Ser un andarín
impenitente, tanto en variedad montañera como senderista, te lleva a lugares
insólitos o desconocidos donde tus botas te obligan a tratar de comprender por
qué la naturaleza es así, por qué es tan compleja, o simplemente, a preguntarte
por qué lo desconoces casi todo de ella a pesar de que llevas toda tu vida
presumiendo de ser su amante rendido, de profesar la ecología como una religión
con sus dogmas y todo, dentro de la rama de la estricta observancia.
Lo de “tus botas te
obligan…” era una licencia para decir que la afición montañera es más que el
simple caminar y hacer kilómetros, cotas y desniveles; uno no puede andar por
esos montes sin tratar de comprender los parajes por los que transitas y, en la
medida de lo posible, llegar a entender su belleza a través de las formaciones
geológicas y la vegetación que encuentras a su paso. Al fin y al cabo, el
paisaje es la conjunción de una determinada geomorfología con la vegetación
adaptada a los materiales geológicos y el clima de un determinado lugar. O sea,
para no complicarnos la vida: “Qué sitio más bonito”, foto y zapatilla, que aún
queda mucho camino.
Si se ha dicho todo lo anterior es porque este jubilata se anonada ante parajes
como los que transitamos el sábado pasado con Senda Clara por el Valle de los
Milagros, entre Santa María del Espino y Riba de Saelices; o, puestos a
recordar a nuestros antepasados paleolíticos, entre la cueva de la Hoz, en el
cerro Rata, y la cueva de Casares, que vienen a ser los dos signos de paréntesis
entre los cuales discurre el citado valle.
El río Linares, o
Salado, es quien ha labrado este valle y transcurre por entre rocas
sedimentarias, calizas y pizarras, que dan curiosas formas geológicas:
paredones donde pueden verse diferentes capas sedimentarias, alternando arcillas,
conglomerados, calizas y otros lugares donde afloran las pizarras. Todos estos
materiales, distribuidos y modelados según el buen criterio de la madre
Naturaleza, dan origen a formaciones con esa belleza agreste y un tanto tosca
que uno encuentra en los entresijos más profundos de Castilla. Paredones donde
la erosión ha dejado al aire estratos en los que el caminante es capaz de
distinguir areniscas, conglomerados de arcillas y cantos rodados, estratos de
calizas… Y entre las rocas erosionadas, buitreras con las clásicas deyecciones
blancas churreteando por la pared.
El Linares, pequeño
pero caudaloso en esta época del año, discurre a todo lo largo del valle con
esa pereza cadenciosa de los viejos ríos venidos a menos con la edad.
Deslizándose en un suave desnivel, se toma su tiempo en los abundantes meandro;
tan pronto se encaja en las angosturas del valle, retorciendo su curso para
adaptarse al terreno, como se explaya en las pequeñas llanuras y sigue un curso
recto durante unas docenas de metros, o se embalsa en alguna pequeña represa
natural dando la sensación de río acaudalado y abundante en aguas, recuerdo de glorias pasadaS. En general,
su curso es sinuoso, como hecho a propósito para evitar que el caminante se
distraiga con el paisaje y se vea obligado a saltar de una orilla a otra cada
poco trecho. Así, a ojo, dos o tres docenas de veces, siempre con riesgo de terminar dándose un chapuzón.
Este jubilata, a
pesar de andar con un hierro atornillado entre su tobillo izquierdo y el
peroné, salió bien librado del empeño y saltó todas las veces que hizo falta de
orilla a orilla. Y, cada vez que tomaba impulso, no dejaba de pensar que si
algo había de milagroso en este Valle de los Milagros, era precisamente no terminar sentado
de culo en mitad del río en uno de los intentos. Pero no, aquí el caminante es
ave de paso y no forma parte del paisaje, así que los Milagros son otros.
Los Milagros
del Linares son el Puntal del Milagro,
la Peña Eslabrada y el Puntal del Canto Blanco, tres formaciones de rocas
sedimentarias (areniscas, conglomerados, calizas) que se mantienen en pie como
tres grandes torres, destacando sobre el paisaje como atalayas vigilantes que
quisieran proteger tanta belleza agreste como se divisa desde ellas. Lo cual no
fue suficiente frente al gran predador bípedo cuando, en 2005, ardieron todos
estos parajes – miles y miles de hectáreas arboladas de pinos, robles, sabinos
y otras especies – ocasionando la muerte de un retén de bomberos, atrapados en
aquel infierno vegetal flameante.
Hoy aún pueden verse algunos pinos con sus
cortezas ennegrecidas y esqueletos de viejos robles descarnados que arañan el
cielo, como una súplica inútil, con sus ramas secas. Tras aquel vendaval de
fuego que carbonizó los bosques, quedan grandes superficies cubiertas de jara estepa,
algunos rodales de pinos, y ejemplares dispersos de enebros y sabinos.
Un servidor querría
transmitir al improbable lector la sensación de grandeza que se respira en
estos parajes. La grandeza de la Naturaleza que se ha tomado millones de años
en transformar los materiales sedimentarios, en distribuirlos en estratos
irregulares y labrarlos hasta diseñar unos perfiles de formas tan caprichosas y
sorprendentes que el caminante no puede por menos de admirar. Eso sí, con un
ojo puesto en el río porque un chapuzón por culpa de estas distracciones, sobre
todo ahora que estamos en invierno, enfría cualquier entusiasmo estético.
Como yo respeto a la naturaleza procuro no acercarme mucho a ella. Y por eso admiro a las personas como tu que se aprestan al encuentro de lo que aman y no comprenden, por lo tanto. Y admiro aún más que se esfuercen en acercarnos esos lugares a los urbanos impenitentes. Gracias, maestro.
ResponderEliminarEste bello paraje sí que sería el adecuado para un gran casino de juegos y no el otro desierto que se buscaron.... Y además parece que tiene suficiente espacio para un desahogado aparcamiento. ¿Podría dar detalles de con qué ayuntamiento se puede contactar? Muchas gracias.
ResponderEliminarContacta con "PodemosAyuntamiento.es" son muy amables.
EliminarSin duda alguna, ahora que les han cortado el grifo desde el otro lado del charco seguro que le aceptaran de muy buen grado unas buenas comisiones........
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