domingo, 29 de marzo de 2015

De hoz en hoz.-


Me contaba un amigo que, días atrás, había enviado a una amiga suya el enlace de la anterior entrada que yo había colgado en la bitácora (Visita obligada al Reina). Aquélla, después de leerla, le contestó diciendo que el autor era “un cascarrabias en el museo”. No es que uno sea, precisamente, la alegría de la huerta – la timidez no es buena socializadora –, pero nunca me había visto a mí mismo como gruñón o quisquilloso. Claro que el lector suele ver en el escribidor, a través de sus textos, defectos que éste ignora porque tiene una estima tan alta de sí mismo como para atreverse a escribir y publicarlo. Vamos, una especie de selfi, como los que este jubilata, injustamente tachado de cascarrabias, reprochaba a algunos visitantes de museo.

Por eso, para no verme fustigado por los lectores, esta vez prefiero hablar de la marcha que hicimos los de Senda Clara por la hoz del río Guadiela hasta la del río Cuervo, con final en Solán de Cabras. Y, por que nadie diga que soy gruñón, no hablaré de otra cosa que no sea esas impresiones que el paisaje deja en el caminante. Porque, si de algo puede uno presumir es de su afición a saborear los mil matices visuales, sonoros y hasta olfativos que el entorno desprende, de la misma forma que el catador es capaz de saborear en un buen vino sus matices visuales, aromáticos y gustativos. Salvando todas las distancias, claro. No se puede equiparar a un enólogo de fina nariz con un machaca que calza unas polvorientas botas de montaña y carga un macuto a las costillas.

Hablando de matices olfativos, quizás el caminante apresurado no se para muchas veces a oler el bosque, y debería hacerlo. No huele igual un pinar que un terreno de maquia, con sus plantas aromáticas que van desprendiendo sus aromas a cada pisada: ese olor a tomillo, a romero o a jara. Y en nuestra caminata – sépalo el improbable lector – olía a boj. Todo el sotobosque estaba cuajado de arbustos de boj. Es el suyo un olor penetrante, un poco como agrio, con un punto de amargor, como el de esas ramitas de sabor astringente que uno va mordisqueando mientras camina, pero matizado por el frescor del bosque.

La comparación del olor a boj con las características organolépticas del vino (así lo llaman los expertos) no está traída por los pelos, no vaya Vd. a creer. La uva sauvignon de los buenos vinos bordeleses tiene una molécula que desprende el mismo aroma que este arbusto. Con la ventaja para el caminante de que puede respirar a pleno pulmón litros y más litros de aire aromatizado sin cogerse un pedal que lo deje bolinga.

También, en nuestra caminata por el hondón de la Hoz de Beteta, encontramos matas de avellanos, pero los pobres estaban desnudos de follaje porque aún no ha penetrado en estas tajaduras calizas el calor del sol de primavera. Lo mismo les ocurría a los tilos centenarios arrimados a los paredones labrados a fuerza de erosión y siglos, con raíces agarradas a la roca como manos sarmentosas y ramaje de tonos oscuros, disparado en brazos irregulares buscando la luz que haga brotar sus hojas.  Y, curiosidades que tiene la naturaleza cuando la dejan a su aire, esas pequeñas plantas carnívoras (Pinguicula Mundi dicen los botánicos que se llama) tan mustias y tan fanés que estaban, sin insectos que llevarse a los pétalos. Las vimos con respeto, no por su voracidad, sino por su fragilidad.

Sí daba pena ese inmenso y hermoso pinar de pino negral, con sus bolsas de procesionarias agarradas a las ramas. Verlos infectados producía una  impresión penosa, con esos millares de bolsones algodonosos de los que brotarán, en cuanto se meta el calor, millares y más millares de orugas que van a devorar el bosque. Se ve que las autoridades de Castilla-La Mancha tienen cosas de más preocupación que cuidar sus bosques. La plaga de procesionarias promete ser un finiquito más voraz que el de Bárcenas, diferido hasta que entren los calores. Si doña Cospe no lo remedia. Que no lo remediará, porque mantener su clientela política es más importante que ocuparse de unas puñeteras orugas que ni dan sobresueldos ni largan por esa boca. Pero no es asunto que venga al caso en este momento.

Caminar junto a un río, el Guadiela, de aguas azules, y al pie de un paredón calizo tiene la ventaja de que, para subir al altiplano, hay que hacer un ascenso de unos 300 m. por un camino serpenteante muy a propósito para despertar las ganas de darle un tiento al bocata que todo senderista avisado lleva en la mochila. Pero no, en lo alto del mirador del Armentero entretuvimos las ganas con algún picoteo, mientras disfrutábamos de las hermosas vistas sobre los farallones que ha labrado el río. De allí, atrochando por el pinar, hasta la hoz del río Cuervo con la pretensión de acercarnos al promontorio conocido como Castillo de los Siete Condes. No pudo ser porque el tiempo apremiaba, así que comimos, teniendo la visión de la garganta de Solán frente a nosotros. Y de allí, en paralelo a la hoz, a la cruz de mismo nombre, desde donde podíamos divisar el balneario y embotelladora de Solán de Cabras a nuestros pies.

El regreso a casa, tres horas de bus, fue buena ocasión para cerrar los ojos, descabezar un sueño y soñar que el caminante es un ser un tanto rarito, si bien se mira. Capaz de darse un madrugón y chuparse unos centenares de kilómetros por carreteras secundarias. Total, para meterse en una especie de túnel  boscoso entre paredones y caminar unos kilómetros para darse un sobo laderón arriba para seguir caminando por tierras donde no hay más que árboles y matorral. Todo para terminar en un lugar perdido donde te espera de nuevo el bus que te llevará a casa, sudoroso y cansado. 

Pero el caminante, aunque, en opinión de sus amistades asfaltícolas, sea raro como un gato verde, sabe que, en cuanto pueda, se calzará las botas y volverá a patear esos caminos perdidos por el culo del mundo. Sarna con gusto no pica, dicen.    

1 comentario:

  1. Imeldo Marcos Marcos19 de abril de 2015, 23:56

    A ver cuándo se van a Francia o algún sitio de esos. Yo le sugeriría Toulouse y esa zona del Ródano. Hay algunos monasterios importantes. Hágame caso. Haga lo que yo le digo.

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