Por alguna razón que los de casa no entendemos, el corazón de Teresa ha decidido desbocarse. Para todos nosotros ese corazón, ahora acelerado y que nos tiene en un sobresalto, es algo muy importante. Yo diría que imprescindible para quienes la rodeamos y la queremos. Siempre nos hemos fiado de él porque conserva celosamente todos los afectos que una persona puede sentir hacia los suyos. Incluso de una forma, cordialmente tiránica, es él quien manda.
En caso de elección entre la sensatez y los afectos, él siempre ha impuesto sus razones: las razones del sentimiento frente a la racionalidad. En asunto de sentimientos, el corazón de Teresa siempre manda y lo hace sin necesidad de reflexión. Lo hace porque sí –en casa lo sabemos bien–, sin necesidad de pararse a pensar qué era más importante, si la razón o el sentimiento afectivo. Ante los razonamientos, el corazón de Teresa siempre ha dictaminado que las cosas eran así, como él decía, porque sí.
Precisamente ahora, cuando el paso del tiempo nos empujaba a tomar la vida con más calma –una de las ventajas de la edad– el corazón de Teresa ha decidido que tenía prisa y ha empezado a correr. Como si quisiera vivir con urgencia el tramo de vida que queda.
Precisamente ahora, cuando corresponde que la vida transcurra pausadamente, como esos grandes ríos que se deslizan hacia su desembocadura lentos, profundos, apacibles, arrastrando los limos fértiles de tanta experiencia vivida.
Precisamente ahora, cuando el paso del tiempo nos empujaba a tomar la vida con más calma –una de las ventajas de la edad– el corazón de Teresa ha decidido que tenía prisa y ha empezado a correr. Como si quisiera vivir con urgencia el tramo de vida que queda.
Precisamente ahora, cuando corresponde que la vida transcurra pausadamente, como esos grandes ríos que se deslizan hacia su desembocadura lentos, profundos, apacibles, arrastrando los limos fértiles de tanta experiencia vivida.
Pero no, el corazón de Teresa ahora tiene prisa. Demasiada… Y no nos quiere decir por qué. Un buen día se pone a correr y nos acelera a todos: llamadas a urgencias médicas, ambulancias, hospitalizaciones –esas esperas interminables en pasillos de hospital– visitas al cardiólogo, controles hematológicos, pruebas neurológicas, ahora un médico, luego aquel otro… Ahora conectado por mil cables a un apantalla donde ves cómo se afana tan sin necesidad ese corazón. Y tú le preguntas ¿Por qué ese ritmo tan endiablado? ¿Por qué caminas tan deprisa? Sosiégate, vamos, no tenemos ninguna prisa…
Nadie le ha pedido que se apresurara, es verdad. Sin embargo, él se ha puesto a correr desbocado, como si fuese un corazón joven que tiene urgencia de vivir toda la vida que aún queda por delante y faltase tiempo. Ves la pantalla donde la gráfica de sus impulsos va tan veloz que a uno se le encoje el propio corazón, y le entran ganas de hacerle al de Teresa la misma pregunta, una y otra vez: ¿pero por qué…?
Nadie le ha pedido que se apresurara, es verdad. Sin embargo, él se ha puesto a correr desbocado, como si fuese un corazón joven que tiene urgencia de vivir toda la vida que aún queda por delante y faltase tiempo. Ves la pantalla donde la gráfica de sus impulsos va tan veloz que a uno se le encoje el propio corazón, y le entran ganas de hacerle al de Teresa la misma pregunta, una y otra vez: ¿pero por qué…?
Pero él no lo sabe. Sólo corre…corre…
En este te has superado, Viator. Es el mejor de tus escritos.
ResponderEliminarEste no lo has escrito con la mano, con una idea o un recuerdo, lo has escrito con el corazón. ¡Grande, Viator!
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