De
verdad, ha sido casual el tropiezo con ese voquible estrambótico de “serendipia”, término que el improbable lector no encontrará en el diccionario de la Real
Academia. Un servidor se ha dado de bruces con esa palabreja por pura chiripa
(eso es lo que viene a significar) mientras buscaba un libro perdido en este barullo que es nuestra biblioteca doméstica.
Y
serendipia sobre serendipia, también dicen que adivinó la fecha de la
Revolución Francesa: “Cuando los mil
contarás / con los trescientos doblados / y cincuenta duplicados / con los
nueve dieces más…” Eche la cuenta el improbable lector y verá que la cifra
da 1790. Con su fama de mago vino a dar
en la casa de la condesa de Arcos a propósito de un fenómeno sobrenatural, un poltergeist , como aquella célebre
película de terror, que le valió vivir pensionado durante dos años al amparo de
la dicha condesa.
Pero
lo cierto es que el libro no se ha dejado ver ni vivo ni muerto. Hurgando en
las estanterías altas, feliz casualidad, aparecieron las sentencias y donaires
de Juan de Mairena, de don Antonio Machado. De pie sobre la banqueta –
equilibrio poco recomendable para un jubilata que hace un año y pico se perniquebró – abierto el libro al azar, la vista tropezó con la “dialéctica de Martínez”. El maestro
Mairena proponía a su discípulo Martínez que hiciese unas diserciones
dialécticas sobre la desnudez del cuerpo humano y la libertad de los pájaros.
Que el vestido presupone una desnudez previa, o que la jaula pajarera implique
un ansia de vuelo libre son nociones que el improbable lector no puede negar
¿Cómo va a saber el pájaro lo que es volar libremente si no ha sufrido un encierro previo?
¿Cómo puede el individuo ser consciente de su desnudez previa si no fuera por
el posterior invento del vestido que lo cubre?
De la
desnudez humana y la jaula como prisión de vuelos libres a la campaña de
elecciones municipales y autonómicas de estas semanas no hay más que deslizarse
por una serendipia para darse cuenta de que algo tienen en común, aunque sea
por pura casualidad o simple coincidencia. La campaña política viene a ser como
los ropajes que cubren la desnudez de las promesas que los políticos hacen a
sus posibles votantes. Es de conocimiento del común de ciudadanos que las promesas de campaña, habitualmente, no
se cumplen, como es de todos conocidos que, bajo estos ropajes de la promesa
fácil, está la desnudez del pronto olvido.
Tiene
los políticos en campaña la ventaja de que todos necesitamos verlos vestidos de bellas promesas para ser conscientes de su desnudez de posteriores cumplimientos, aunque
sea a toro pasado y con reincidencia manifiesta. Cosa verdaderamente no
achacable a los tales (lo de las promisiones y sus incumplimientos), sino a sus
votantes, que olvidan, promesa incumplida tras promesa prometida, que el rey se
pasea ufano, en pelota picada y con el bolo colgando, por más que sus asesores
de imagen quieran convencernos que viste de armiños.
En
cuanto a la libertad del vuelo y la jaula que lo limita, dice el alumno
Martínez en su disertación que “hay un
vuelo coetáneo de las jaulas, un vuelo enjaulado, digámoslo así, pero libre, no
obstante, para volar dentro de su jaula, a los cuatro puntos cardinales”.
En estos días previos a las votaciones, los ciudadanos, con las alas que les (nos)
da la papeleta de voto, vuelan dentro de la jaula a los cuatro vientos, ilusos
de libertad, inconscientes de que los alambres que los enjaulan están bien
urdidos (urdir: “maquinar y disponer algo con cuidado”, en sentido figurado) por
quienes perpetúan el sistema.
Y los
perpetuadores del sistema – teorías de la conspiración a un lado – no son solo banqueros, especuladores financieros, corporaciones transnacionales, políticos a sueldo del amo, ideólogos bien untados, estómagos agradecidos, voceros y
paniaguados del mejor de los mundos posibles, sino los propios enjaulados. Con
su (nuestro) voto dan consistencia a esta jaula a la que damos el bonito nombre
de democracia representativa, sin que a nadie se le ocurra abrir la puerta, a
ver qué hay del otro lado. Que a lo mejor, el vuelo libre nos marea por falta de
límites, o a lo peor es que nuestras alas no dan más que para un vuelo
gallináceo. Sea como fuere, dentro de la jaula nos sentimos jodidos, pero seguros.
Como
quiera que sea, estas reflexiones fuera de lugar son fruto de una serendipia,
un encuentro casual entre la búsqueda de un libro extraviado en las estanterías y el natural
pesimismo que sobreviene con el paso del tiempo y eso que llamamos experiencia:
o sea, ese peine que la vida nos da para peinarnos cuando ya estamos calvos. O sea.
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