miércoles, 27 de marzo de 2013

Entre cabezada y cabezada, Bach


A ver cómo le explica este jubilata al improbable lector que, este domingo, ha estado dando cabezadas durante la audición de La Pasión según San Mateo, del maestro Bach. Eso de sestear mientras la Orquesta y Coro nacionales, más la escolanía de niños, desgranaban el texto del evangelista musicalizado por don Johann Sebastian es de una mediocridad tal que uno debería ser, con toda justicia, borrado del libro del Paraíso. Y me refiero a ese paraíso donde el goce estético es el premio que alcanzan aquellos que logran desprenderse de las cascarrias socio ambientales y transcienden – aunque sólo sea un ratito - las vulgaridades de cada día.

No sé si lo he dicho otras veces, pero la Pasión según San Mateo, de Bach, fue una de las primeras audiciones a las que tuve la suerte de asistir al poco de venirme a vivir a Madrid. Andaba yo todavía con el pelo de la dehesa y, en el proceso de desbastamiento provinciano, me pasaba los días corriendo de un museo a una exposición, de allí al teatro o una conferencia, hasta que empecé a asistir a los conciertos de la Orquesta Nacional en el Teatro Real.

Si tenías enchufe, podías entrar gratis en el Real.  Tú esperabas discretamente en la puerta y, cuando el concierto estaba a punto de empezar, el conserje, sobornado por alguien que conocía a alguien al que tu conocías, te dejaba entrar y te ponían una sillita en un rincón. O bien, como cuando fui iluminado por la gracia del dios padre Bach, te mandaban a las galerías de por encima del gallinero, allí donde estaban colgados los focos, y veías a la orquesta como pequeñas cucarachas negras afanándose sobre sus instrumentos. El sonido ascendía en vaharadas hacia las bóvedas del auditorio, semejante al incienso que se quema   ante el altar, y te envolvía en su gracia santificante, arrebatándote hasta ese cielo donde sólo los elegidos – y  unos pocos enchufados, como nosotros ­– podían gozar del paraíso sin ningún merecimiento especial.

Recuerdo aquella Pasión como si hubiera sido una revelación divina. De Herr Bach uno no tenía mayor idea y oír aquellos coros fue lo más parecido al éxtasis que un pardillo puede experimentar. Dudo mucho que nuestra mística Teresa de Cepeda hubiese vivido un deliquio tan intenso. Resultó una experiencia tan arrebatadora que casi ni me di cuenta de que toda la audición me pasé de rodillas. Y no por devoción, sino de pura necesidad. El banco estaba ocupado por otros más madrugadores, así que me puse en un extremo de la galería, arrodillado y con la cabeza asomando por entre la barandilla. Desde entonces creo en dios padre Bach y, ahora, además, en su profeta Ton Koopman.

Dicho lo dicho, difícilmente puede entenderse lo de las cabezadas en el concierto de hoy, menos si es Ton Koopman quien dirige. Ya en una temporada anterior tuve la suerte de verle dirigir también en el Auditorio Nacional y me sorprendió la forma en que es capaz de mover aquella  masa coral y la orquesta, sentado ante un órgano positivo, agitando los brazos, llevándose las manos a la boca para frenar el impulso excesivo de los vocalistas, boqueando como quien acompaña a los cantores con su propia voz, y con una expresión divertida y picarona, como de estárselo pasando estupendamente mientras pone orden en aquella masa.

En mi descargo puedo decir que este sábado me lo he pasado andando por tierras del río Tajuña, entre Abándanes y Cortes de Tajuña, ida por el río y vuelta por el páramo. No es que disfrutar de la naturaleza sea un obstáculo para disfrutar, al día siguiente, de una buena sesión de música clásica, pero es que uno ya no es un mozalbete y tanta actividad le pasa factura en forma de cansancio a tanto el kilómetro. Y eso fue, lo que este jubilata no descansó por la noche le pasó factura en forma de sopores en el Auditorio Nacional el domingo por la mañana.

Por cierto que en esos páramos de Guadalajara puede haber tanta belleza como en una suite para violonchelo del inefable Bach, salvando todas las diferencias, si cambiamos notas musicales por  paisajes. No lo creerá el improbable lector, pero con las botas de caminar, con los ojos ansiosos de paisaje, uno puede describir una sinfonía de colores, de aromas, de soles y lluvias y de silencios. Y, lo que es mejor para los que somos simples mortales, no es necesario ser un divino Bach, basta con acercarse a la naturaleza con una predisposición simple, sin prejuicios asfaltícolas y con el espíritu abierto a los cuatro vientos. La inspiración viene sola, mientras escribes con tus pasos sobre el pentagrama de los caminos.

Lo prometo, la próxima vez que vuelva a quedarme sopa en un concierto me voy a cabrear pero mucho, muchísimo…

3 comentarios:

  1. Ton Koopman Moratalla27 de marzo de 2013, 14:13

    Lamento comunicarle que yo también he echado una cabezadita mientras leía su comentario. No me lo tome a mal, por favor.

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  2. Bach is God! Bach es la música del Universo.
    Por otra parte, Juan José, ya estás grande para esos trotes, hombre.

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  3. "Dudo mucho que nuestra mística Teresa de Cepeda hubiese vivido un deliquio tan intenso. Resultó una experiencia tan arrebatadora que casi ni me di cuenta de que toda la audición me pasé de rodillas. Y no por devoción, sino de pura necesidad. El banco estaba ocupado por otros más madrugadores, así que me puse en un extremo de la galería, arrodillado y con la cabeza asomando por entre la barandilla"
    Qué genialidad digna de Jadiel Poncela. Debería atreverse (si no lo ha hecho) con un relato largo o una novela.
    Salu2

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