domingo, 15 de marzo de 2015

Prólogo para una edición que nunca fue.-

Decía un profesor mío en la facultad de Filosofía y Letras que un prólogo es lo que se escribe después del libro pero se pone antes y nadie lee ni antes ni después. Así que, si el improbable lector quiere saltárselo, no pasa nada por omitir ese engorro de lectura. Los prólogos son como ese amigo impertinente que, cuando esperas dedicarte a algo interesante, te tira de la manga para llamar tu atención y te entretiene con nimiedades.

Pero una cosa es que el lector se salte el prólogo y otra muy distinta que el autor no cumpla con la obligación de redactarlo. Y en este caso, el autor tiene la doble obligación de hacerlo: primero, porque no hay obra de cierta enjundia que no lo lleve, y en este caso, sea enjundiosa o no, esta obra es el esfuerzo de varios años escribiendo relatos, y conviene que se sepa; segundo, porque hay que explicar la razón de esta edición de andar por casa.

El lector ya se habrá percatado que este librito no tiene ISBN, ni Depósito Legal, ni editorial, ni pie de imprenta, ni colofón. No tiene ninguno de esos elementos que identifican un libro impreso con todas las de la Ley. Tampoco se trata de una edición pirata, sino casera, hecha en el ordenador personal y, como dicen los franceses avec les moyens d´abord; o sea, con los recursos que uno tiene a mano, a falta de un editor profesional y de una imprenta donde imprimir todas estas historias reunidas bajo el título: SI YO TE CONTARA…

Lo de la ausencia de editor profesional no es porque le falten las  ganas al autor, sino porque quien los ha escrito no tiene ni nombre conocido, ni valedores en ese mundo editorial. Es cierto que quien esto escribe tiene nombre propio, incluso pseudónimo con el que firma sus cuentos, pero como autor literario nunca asomó la cabeza sobre la mediocridad circundante, así que es fácil de entender que ningún editor se arriesgase a publicarle. 

No entra dentro de las buenas prácticas comerciales encontrarse con un montón de ejemplares sin vender y ocupando espacio en los almacenes. Eso un servidor lo comprende y no se hace mala sangre por ser un autor ignorado. No están los tiempos para tirar recursos, ni para fiarse de escritorzuelos que aspiran a una parcelita de la gloria literaria sin mayores merecimientos. No hay más que ver la cantidad de concursos de relatos que se convocan cada año, y la cantidad de incautos que aspiran al Parnaso literario.

Lo cierto es que, en este oficio inútil de escribidor, este prologuista y cuentista lleva ya una docena larga de años, coleccionando  cuentos en el disco duro del ordenador. Hace unas semanas, el ordenador se averió y lo llevé al técnico. Cuál no sería mi disgusto cuando descubrí que parte de los archivos había desaparecido. Escarmentado al ver la pérdida de tantos relatos por culpa de una simple avería y falta de previsión por mi parte al no haber guardado copias, decidí que podía hacer una selección y publicarlos.

Sea como fuere, este autor y autoeditor improvisado agradece, y mucho, a quienes le han sacado algún cuento en papel impreso y a todos sus lectores vía correo electrónico. A fuer de sincero, es de justicia reconocer que la mayoría de los lectores son público cautivo, ya que sus direcciones electrónicas están registradas en mi cuenta de correos y, cada vez que perpetro una genialidad, corro a enviársela sin pedirles permiso. Deben entender que, al remitírselas, no se hace por fastidiarles sino por cultivar la menguada autoestima de escritor en las sombras. Porque, - ya comprenderá el paciente lector –, resulta muy duro pasarse una semana escribiendo un cuentito de dos o tres páginas y no encontrar un lector misericordioso que diga: voy a leerle un rato a este pesado, se ha tomado tanto trabajo el pobre…

Para terminar: en este volumen se han recogido dos o tres cuentos por año, desde 2002 hasta 2013.  La temática es variada y responde, en el mundo de la imaginación, a hechos o situaciones que han ido surgiendo a lo largo del tiempo y que han quedado plasmados en estas historias, a veces irónicas, a veces absurdas, pero siempre manipuladas. No se trataba de reflejar la realidad cruda – es muy ingrata, la puñetera –, sino de retorcerle la nariz a esa misma puñetera realidad para que haga muecas  y nos podamos burlar un poco de ella con sus absurdas gesticulaciones.

Y, si al lector no le gustan las historias que aquí se cuentan, pues ahí tiene la papelera de reciclaje. Nadie lamentará la pérdida, salvo el autor, quien tendrá que resignarse, y definitivamente, a no ser un escritor de culto. 

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