La verdad es que este jubilata
está hasta la coronilla de tanto turiferario ratzinguerista como ha florecido,
estas últimas semanas, en las tertulias
radiofónicas y demás prensa adicta a la cosa de poder divino. Resultan
monotemáticos, laudatorios hasta el empalago y tan faltos de crítica que uno ha
terminado por hastiarse y está deseando que, de una puñetera vez, se
enclaustren los cardenales en la capilla Sixtina y nombren, previa fumata blanca, otro jefe del estado Vaticano. A ver si la barca de san Pedro tiene nuevo timonel, las aguas del
Tiberíades mediático vuelven a su cauce y las fuerzas vivas del tertulianismo
radiofónico dejen de quemar incienso, que nos tienen atufados con tanta Su Santidad.
A estas alturas del telediario,
uno prefiere las tropelías del asunto
Bárcenas a las babitas místicas que segrega la cofradía de untuosos forjadores
de opinión. Al menos, aquél resulta más jugoso porque no hay día que no salga a
la luz un nuevo atropello, una explicación disparatada de algún político, o una
batería de denuncias judiciales para salvaguardar el buen nombre de quienes lo
perdieron hace tiempo. Lo de los angelicales coros laudatorios del papa
Benedicto es campo trillado y más monótono que una eternidad tocando la lira en
la gloria celestial.
Pues un servidor, no mediatizado por las inacabables tertuliadas, aún recuerda que el cardenal Ratzinger fue nombrado por Juan
Pablo II prefecto de la Congregación para la Doctrina de la Fe, o Inquisidor
General y, como tal, ejerció con eficacia durante años, hasta el punto que le
llamaban el Parzerkardinal. Y, como
si fuera la brigada acorazada Brunete espachurrando rojos, con eficacia
teutónica, laminó la teología de la liberación hasta no dejar casi vestigios del
Concilio Vaticano II ni del compromiso de la Iglesia con los desheredados de la tierra. Lo cual no hay
que buscarlo en el séptimo infierno del Dante, sino en los papeles que
conservan la memoria histórica del único intento conocido de la Iglesia por tomar partido, en cuanto institución, con los desahuciados de la sociedad.
Como inquisidor general llegó a
la conclusión de que la teología de la liberación interpretaba el mundo bajo el
esquema de la lucha de clases, lo que era un peligro fundamental para la fe de la Iglesia. Con esta visión,
no es extraño que al teólogo Leonardo Boff, en 1985, le montara un proceso
digno del seguido contra Galileo y le prohibiera ejercer la enseñanza. Y gracias,
que ya no estaban los tiempos para convertirlo en chicharrones en la hoguera. No es de
extrañar que el obispo de Recife, Hélder Cámera, se lamentase unos años antes:
si doy de comer a los pobres, me llaman santo; si pregunto por qué son pobres,
me llaman comunista.
La verdad es que aquel trabajo lo
hizo con eficacia germánica y la Iglesia, bajo su predecesor, se convirtió en
un berenjenal de congregaciones místicas tipo Opus Dei, Legionarios de Cristo,
Neocatecumenalistas que predican no ser su reino de este mundo, pero se alían
con los poderosos y ocupan, subrepticiamente, parcelas de poder terrenal. Lo que no le impidió al cardenal Ratzinger, desde el
Vaticano y con toda discreción – como suelen hacer estas cosas – interceder por
el dictador Pinochet cuando estaba arrestado en Inglaterra por crímenes contra
la humanidad.
En fin, el improbable lector
perdonará que me meta en este tremedal teológico, pero un servidor veía con
mucha simpatía a aquellos eclesiásticos comprometidos con los problemas
sociales, que incluso dieron testimonio con sus vidas, como monseñor Romero o el padre Ellacuría y sus compañeros. Además, no es difícil entender que, de la misma forma que acabó con
lo mejor que tenía la iglesia católica, ha sido incapaz de poner orden en la
misma, con esos turbios asuntos eclesiásticos que se cuecen entre las
bambalinas del Vaticano. Consciente de ese fracaso, derrotado, anciano y enfermo, se va.
Tampoco tiene nada de especial.
Aunque, quizás, sí. Sí tiene de
especial que algún papa se apee de la silla gestatoria o del papamóvil y dimita, mientras que aquí no
dimite ni político inepto, ni corrupto acreditado, ni dios que los crió. Se ve que están
muy imbuidos de su sagrada misión. ¡Señor, Señor, qué cruz!
Excomulgatus es!
ResponderEliminarQué buena frase la del obispo Helder Camera. La tengo entre mis favoritas. Lástima que el nuevo Papa sea este Bergoglio, coterráneo mío a mi pesar. Nada va a cambiar en la Iglesia, amigo, si está Bergoglio.
ResponderEliminarAlbur!