueden verse pequeños cuadros en acuarela (paisajes del valle, de Tita Espinosa, y verduras y frutas abiertas a la mitad para ver el colorido de su interior, de Feli Arjona) y unas curiosas, digamos piernas andantes, a las que su autora define como “ingles” por el juego que hace la cadera cuando una persona se desplaza. Llaman la atención del visitante estas pequeñas estatuas que no son otra cosa que ramas de árboles.
Donde el caminante por los caminos no ve más que un trozo de madera ahorquillado, la escultora, Belén Bartolomé, ha visto pasos apresurados, poses, incluso algún contraposto coqueto. El visitante, ante el dinamismo de aquellas horquillas de gesto antropomorfo, no puede dejar de recordar los individuos apresurados o estáticos de Giacometti. Solo que éstos simbolizan la soledad de los seres humanos, mientras que estas estatuillas tomadas del mundo vegetal tienen un algo de alegría vital, de juego y de expresividad de las fuerzas naturales que alegran el ánimo del visitante.
Curiosamente,
también hay una colección cuadernos de viaje de Tita Espinosa, además de sus
acuarelas paisajísticas, a disposición de los curiosos que quieran ojearlos con
sus ojos, u hojearlos hoja a hoja. Lo llamativo de estos cuadernos es que el
viaje no se relata a través de un texto explicativo, sino mediante impresiones
visuales, reflejadas en apuntes al acuarela y pequeñas anotaciones y collages
pegados sobre las hojas.
Y, por no extenderme más, ya que el improbable lector queda informado, sólo la recomendación de este jubilata: Acérquese a Oteruelo (mejor dando un paseo desde Rascafría o Alameda), callejee un poco y verá aún algunos ejemplares de arquitectura rural, entre en Otero, el local que sirve de exposición, disfrute de esas pequeñas muestras de arte de su interior. Si está allí alguna de las autoras, peque la hebra, que ella le informará gustosamente, y hasta puede que tengan alguna amistad en común.
Pues oye ,creo que yo anduve por ahí hace unos años con un cojo. Si desvarío y me confundo de lugar lo siento.
ResponderEliminarMe gustan los cuadros de frutas de esa tal Feli Arjona, y las patas dislocadas de cadera, un poco como las mías y también una figura de mujer que vi hace unos días en el estado de wassap de mi talentoso ,fascinante,estudioso, y querido muy querido primico.
Pues no sé qué más podría yo decir sino volver a afirmar mi aprecio por las cualidades del querido amigo Juanjo, su incansable y no ocultada pasión por la naturaleza y mi reiterada falta por no seguir sus buenos consejos andarines que, quién sabe, un día podré suplir.
ResponderEliminarBuenas tardes.
ResponderEliminarHe leído su relato y ciertmente me ha emocionado orque yo trabjé hasa mi jubilación en la fábrica de patatas fritas Rascafría, que, como sabrá (aunque no le he visto ningún comentario) dio nombre al pueblo y a su gentilicio (patateros o, a partir de 1956, simplemente friteros). Son muchos recuerdo y le agradezco su repesca a mis recuerdos.
Gracias Juanjo que nos traigas esos paisajes verdes tan necesarios en este infierno de Madrid
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