Pero, si el improbable lector se
para a pensarlo, caerá en la cuenta de que la palabra “banco” no es un término
unívoco y no solo se refiere al fraude múltiple que llaman recesión; también es
un asiento, parte del mobiliario urbano que puede verse en los parques
públicos. Es instrumento muy útil cuando uno se mueve con muletas, como un
servidor ha podido experimentarlo en estos últimos tiempos.
El banco, el de sentarse, cumple su función social de forma discreta, casi sin que nos demos cuenta. Suele
pasar desapercibido para quienes tienen andares ágiles, pero son un refugio
para aquellos de caminar renqueante, paso tuerto, inseguridad motora, o
cualquier otra forma de cojera permanente o temporalmente sobrevenida. Este
jubilata, sin ir más lejos, ha experimentado su utilidad a lo largo de las
últimas semanas y puede asegurar que los parques públicos, sin bancos, serían
como un mar sin puertos donde atracar tras dura travesía.
Por eso, por lo modesto de este
mobiliario, un servidor no había caído en la relación que pudiera haber entre
ellos y las elecciones al Parlamento europeo el próximo mes de mayo. Seguro que
el improbable lector, así al pronto, tampoco le encuentra afinidades, pero haberlas haylas; parecerá mentira, pero en el ayuntamiento se han dado cuenta. Lo que da idea de lo privilegiadas que
son las mentes de los asesores que los políticos tienen en nómina.
A ninguna de las personas que utilizamos los bancos del parque del Calero se nos podría haber ocurrido la relación que pudiera haber entre el sillón al que aspira el señor Arias Cañete en Bruselas, a partir de las elecciones de mayo, y el modesto banco de patas de hierro y travesaños de madera en que nos sentamos.
A ninguna de las personas que utilizamos los bancos del parque del Calero se nos podría haber ocurrido la relación que pudiera haber entre el sillón al que aspira el señor Arias Cañete en Bruselas, a partir de las elecciones de mayo, y el modesto banco de patas de hierro y travesaños de madera en que nos sentamos.
La verdad, es difícil imaginar que
haya una relación entre el sillón en el Parlamento europeo, con su buen sueldo,
tan cómodo, con su aire acondicionado en la sala, su conexión a internet
y sus botoncitos para votar sí o no, según lo mande el jefe de filas de
la bancada, y el banco de madera expuesto a todas las intemperies: trabajado
por los resoles veraniegos, los hielos invernales, las lluvias; con sus cagadas
resecas de palomas, sus pintadas, sus tablas a veces rotas, sus cáscaras de
pipas o sus colillas regando el entorno. Pero sí, sí la hay – relación, digo –
y los asesores de campaña del PP madrileño han caído en la cuenta.
No se sabe bien cómo han llegado a
la conclusión de que un culo descansando en un banco público tiene muchas
posibilidades de votar al señor Arias Cañete en las próximas europeas si, de un
día para otro, el ayuntamiento retira los bancos viejos del parque y pone otros
nuevecitos. Y eso es lo que acaba de ocurrir en el parque del Calero, nos han
cambiado los bancos viejos por otros recién salidos de fábrica. Precisamente en época de elecciones.
Según la lógica
de los diseñadores de campaña del PP - por lo que me malicio -, en un banco público recién estrenado, se sientan
muchos culos cuyos propietarios agradecerán el detalle dándoles su voto. Es una
forma de suponer que muchos ciudadanos votan según la comodidad de sus postrimerías anatómicas y
conviene aprovecharse de tan escaso discernimiento.
Este jubilata, cuyo viejo nalgatorio le sirve para sentarse y no para tomar decisiones, convencido de que no debe
confundirse el culo con las témporas, hará lo posible con su modesto voto para
que el ministro Cañete no culmine su carrera política con una jubilación cómoda en un cementerio de elefantes con traducción simultánea como es el Parlamento europeo.
Aunque no se lo crean los organizadores de la campaña, un culo no siempre es un voto.
Aunque no se lo crean los organizadores de la campaña, un culo no siempre es un voto.
No hay comentarios:
Publicar un comentario