Ahora que el frágil esquife de la economía nacional navega a bandazos sobre aguas turbulentas, yo me salgo por la tangente para quejarme de esos chirridos que da el idioma cuando los economistas señalan con dedo admonitorio los agujeros por donde el barco de la economía carga agua. Me refiero a esa gilipollesca expresión de “la economía hace aguas”. Aunque ya ni me sorprende verlo escrito o publi-parloteado. Pero los economistas (y no sólo ellos) lo dicen desde lo más profundo de su ciencia. Yo no sé si los economistas (y no sólo ellos, insisto) tienen muy claro lo que, en español, significa “hacer aguas”, que me temo que no; aunque sí estoy seguro que han dado en el clavo: porque el sistema económico que sufrimos sí ha hecho aguas, pero mayores. O sea, una enorme cagada que nos ha salpicado a todos.
Me explico. Cuando yo era niño de pueblo, en algunos rincones discretos donde la gente aliviaba la vejiga en caso de urgencia, el municipio colgaba una tablilla donde estaba escrito: “Se prohíbe hacer aguas bajo multa de una peseta”. O sea, la ciento sesenta y seis coma trescientas ochenta y seisava parte de un euro actual. También, en aquella España rural, en las tabernas había carteles advirtiendo: “Se prohíbe cantar y blasfemar”, y la multa era bastante más gorda. Pero ahora no se trata de esto porque, desde que vivimos en una sociedad laica, blasfemar es una antigualla, y en cuanto a cantar, con eso del MP3 enchufado a la ojera, nadie sabe.
A mí, lo que me sorprende es que “hacer aguas” se pregone así, tan a las claras, sin que a nadie parezca importarle el despropósito ni se sonroje el auditorio, y se acepte por buena esa especie de quid pro quo que nace de la supina ignorancia del propio idioma, tanto por parte de los economistas como de cualquier “comunicador”, que solemos decir. Porque, digámoslo de una vez, “hacer aguas”, en buen castellano, significa “mear”; y si son “aguas mayores” significa “cagar”, pero dicho en plan fino. O, como dice el diccionario de la RALE, "expeler aguas mayores o menores". Y también lo dice María Moliner en su diccionario de uso del español. En fin, hacer aguas es tanto como orinar. ¿Queda claro?
Qui est hic, qui tanta et tam barbare loquitur?, según refiere don Julio Caro Baroja que dijo Benedicto XIV en referencia a un farragoso teólogo riojano. O sea, traducido a puntada gruesa: ¿Quién es ese que dice tales barbaridades?
Me explico. Cuando yo era niño de pueblo, en algunos rincones discretos donde la gente aliviaba la vejiga en caso de urgencia, el municipio colgaba una tablilla donde estaba escrito: “Se prohíbe hacer aguas bajo multa de una peseta”. O sea, la ciento sesenta y seis coma trescientas ochenta y seisava parte de un euro actual. También, en aquella España rural, en las tabernas había carteles advirtiendo: “Se prohíbe cantar y blasfemar”, y la multa era bastante más gorda. Pero ahora no se trata de esto porque, desde que vivimos en una sociedad laica, blasfemar es una antigualla, y en cuanto a cantar, con eso del MP3 enchufado a la ojera, nadie sabe.
A mí, lo que me sorprende es que “hacer aguas” se pregone así, tan a las claras, sin que a nadie parezca importarle el despropósito ni se sonroje el auditorio, y se acepte por buena esa especie de quid pro quo que nace de la supina ignorancia del propio idioma, tanto por parte de los economistas como de cualquier “comunicador”, que solemos decir. Porque, digámoslo de una vez, “hacer aguas”, en buen castellano, significa “mear”; y si son “aguas mayores” significa “cagar”, pero dicho en plan fino. O, como dice el diccionario de la RALE, "expeler aguas mayores o menores". Y también lo dice María Moliner en su diccionario de uso del español. En fin, hacer aguas es tanto como orinar. ¿Queda claro?
Qui est hic, qui tanta et tam barbare loquitur?, según refiere don Julio Caro Baroja que dijo Benedicto XIV en referencia a un farragoso teólogo riojano. O sea, traducido a puntada gruesa: ¿Quién es ese que dice tales barbaridades?
Ese símil marinero de hacer agua, que se refiere a la vía de agua que se produce cuando un barco sufre una rotura del casco, es el que supongo pretenden usar los atrevidos economistas y otros expoliadores del idioma; pero, por lo visto, que la economía haga agua (así, en singular) les parece poco agua para tanto charco y han preferido que la vía de agua sean las aguas de una gran meada.
Será por aquello de ser jubilata cultureta, pero a mí me molesta enormemente la supina ignorancia y el desprecio pretencioso con que publicistas, periodistas, políticos y otros parladores públicos usan el idioma. Don Fernando Lázaro Carreter publicó durante años unos articulitos donde, a veces con retranca aragonesa, fustigaba el mal uso del idioma. Estos artículos se recogieron en un volumen que lleva por título El Dardo en la Palabra, del que yo tengo un ejemplar y que consulto de vez en cuando. Lo que invito a hacer al improbable lector de esta bitácora.
Me pregunto si sería tan costoso convencer a los estudiantes de periodismo y futuros voceros de los medios de comunicación que lo leyesen siquiera una vez en la vida, como debieran leer el Quijote o la Isla del Tesoro. Quizás así, los locutores de la tele y periodistas a mogollón (a más de economistas, publicistas, políticos, etc., etc.) no darían esas patadas al idioma, que parece que están pateando un melonar. Porque, hay que joderse, la jeringonza que se traen los tales en cuanto enchufas la tele, o abres la prensa, o escuchas la radio, que parece que han apostado a ver quién dice los mayores despropósitos con la seriedad de acémilas doctoradas en Salamanca, o masterizadas en Harvard. Que vaya usted a saber.
Será por aquello de ser jubilata cultureta, pero a mí me molesta enormemente la supina ignorancia y el desprecio pretencioso con que publicistas, periodistas, políticos y otros parladores públicos usan el idioma. Don Fernando Lázaro Carreter publicó durante años unos articulitos donde, a veces con retranca aragonesa, fustigaba el mal uso del idioma. Estos artículos se recogieron en un volumen que lleva por título El Dardo en la Palabra, del que yo tengo un ejemplar y que consulto de vez en cuando. Lo que invito a hacer al improbable lector de esta bitácora.
Me pregunto si sería tan costoso convencer a los estudiantes de periodismo y futuros voceros de los medios de comunicación que lo leyesen siquiera una vez en la vida, como debieran leer el Quijote o la Isla del Tesoro. Quizás así, los locutores de la tele y periodistas a mogollón (a más de economistas, publicistas, políticos, etc., etc.) no darían esas patadas al idioma, que parece que están pateando un melonar. Porque, hay que joderse, la jeringonza que se traen los tales en cuanto enchufas la tele, o abres la prensa, o escuchas la radio, que parece que han apostado a ver quién dice los mayores despropósitos con la seriedad de acémilas doctoradas en Salamanca, o masterizadas en Harvard. Que vaya usted a saber.
Estoy de acuerdo, Sr. Juanjo, con todo lo que dice.
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