Me contaba un amigo que, días atrás, había enviado a una amiga suya el enlace de la anterior entrada que yo había colgado en la bitácora (Visita obligada al Reina). Aquélla, después de leerla, le contestó diciendo que el autor era “un cascarrabias en el museo”. No es que uno sea, precisamente, la alegría de la huerta – la timidez no es buena socializadora –, pero nunca me había visto a mí mismo como gruñón o quisquilloso. Claro que el lector suele ver en el escribidor, a través de sus textos, defectos que éste ignora porque tiene una estima tan alta de sí mismo como para atreverse a escribir y publicarlo. Vamos, una especie de selfi, como los que este jubilata, injustamente tachado de cascarrabias, reprochaba a algunos visitantes de museo.
Por
eso, para no verme fustigado por los lectores, esta vez prefiero hablar de la
marcha que hicimos los de Senda Clara por la hoz del río Guadiela hasta la del
río Cuervo, con final en Solán de Cabras. Y, por que nadie diga que soy gruñón, no hablaré de otra cosa que no sea esas impresiones que el paisaje
deja en el caminante. Porque, si de algo puede uno presumir es de su afición a saborear los mil matices visuales, sonoros y hasta olfativos que el
entorno desprende, de la misma forma que el catador es capaz de saborear en un
buen vino sus matices visuales, aromáticos y gustativos. Salvando todas las
distancias, claro. No se puede equiparar a un enólogo de fina nariz con un
machaca que calza unas polvorientas botas de montaña y carga un macuto a las
costillas.
Hablando
de matices olfativos, quizás el caminante apresurado no se para muchas veces a
oler el bosque, y debería hacerlo. No huele igual un pinar que un terreno de
maquia, con sus plantas aromáticas que van desprendiendo sus aromas a cada
pisada: ese olor a tomillo, a romero o a jara. Y en nuestra caminata – sépalo el
improbable lector – olía a boj. Todo el sotobosque estaba cuajado de arbustos
de boj. Es el suyo un olor penetrante, un poco como agrio, con un punto de
amargor, como el de esas ramitas de sabor astringente que uno va mordisqueando
mientras camina, pero matizado por el frescor del bosque.
La
comparación del olor a boj con las características organolépticas del vino (así lo llaman los expertos) no
está traída por los pelos, no vaya Vd. a creer. La uva sauvignon de los buenos vinos bordeleses tiene una molécula que
desprende el mismo aroma que este arbusto. Con la ventaja para el caminante de
que puede respirar a pleno pulmón litros y más litros de aire aromatizado sin
cogerse un pedal que lo deje bolinga.
Caminar
junto a un río, el Guadiela, de aguas azules, y al pie de un paredón calizo
tiene la ventaja de que, para subir al altiplano, hay que hacer un ascenso de
unos 300 m. por un camino serpenteante muy a propósito para despertar las ganas
de darle un tiento al bocata que todo senderista avisado lleva en la mochila.
Pero no, en lo alto del mirador del Armentero entretuvimos las ganas con algún
picoteo, mientras disfrutábamos de las hermosas vistas sobre los farallones que ha labrado el río. De
allí, atrochando por el pinar, hasta la hoz del río Cuervo con la pretensión de
acercarnos al promontorio conocido como Castillo de los Siete Condes. No pudo
ser porque el tiempo apremiaba, así que comimos, teniendo la visión de la
garganta de Solán frente a nosotros. Y de allí, en paralelo a la hoz, a la cruz
de mismo nombre, desde donde podíamos divisar el balneario y embotelladora de Solán
de Cabras a nuestros pies.
El
regreso a casa, tres horas de bus, fue buena ocasión para cerrar los ojos,
descabezar un sueño y soñar que el caminante es un ser un tanto rarito, si bien se mira. Capaz
de darse un madrugón y chuparse unos centenares de kilómetros por carreteras secundarias. Total, para meterse en una especie de túnel boscoso entre
paredones y caminar unos kilómetros para darse un sobo laderón arriba para
seguir caminando por tierras donde no hay más que árboles y matorral. Todo para terminar en un lugar perdido donde te espera de nuevo el bus que te llevará a
casa, sudoroso y cansado.
Pero el caminante, aunque, en opinión de sus amistades asfaltícolas, sea raro como un gato verde, sabe que, en cuanto pueda,
se calzará las botas y volverá a patear esos caminos perdidos por el culo del
mundo. Sarna con gusto no pica, dicen.
A ver cuándo se van a Francia o algún sitio de esos. Yo le sugeriría Toulouse y esa zona del Ródano. Hay algunos monasterios importantes. Hágame caso. Haga lo que yo le digo.
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