domingo, 22 de marzo de 2015

Una visita al Reina.-

Andaba este jubilata sumido en algunas reflexiones ante La bebedora de ajenjo, del maestro Picasso, en aquella gran sala blanca del Reina Sofía. Observaba la soledad de aquella mujer anónima que ve transcurrir sus horas vacías ante una copa, aislada del bullicio que se supone existía en los cafés parisinos de primeros del Siglo Veinte, cuando caí en la cuenta de que yo mismo estaba en medio de una cantidad enorme de soledades. Éstas, al contrario que las de la mujer cruzada de brazos,  cargada de espaldas y con mirada ausente, eran soledades superficiales, satisfecha cada una de su propia individualidad y dispuestas a dejar constancia de su cómodo estar en el mundo mediante la cámara fotográfica.

Nunca antes había caído en la cuenta de la falta de sustancia a la que han llegado las visitas a los museos. Quien ha recibido una formación, digamos que tradicional, de observación de la obra de arte, es un observador ausente de sí mismo. Querría un servidor – sin ponerse estupendo –  hacerse entender  por el improbable lector para que éste se haga cargo: quien mira la obra de arte se olvida de sí mismo y de que está allí presente observando; puede que de la observación obtenga un placer estético, puede que tenga la suficiente formación como para conocer sus características formales y técnicas, o puede que, simplemente, se pregunte por qué el artista pintó aquellas figuras planas, a grandes manchas, tan semejantes, a veces, a esas pinturas sin sentido de la proporción o de la profundidad que pintan los niños a modo de juego. Pero el observador, conocedor o no, trata de comprender y se vuelca en lo observado, con absoluto olvido de su presencia ante el cuadro.

Pues, mire usted, resulta que la moda es que no; que el observador es protagonista y lo observado, secundario. En la visita de este jueves pasado, por la mañana, a las colecciones del Kunstmuseum Basel en el Reina, de repente, como quien recibe un pescozón mientras está como ausente, pensando en sus cosas, caes en la cuenta de que los Kandinski, los Derain, los Chagall, Picasso o Bracque… no están allí para ser observados. Están porque son la excusa apropiada en un museo para que los observadores se conviertan en objeto de auto observación complaciente. Cuando un cuadro gusta, siempre hay quien se pone al lado y se hace una foto, convirtiendo esa obra pictórica en pretexto para que se sepa que él o ella estuvieron allí; una especie de onanismo narcisista, una auto satisfacción del propio ego a golpe de pixeles.

Pero, bueno, como este jubilata iba a visitar la exposición Fuego Blanco y las colecciones Im Obergster y Rudolf Staecherlin que el Museo Municipal de Basilea ha traído al Reina Sofía, pues se olvidó de los autorretratantes-de-sí-mismos-con-cuadro-como-excusa y se dedicó a lo que importaba.

Para ser sincero, a veces, las obras que allí se ven terminan siendo un gran interrogante para el observador que carece de elementos intelectuales suficientes para entender por qué, por ejemplo,  Mark Rothko pintó un lienzo negro sobre negro. Por más que te digan que aquello es expresionismo abstracto o hayas leído que él daba un sentido de experiencia religiosa a sus obras pictóricas, sigues preguntándote el porqué del negro sobre negro (el espectador se ve obligado a interpretar la obra y, en cierta manera, participa en ella), y con esa duda te vas al siguiente cuadro, a probar suerte un poco más lejos.

¡Hombre!, te dices, qué curioso, un cuadro en gran formato, blanco y cubierto de una tenue retícula grisácea: autora, Agnes Martin. Y piensas, el título me dará la pista; vas a la cartela y ésta te informa: Park, 1965. Pones cara de decir: "Ah, bueno, ya caigo…" y discretamente te alejas unos metros a ver si un poco más allá tienes más suerte en tus indagaciones. 

Levantas la vista y te tropiezas con un Mondrian, una composición geométrica de cuadros, uno de ellos rojo, en la esquina superior izquierda, los demás blancos, todos separados por gruesos trazos negros. Tiras de viejos recuerdos de cuando estudiabas estas cosas en la Complu o en la Uned: abstracción geométrica, colores primarios, repudio de las percepciones sensoriales y de todo formalismo. “Pero, si yo había venido a pasármelo bien”, piensas; pero es lo que tienen las vanguardias, que se acabó la plácida observación de esa pintura academicista tan facilona, donde un violín sobre una mesa es eso mismo, y no, al modo de Juan Gris, una desestructuración geométrica en una visión simultánea e imposible de todos los planos del objeto.

No querría cansar más al personal hablando en jerigonza de  tendencias vanguardistas. Mejor vaya al Reina Sofía a visitar la  doble exposición (Fuego blanco y ¿La guerra ha terminado? Arte en un mundo dividido). Por mi parte, en la próxima visita pienso llevarme la cámara de fotos y hacerme unos selfis con pintas de connaisseur. Estoy harto de pasarme la visita intentando desentrañar elucubraciones pictóricas de artistas que no se sabe bien si se mueven en el realismo abstracto, el suprematismo, el hiperrealismo geométrico, el constructivismo… Uno ya no tiene cabeza para estas cosas.

1 comentario:

  1. J.J de nuevo acabas siendo mi precursor, pues yo fui al museo al dia siguiente y en efecto mucha gente se hacía fotos delante de los cuadros y mi acompañante hizo lo mismo varias veces, así que somos como siempre, pero con phone Cams o como se llamen, digo. Yo voy constatando que el único lugar museático donde me encuentro como pez en el agua es donde haya obras de Goya (vid. Goya en Madrid, museo del Prado) Vale, tío JuanJosé

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