El tiempo es una apisonadora que
avanza lentamente. Cuando alguien ha sufrido una avería física que tiene fecha
de caducidad, sabe que con paciencia y alguna dosis de optimismo las cosas
vuelven a su ser. Lo de la paciencia es inevitable, lo del optimismo es opcional,
pero conveniente; una y otro no curan las averías del cuerpo, pero ayudan a
sobrellevarlas, mientras el transcurso del tiempo va haciendo el resto.
Tras dos meses y medio ejerciendo de
perniquebrado a tiempo completo, tras gastar tres juegos de tacos para las
muletas, la invalidez es un huésped molesto que empieza a hacer las maletas y a
poner cara de querer irse sin que, quien lo lleva sufriendo durante tantas
semanas, lamente su ausencia. Porque, la verdad sea dicha, ser un inválido es
un coñazo. En este caso, el paso del tiempo es un aliado y el calendario un
amigo plasta que camina despacito pero inexorablemente; mientras, los osteoblastos van soldando el hueso y el
paciente (paciente y optimista por conveniencia) se entera de algunos entresijos de su anatomía.
Este jubilata, la verdad, hasta que
no se ha visto en esta situación, ni sabía que tenía osteoblastos, ni que estos
se generasen en el periostio y la médula ósea. De la geografía anatómica, sus
mecanismos y sus funciones, por lo que se ve, tenemos conocimientos más bien
escasos. Se nos tiene que romper algo para que nos enteremos. Así que, como
quien dice, tocamos de oído. Nuestro cuerpo es un instrumento complejo que
usamos con el mismo desconocimiento que un sordo melódico puede tener para
discriminar entre el sonido de una tuba y el de un fagot.
Lo del símil musical me ha venido a las
mientes leyendo un articulito según el cual, una experiencia hecha con varios
violinistas afamados, demuestra que éstos son incapaces de distinguir –tocando
a ciegas – entre un Stradivarius y un violín de factura actual. Imagínese el
improbable lector cómo los simples mortales vamos a ser capaces de conocer
todas las teclas que conforman esta especie de orquesta que es nuestra anatomía.
A ver quién coños es capaz de pararse a pensar que, cuando nos tomamos el
pinchito de tortilla, estamos empleando músculos masticadores con nombres tan
raros como masetero, temporal, pterogoideo inferior y superior. Masticamos,
tragamos, y lo que ocurra en el interior de nuestras tripas es cosa de mecánica
digestiva que no nos compete.
De la misma manera, el inválido
provisional cojea por la vida ignorante de que osteoblastos y periostio están
remendando su peroné. No tiene otra obligación que llenar las horas mientras la
rueda del tiempo avanza lenta pero tenaz, los osteoblastos hacen su trabajo y
el calendario se va llenando de crucecitas hasta formar un cementerio de tumbas
bien alineadas, cada día con su cruz encima.
El día que el jubilata
convaleciente pueda caminar sobre sus dos pies va a tener un serio problema, porque a ver de qué va a hablar en su
bitácora. Chascarse un hueso es un enorme fastidio, pero le da materia de
entretenimiento y, con un poco de habilidad, puede sacar materia para hablar de
ello durante dos meses y medio. O más, depende de su habilidad narrativa y de la
paciencia del sufrido lector. Hoy, sin ir más lejos, los osteoblastos esos, con
su labor discreta, han sido excusa perfecta. Mañana, quizás, las sorprendentes
aventuras de la rehabilitación le den
materia para dos o tres semanas más.
Y cuando no, ahí están los
políticos con sus genialidades diarias para ser materia de inspiración. Sin ir
más lejos, podría haber hablado de la lideresa Espe y su aventura del carril
bus (acabo de leer "La rebelión de los pinjos"), pero ya ha corrido mucha tinta con eso. Hablar de los osteoblastos, sin
duda, es mucho más original.
Pero ¿es cierto que está todavía escayolado? Ne imagino que, para compensar, estará viendo partidos de fútbol a diario...
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