Andaba este servidor, jubilata ocioso, buscado asunto para una nueva entrada que colgar en la bitácora, cuando me tropecé con Homero. Bueno, en realidad, con un librito titulado Homero, de José M. Pabón (editado en formato 8º y tapa dura por Labor, en 1947). Por aprovechar la mañana, me había ido a dar una vuelta por la feria del libro antiguo y de ocasión, recién inaugurada, sin idea preconcebida, un poco a ver qué me encontraba.
El
librito de marras no puede decirse que sea una joya bibliográfica, apenas costó
5 euros, pero tenía la particularidad de tener adherido, en su contraportada,
un exlibris de la Escuela de Ingenieros de Caminos, Canales y Puertos. La viñeta representa un templo clásico,
coronado por frontón triangular sostenido por un arquitrabe con triglifos y
metopas que se sustenta sobre un tetrástilo de orden dórico. Ante la escalinata
donde se apoyan las columnas, el escudo de la escuela de ingenieros de caminos
flanqueado por sendas figuras femeninas cubiertas con el peplo clásico. Total,
que lo compré más por el exlibris que por su contenido, recordando aquella
colección fallida que empecé hace decenios y que abandoné al poco tiempo debido
a que era un capricho caro que mi sueldo de funcionario no me podía costear.
Pero,
claro, cuando uno es más lector que bibliómano no se interesa tanto de la belleza formal del libro cuanto de su
lectura. Aunque también, también se disfruta – y mucho – del placer de tener en
las manos estos objetos rectangulares hechos de papel y tinta donde se ocultan
mundos accesibles solo a quienes se zambullan entre sus hojas. Pues eso, que ya
que lo había comprado, no estaba de más leerlo.
Consta
de un estudio preliminar sobre el mundo homérico y de varios fragmentos de la
Ilíada y la Odisea. Cosa de unas pocas horas de lectura que pueden sacarse de
cualquier rato de ocio.
Hacía tantos años que no leía ninguno de estos poemas épicos que me llamó la atención la forma en que el poeta llama a los héroes y dioses, con epítetos que actualmente nos sonarían grandilocuentes. Pero una vez que el lector se deja arrastrar por el poema (más bien prosa en castellano, ya que un servidor de griego clásico anda ayuno) descubre la belleza que hay en llamar a Atenea “ojizarca” (la de los ojos azules), o al rencoroso Aquiles “el de los pies ligeros”, o a la diosa Iris “la de los pies de viento”, o a Eos, la aurora, “la de los dedos rosados”, o hablar de los “Aqueos de hermosas grebas”.
Hacía tantos años que no leía ninguno de estos poemas épicos que me llamó la atención la forma en que el poeta llama a los héroes y dioses, con epítetos que actualmente nos sonarían grandilocuentes. Pero una vez que el lector se deja arrastrar por el poema (más bien prosa en castellano, ya que un servidor de griego clásico anda ayuno) descubre la belleza que hay en llamar a Atenea “ojizarca” (la de los ojos azules), o al rencoroso Aquiles “el de los pies ligeros”, o a la diosa Iris “la de los pies de viento”, o a Eos, la aurora, “la de los dedos rosados”, o hablar de los “Aqueos de hermosas grebas”.
Y si
es a Ulises, en la Odisea, se le llama
indistintamente “divino”, “tracero”, “pacientísimo” (diez años dando tumbos por
el Mediterráneo requería muchísima paciencia); y en el encuentro que éste tiene con
Atenea en las costas de Ítaca, la diosa le llama no sin cierta admiración “malvado,
retorcido, cargado de ardides, ni aun estando en tu patria habías de cesar en
tus engaños…”, aunque ella también reconoce de sí misma tener fama entre los dioses
de ser “tracera y astuta”. De pillo a pillo el diálogo entre la diosa y el
héroe. Y puestos a no ahorrar hermosos epítetos, a Eumeno, el porquero de
Ulises – no confundir con el porquero de Agamenón, del que habla el maestro
Mairena – le llama “divino porquerizo”.
Pero
no solo se encuentran calificativos que hermosean a los personajes, porque en
la querella entre Agamenón y Aquiles menudean los insultos. Cuando Agamenón
tiene que devolver la esclava Criseida, hija de un sacerdote del dios Febo “el
flechador”, y en compensación le arrebata a Aquiles su esclava Briseida, éste,
que era de temperamento colérico, le espeta: “Borracho con ojos de perro y
corazón de cierva”. Sin embargo, no todo son gestos heroicos y luchas
descomunales. La despedida de Héctor y Andrómaca en las puertas Esceas, antes
de salir aquél a enfrentarse con Aquiles, es un episodio de tanta ternura que
sorprende. Quizás el improbable lector de esta bitácora debería dedicar un poco
de tiempo al libro VI de la Ilíada y leer este episodio.
Volviendo
a los epítetos homéricos, tuve la mala ocurrencia de hacer una transposición de la
edad de bronce de los héroes aqueos y troyanos a nuestra edad de grafeno y
wasap. Me puse a pensar qué tal sentaría decir, por ejemplo, de doña Cospe “diosa ojigarza, tú que riges el sublime consejo castellano-manchego”; o advertir al don Mariano, como Apolo le advierte a Diomedes, "No te iguales en tu pensamiento a los dioses, oh, prócer de franca mirada”, y no, no me cuadraba, así que
no seguí con el experimento.
Son tiempos los nuestros en que no se depredan ciudades tomadas al asalto, ni los dioses bajan del Olimpo a luchar por tirios o troyanos. Bastan una contabilidad B, unas tarjetas black, un sobre que cambia discretamente de manos para acumular botines en apacibles paraísos fiscales. Ni Agamenón robará la esclava a Aquiles, ni éste matará con saña a Héctor y morirá por una flecha del pusilánime Paris, valiente entre las sábanas y cobarde en la lucha, ni el trapacero Odiseo se pasará diez años dando vueltas como una peonza, perseguido con saña por Poseidón. No, todo es más discreto, un apaño donde no caben los grandes gestos.
Son tiempos los nuestros en que no se depredan ciudades tomadas al asalto, ni los dioses bajan del Olimpo a luchar por tirios o troyanos. Bastan una contabilidad B, unas tarjetas black, un sobre que cambia discretamente de manos para acumular botines en apacibles paraísos fiscales. Ni Agamenón robará la esclava a Aquiles, ni éste matará con saña a Héctor y morirá por una flecha del pusilánime Paris, valiente entre las sábanas y cobarde en la lucha, ni el trapacero Odiseo se pasará diez años dando vueltas como una peonza, perseguido con saña por Poseidón. No, todo es más discreto, un apaño donde no caben los grandes gestos.
Por
eso, por olvidar la mediocridad malintencionada de quienes arrasan derechos sociales e infantilizan a las masas, volví a la lectura, a emocionarme con las palabras con las que el
viejo rey Príamo suplica a Héctor mientras éste espera, fuera de las murallas,
el envite de Aquiles: “Héctor, no te quedes ahí, hijo querido… compadécete de mí, desdichado, a quien el padre Crónida consumirá en la vejez extrema con duro
destino, después de contemplar mil desgracias…”
Pues,
eso, ¿quién no quiere tener un libro por amigo?
Es verdad J.J. el canto VI de la Iliada es impresionante. Gracias por haberme excitado a su lectura en esta serena y alta tarde de domingo. Y es que ¿Quién no quiere tener un amigo como tú?
ResponderEliminarMacellarie, memini, quaeso, verba, Aeneis in regia Didonis: "Infandum, regina, iubes renovare dolorem..."
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