Anda estos días el jubilata
haciendo filosofía de mesa camilla, forma de decir que está dándole vueltas al
cupo de intelecto que le ha correspondido en suerte. Ya que tiene en su haber
una no sobrada, pero sí suficiente, capacidad natural para la reflexión - que
la naturaleza le otorgó gratuitamente - y mucho tiempo para dedicarle, lleva
unos días leyendo textos que hablan de textos filosóficos. El improbable lector
dirá: ¿Y a mí, qué? Pues eso – piensa el jubilata – como al poco probable
lector le tiene sin cuidado, razón de más para dedicarse a sus filosofancias,
con independencia de ser leído o no.
Decir que actualmente no se hace
gran Filosofía al estilo de los sistemas filosóficos clásicos (como los de
Aristóteles, Kant, Hegel…) no es decir gran cosa. La tendencia en esta sociedad
posmoderna y pos-cualquier-cosa es la de ocuparse de temas que tienen más que
ver con asuntos culturales y éticos, como la sociedad líquida que ha perdido
sus referentes éticos, o los problemas éticos que plantea el mercado
globalizado, o los que plantea la investigación biológica, o la tecnología. La
filosofía, aunque siga interesada en la comprensión total del mundo y del ser, parece más
dedicada a la parcelación por especializaciones. Vivimos en tiempos de
especialización y cada campo es un cosmos en el que investigar, sin que nadie
se atreva a integrarlos todos en un gran sistema que los abarque.
Aparte los límites que, según
parece, se imponen hoy en día al pensamiento filosófico, dada la complejidad de
nuestra sociedad, resulta que la filosofía se mueve en un campo ambivalente, a
medio camino entre la ciencia y la literatura. Como la ciencia, se mueve por
conceptos; pero, mientras que aquélla da explicaciones verificables por
experimentación, la filosofía no puede hacer demostraciones empíricas. Solo
puede convencer o seducir mediante el recurso a técnicas de lenguaje que se
asemejan a la
literatura. Ha de manejar sus conceptos de tal forma que
capten la atención del lector para hacerlos comprensibles, de la misma forma
que un novelista nos presenta un relato verosímil pero no demostrable por
referencia a la realidad.
Un penoso destino el del filósofo de hoy, obligado a transformar
su proceso intelectual en un relato comprensible para el hombre actual, poco
dado a reflexionar sobre conceptos conspicuos, quien necesita de una “historia”
atractiva a su imaginación para no perderse en abstracciones de difícil
desentrañamiento.
Lo dicho aquí arriba tiene que
ver con que, según una reseña sobre la obra del filósofo alemán Odo Marquard (a quien el
jubilata no tiene el gusto de conocer), la filosofía ha de adoptar un estilo ligero para
hacerse representable. Según este autor, es tan breve la vida y tan escasa la
capacidad de atención de los humanos en general, que la única vía de la
filosofía para hacerse comprensible es la de la ligereza en su exposición. Esto
es, expresar sus conceptos de forma que cada hijo de vecino sea capaz de
comprender sus presupuestos. Lo que debe ser la hóstrica de difícil, eso de
expresar un pensamiento complejo de una forma liviana para que los individuos,
acostumbrados a vivir en una sociedad cambiante, gaseosa y con escasos
fundamentos sólidos, sean capaces de leer y entender cosas de tanta seriedad.
El jubilata – como se ha dicho
más arriba – al menos se pone a la tarea y lo intenta. Decepcionado por esa
falta de adecuación entre el discurso de políticos, economistas, tertulianos
verbosos, sesudos analistas de realidades fluctuantes, y la dura realidad
social que vivimos como una losa, piensa que la filosofía, en su grado más
elemental y adecuado a las entendederas de un profano, le proporciona asideros
sólidos contra los envites de neolenguas, falacias interesadas, medias-verdades y todas
esas tropelías que están cometiendo con el lenguaje para embrutecer nuestra
capacidad de discernimiento.
De consolatione Philosophiae, lo llamaban los antiguos.
Bueno, es difícil no dar la razón a Odo Marquand en estos tiempos televisivos y de pantallas en general. Yo creo que cualquier pensamiento que no pueda representarse en una imagen ya no vale hoy en día. Marquand se quedó corto.
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