¿Cuántas veces he dicho en esta bitácora que soy un jubilata cultureta? Unas cuantas ya. ¿Y, qué hacemos los tales? Peregrinar de exposición en exposición, de libro en libro, de museo en conferencia, y, en general, cualquier cosa que lleve la connotación “cultural”. Es como el marchamo con que pretendemos distinguirnos del común de los mortales jubilados. Nos encanta ese barniz cultural tan vistoso con que cubrimos nuestros mediocres conocimientos dándole un aire más interesante a nuestras arrugas.
También a Maruja Mallo, ya bien ochentona, le gustaba maquillarse con colores vivos. Era la máscara con que cubría su cara porque perfilaba con más rotundidad sus rasgos y ofrecía contrastes más acusados que la simple piel desnuda. Era una artista y sabía que el cromatismo embellece la naturaleza.
Estuve viendo, en el vídeo de la exposición, la entrevista que le hicieron hace años y supe que era algo más que una artista de vanguardia y un miembro (¿una “miembra”?) del movimiento surrealista, entre otras facetas.
Fue una mujer que tenía las ideas muy claras. Nació en 1902 y murió 93 años después, y perteneció a esa generación de artistas e intelectuales de los años treinta que la guerra civil y la dictadura barrieron de España, dejando el solar patrio como un erial sólo apto para la recalificación urbanística y posterior negocio del ladrillazo.
Sin que se le corriera el rimel, se dice marxista y, por lo tanto –afirma–, anticomunista, ya que el comunismo no fue más que la profanación y prostitución de la dialéctica. En su opinión, la humanidad no ha producido más que arte, ciencia o guerras, y piensa que la soledad es el mayor patrimonio de cada cual y que el hombre se mide por la soledad que puede aguantar. Que una anciana diga tal cosa, dice mucho de su entereza y lucidez.
Si el improbable lector quiere conocer las etapas por las que transitó Maruja Mallo a lo largo de su vida artística, le recomiendo que se acerque a la Real Academia de BB. AA. de San Fernando y haga una visita. Yo dejo aquí alguna imagen de sus cuadros, tomada del folleto editado con ocasión de la exposición de sus obras.
También a Maruja Mallo, ya bien ochentona, le gustaba maquillarse con colores vivos. Era la máscara con que cubría su cara porque perfilaba con más rotundidad sus rasgos y ofrecía contrastes más acusados que la simple piel desnuda. Era una artista y sabía que el cromatismo embellece la naturaleza.
Estuve viendo, en el vídeo de la exposición, la entrevista que le hicieron hace años y supe que era algo más que una artista de vanguardia y un miembro (¿una “miembra”?) del movimiento surrealista, entre otras facetas.
Fue una mujer que tenía las ideas muy claras. Nació en 1902 y murió 93 años después, y perteneció a esa generación de artistas e intelectuales de los años treinta que la guerra civil y la dictadura barrieron de España, dejando el solar patrio como un erial sólo apto para la recalificación urbanística y posterior negocio del ladrillazo.
Sin que se le corriera el rimel, se dice marxista y, por lo tanto –afirma–, anticomunista, ya que el comunismo no fue más que la profanación y prostitución de la dialéctica. En su opinión, la humanidad no ha producido más que arte, ciencia o guerras, y piensa que la soledad es el mayor patrimonio de cada cual y que el hombre se mide por la soledad que puede aguantar. Que una anciana diga tal cosa, dice mucho de su entereza y lucidez.
Si el improbable lector quiere conocer las etapas por las que transitó Maruja Mallo a lo largo de su vida artística, le recomiendo que se acerque a la Real Academia de BB. AA. de San Fernando y haga una visita. Yo dejo aquí alguna imagen de sus cuadros, tomada del folleto editado con ocasión de la exposición de sus obras.
Buena artista, sí señor.
ResponderEliminarDi que tú ya lo hacías antes.
ResponderEliminarRosa