domingo, 5 de mayo de 2013

Una de percebes.-


Para un profano, un percebe es un molusco con aspecto de pedúnculo rematado por una uña, aferrado a una roca. Hervido con agua y sal, sin más aditamentos y puesto en el plato, resulta sabroso al paladar, sobre todo si se acompaña con un ribeiro blanco y bien frío. Eso en lo que respecta a la gastronomía.

Pero en lo que respecta a la política, el asunto percebe pierde toda su gracia y se convierte en una especie indigesta. El percebe político, lo mismo que el de mar, se agrupa en grandes colonias, solo que en el primer caso las llamamos partidos mayoritarios. Sus individuos se aferran a la roca del poder y aguantan todos los embates con el único objeto de sacar provecho de su situación y perdurar indefinidamente, aunque las tormentas sociales arrecien y la resaca del cabreo social sea un murmullo sordo que se va encrespando cada vez más.

También está el percebe conformista, el que no se atreve a moverse de su sitio por miedo a perder pequeñas ventajas que, de todas formas, le van arrebatando a pocos y con la amenaza de que, si se mueve y protesta, le sobrevendrán mayores males. Es esa masa social temerosa a la que los tiburones (financieros, banqueros, empresarios depredadores, políticos serviles) están diezmando a grandes bocados.

La idea del percebe, entendido como especie gregaria aferrada a su parcela de poder (caso del político), o a sus temores ante peores tiempos (caso de la masa social), no es mía. Yo sólo la aprovecho porque me viene al pelo. La idea, digo, es de mi amiga Rosa María Artal, quien ha publicado Salmones contra percebes. Cómo ganar la partida a quienes rechazan cambios políticos y sociales. 

En un juego irónico nos propone esta alegoría de salmones remontando la corriente en busca de aguas limpias, frente a percebes amarrados al pedrusco del poder o del temor al cambio. Dos formas en las que los individuos estamos viviendo la sociedad actual. O somos atrevidos y luchamos por el cambio a mejor de la sociedad, o somos temerosos y nos escudamos en la masa compacta como única defensa a nuestra fragilidad individual, y a ver cómo capeamos el temporal.

Este jubilata, cuya pensión no alcanza para muchas degustaciones, también había pensado algo sobre el paralelismo entre casta política y moluscos. Solo que él se había inclinado más por los lamelibranquios, esos bivalvos acéfalos, encerrados en su doble concha que les impide todo contacto con la realidad exterior. ¿Se imagina el improbable lector un percebe sensible ante las cuestiones sociales? Si es un acéfalo, ¿con qué va a pensar? Pues imagínese un político acéfalo lamelibranquio, perpetuado en las agarraderas del poder, mostrando alguna sensibilidad ante los desahucios o el paro.

No negaba don Miguel de Unamuno – puesto que no tenía experiencia en contrario – que quizás los cangrejos, en el interior de su caparazón, resolviesen raíces cuadradas. Nosotros, que no hilamos tan fino como él, tenemos el convencimiento de que estos bivalvos (“acéfalos”, no lo olvidemos) que llamamos políticos, bajo su doble caparazón, son incapaces de entender la desmoralización en que estamos sumidos los ciudadanos. 

Ellos se limitan a asomarse un poco entre sus conchas y asegurar, desde su acefalia congénita,  que la virgen del Rocío creará puestos de trabajo - como dijo esa devota de  las soluciones celestiales, la nunca fogueada en el mercado laboral ministra de Trabajo Báñez -, o que los números macroeconómicos abren una esperanza de recuperación económica, como anda diciendo el aprendiz de brujo Montoro. Eso cuando no nos ilumina con su presencia - a través de  la plasmatoria del televisor - don Rajoy pidiendo paciencia a seis millones de parados porque esto, tal como él lo está montando, en cuatro días queda resuelto el asuntillo y volvemos a ser un país de siesta y birra para todos.

Como el jubilata que esto escribe está convencido de que los galápagos no hacen trigonometría, los cangrejos no resuelven raíces cuadradas y los lamelibranquios (bivalvos encapsulados y sin cabeza)  de la política están embarullando las cuentas para que siempre nos salga a pagar, prefiere enfrascarse en la lectura de Salmones contra percebes. Así, al menos, la fábula de salmónidos y moluscos le aclarará un poco las ideas. Y, ya puestos, opte por nadar contra corriente como un salmón, aunque un poco reumático, que la edad no perdona, oiga. 

2 comentarios:

  1. La mar de interesante, eso de estar gobernado por percebes...

    ResponderEliminar
  2. Acisclo Azpilicueta6 de mayo de 2013, 16:22

    Ni percebes ni lamelibranquios de esos. Son besugos, hombre

    ResponderEliminar