“Cuenta Cide Hamete Benengeli en la segunda parte de esta historia y tercera salida de Don Quijote…” que siendo Sancho Panza gobernador de la ínsula Barataria salió de vigilancia con la ronda nocturna, y un par de alguaciles atraparon y le trajeron a un mozo un tanto deslenguado y poco respetuoso con la autoridad del flamante gobernador. Éste le amenazó con cargarle de cadenas y hacerle dormir en la cárcel. El otro porfiaba con que en la cárcel no había de dormir, por mucho gobernador que él fuera.
Entre tantos dimes y dirétes, al final, el mozo se explicó: “Presuponga vuestra merced que me manda llevar a la cárcel y que en ella me echan grilletes y cadenas, y que me meten en un calabozo… Con todo esto, si yo no quiero dormir y estarme despierto toda la noche sin pegar pestaña, ¿será vuestra merced bastante con todo su poder para hacerme dormir, si yo no quiero?”
Perdonará el improbable lector este adobo y revoltijo del texto cervantino y el de mi propia cosecha, pero se me ha ocurrido por aquello de que estos días celebramos la fiesta del libro y de alguna forma hay que homenajearlo.
Cuando este jubilata ha releído últimamente esta aventura sanchesca le ha dado por trasladar el asunto a la actualidad, porque, mutatis mutandis, parecemos encontrarnos en situación similar. Que las musas del Parnaso me perdonen el agravio al comparar a la actual autoridad competente con Sancho Panza. Más sensatez había en éste que demuestra tener aquélla.
Conocidos los recortes sistemáticos en la educación pública en estos últimos años; sabida la política deliberada de des-culturización y des-conocimiento a la que están sometiendo a las capas sociales con mayores problemas de acceso a la educación, la impresión que se saca es la de que pretenden cargar a los ciudadanos de este país con las cadenas de la ignorancia y hacerles dormir en el calabozo de la incultura por largos años. Solo que no parece el personal muy dispuesto a pegar la pestaña y dormirse en esa prisión de la ignorancia provocada a sabiendas, por muchos grilletes y cadenas de recortes educativos que le echen encima. El libro es una buena llave para abrir las celdas de esa prisión.
Porque el libro siempre ha sido un vehículo de conocimiento que está al alcance de cualquiera, y el conocimiento es una forma de libertad para la que no hay que hacer grandes revoluciones. Basta tener el empeño en no dormirse en el trullo al que la política antisocial nos está condenando. Basta tener los ojos abiertos, la mente despierta y un libro en la mano. Porque el libro es mucho más que un negocio de editoriales o de autores afamados, es una herramienta que apenas necesita instrucciones de uso y es de fácil adquisición.
El libro, piensa este jubilata, hace libre a quien lo lee. Y aunque la política carcelaria – en lo cultural, aparte otras – de quienes mandan en nombre del amo neoliberal, convierta este país en un yermo de ignorancia, bastará el empeño en mantenerse despierto para que no haya cadenas bastantes en este chiringuito - que han dado en llamar “la Marca España ” - para adormecernos con el rún-rún de su neolenguaje que todo lo supedita a la macroeconomía.
Recordará el improbable lector la novela de Ray Bradbury Fahrenheit 451 y aquella sociedad donde quien tenía un libro era un elemento peligroso. Ahora, que los métodos represivos pasan por el control de mentes y voluntades a través de la omnipresente ideología dominante, les resulta más útil desactivar culturalmente a las masas que quemarles la casa donde guardan los libros. Ahora, un tal ministro Wert – sonriente y tertuliano profesional – hace esa labor sin estridencias. Dice ser ministro de la cosa de la educación y la cultura, pero si bien se mira, está más cerca de ser aquel pícaro bachiller Trapaza. Un político llevando con dignidad el cargo de la educación nacional es otra cosa. Cargo, por otra parte, para el que no parece valer ni tener mayores merecimientos.
Nosotros tampoco nos lo merecemos. Ni a él ni a quienes mandan a los pájaros gaviotos que nos analfabeticen en su propio provecho. Somos ciudadanos, no burros de ramal.
Como dice la sentencia latina: Tolle, lege.
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