Se trata de una marcha clásica que suele montar el club de montaña del CSIC: la Cuerda Larga nocturna, un sector de la sierra de Guadarrama situado entre el valle de Lozoya y el parque natural del Peñalara, al norte, y la Cuenca alta del Manzanares al sur. Son ocho dosmiles puestos en fila para desafiar al montañero.
El sábado más próximo al solsticio de verano es, tradicionalmente, un día/noche ideal para las marchar nocturnas, especialmente la de la Cuerda Larga, que es un clásico del montañismo madrileño. Lo que ocurre es que no siempre se cumple el propósito de hacer una marcha montañera disfrutando de la luna llena. Estos días han sido de tormentas y chubascos en la zona Centro y ha resultado imposible que el tiempo nos regalara una noche clara y templada para caminar. Entraron las nieblas, soplaba un viento helado y una lluvia fría nos ha acompañado hasta la madrugada. Por lo demás, una excelente paseata por las crestas de este sector de la Sierra madrileña, sólo apta para montañeros avezados y un poco ilusos.
Iniciamos el camino en el puerto de la Morcuera (era la una menos cuarto de la noche) y, el lugar de subir directamente a la Najarra, la bordeamos hasta ganar altura en Bailanderos (2135 m de altitud). A partir de aquí nos moveremos por encima de los dos mil metros, hasta superar la cota máxima en Cabeza de Hierro mayor ((2327 m). En Asómate de Hoyos caminamos por ese terreno abrupto, de grandes rocas sueltas que dificultan la marcha debido a la escasez de luz (la que proporcionaban nuestras linternas frontales). La loma del Pandasco nos acerca hasta la más alta de las dos Cabezas de Hierro, donde llegamos a las tres de la madrugada. Hace un frío del carajo y tomamos un tentempié protegidos del viento helador tras el vértice geológico que marca la máxima altitud de este sector serrano. Si subir la Cabeza mayor es trabajoso por lo empinado y largo del ascenso, atravesar la Cabeza menor es un ejercicio de equilibrio entre rocas de gran envergadura, resbaladizas a causa de la lluvia.
En nuestro caminar, enturbiamos la placidez de una vacada, sorprendida por la presencia de tanto bípedo mochilero, y casi la atropellamos. El toro que cuida de la familia vacuna nos mira desconcertado, temeroso de esa pandilla de bípedos alborotadores que casi se da de bruces con él. El pobre, a pesar de sus atributos bien visibles (que, como los Papas medievales, duos habet, et bene pendentes) más que temor da pena al ver su desconcierto.
No eran bastantes los picos que hemos hecho en nuestro recorrido, ya que todavía tenemos ante nosotros la subida al cerro de Valdemartín (2284 m). Por estas trochas nos amanece, cerca de las seis de la madrugada, y empiezan a aparecer los perfiles serranos: el macizo del Peñalara con los Carpetanos, las crestas de Siete Picos y el Montón de Trigo asomando por detrás; al fondo, la segoviana Mujer Muerta. Frente a nosotros, la Bola del Mundo – nuestro objetivo antes de emprender la bajada al puerto de Navacerrada – y, a su izquierda, el peñote impresionante de la Maliciosa. Unas vistas que alegran al cansado montañero y que son un privilegio sólo al alcance de los ojos de los esforzados que castigamos las botas por estos andurriales y a tales horas. La bajada al puerto, desde la Bola (alto de las Guarramillas), es esa interminable pista de cemento que baja en zigzag y que resulta siempre tan aburrida. Pero, bueno, estamos casi al final de nuestra caminata y es cuesta abajo. La amanecida es luminosa, el piorno en flor aromatiza el ambiente, y se camina con la despreocupación de estar a punto de alcanzar el objetivo propuesto: el puerto de Navacerrada, donde nos espera el bus con la ropa seca para cambiarnos y las cafeterías donde tomar ese cafelito reparador que entona el cuerpo y alivia de las penalidades pasadas.
De aquí, regresamos a Madrid dando cabezadas en el autobús. Luego, la ducha calentita, el pijama y unas pocas horas de sueño. Un placer bien merecido tras casi ocho horas de caminata por esos andurriales abruptos.
Las fotos que dejo aquí no son buenas (hechas con una cámara de turista), pero sirvan como testimonio de nuestra paseata nocturna. También queda esa mía, para que se vea de qué guisa terminé la aventura.
El sábado más próximo al solsticio de verano es, tradicionalmente, un día/noche ideal para las marchar nocturnas, especialmente la de la Cuerda Larga, que es un clásico del montañismo madrileño. Lo que ocurre es que no siempre se cumple el propósito de hacer una marcha montañera disfrutando de la luna llena. Estos días han sido de tormentas y chubascos en la zona Centro y ha resultado imposible que el tiempo nos regalara una noche clara y templada para caminar. Entraron las nieblas, soplaba un viento helado y una lluvia fría nos ha acompañado hasta la madrugada. Por lo demás, una excelente paseata por las crestas de este sector de la Sierra madrileña, sólo apta para montañeros avezados y un poco ilusos.
Iniciamos el camino en el puerto de la Morcuera (era la una menos cuarto de la noche) y, el lugar de subir directamente a la Najarra, la bordeamos hasta ganar altura en Bailanderos (2135 m de altitud). A partir de aquí nos moveremos por encima de los dos mil metros, hasta superar la cota máxima en Cabeza de Hierro mayor ((2327 m). En Asómate de Hoyos caminamos por ese terreno abrupto, de grandes rocas sueltas que dificultan la marcha debido a la escasez de luz (la que proporcionaban nuestras linternas frontales). La loma del Pandasco nos acerca hasta la más alta de las dos Cabezas de Hierro, donde llegamos a las tres de la madrugada. Hace un frío del carajo y tomamos un tentempié protegidos del viento helador tras el vértice geológico que marca la máxima altitud de este sector serrano. Si subir la Cabeza mayor es trabajoso por lo empinado y largo del ascenso, atravesar la Cabeza menor es un ejercicio de equilibrio entre rocas de gran envergadura, resbaladizas a causa de la lluvia.
En nuestro caminar, enturbiamos la placidez de una vacada, sorprendida por la presencia de tanto bípedo mochilero, y casi la atropellamos. El toro que cuida de la familia vacuna nos mira desconcertado, temeroso de esa pandilla de bípedos alborotadores que casi se da de bruces con él. El pobre, a pesar de sus atributos bien visibles (que, como los Papas medievales, duos habet, et bene pendentes) más que temor da pena al ver su desconcierto.
No eran bastantes los picos que hemos hecho en nuestro recorrido, ya que todavía tenemos ante nosotros la subida al cerro de Valdemartín (2284 m). Por estas trochas nos amanece, cerca de las seis de la madrugada, y empiezan a aparecer los perfiles serranos: el macizo del Peñalara con los Carpetanos, las crestas de Siete Picos y el Montón de Trigo asomando por detrás; al fondo, la segoviana Mujer Muerta. Frente a nosotros, la Bola del Mundo – nuestro objetivo antes de emprender la bajada al puerto de Navacerrada – y, a su izquierda, el peñote impresionante de la Maliciosa. Unas vistas que alegran al cansado montañero y que son un privilegio sólo al alcance de los ojos de los esforzados que castigamos las botas por estos andurriales y a tales horas. La bajada al puerto, desde la Bola (alto de las Guarramillas), es esa interminable pista de cemento que baja en zigzag y que resulta siempre tan aburrida. Pero, bueno, estamos casi al final de nuestra caminata y es cuesta abajo. La amanecida es luminosa, el piorno en flor aromatiza el ambiente, y se camina con la despreocupación de estar a punto de alcanzar el objetivo propuesto: el puerto de Navacerrada, donde nos espera el bus con la ropa seca para cambiarnos y las cafeterías donde tomar ese cafelito reparador que entona el cuerpo y alivia de las penalidades pasadas.
De aquí, regresamos a Madrid dando cabezadas en el autobús. Luego, la ducha calentita, el pijama y unas pocas horas de sueño. Un placer bien merecido tras casi ocho horas de caminata por esos andurriales abruptos.
Las fotos que dejo aquí no son buenas (hechas con una cámara de turista), pero sirvan como testimonio de nuestra paseata nocturna. También queda esa mía, para que se vea de qué guisa terminé la aventura.
Al menos verían ustedes algún OVNI o la aurora boreal...
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