Un buen día el escuchador de problemas apareció en el Retiro. Era sábado, la mañana estaba gris y lloviznaba, y la gente andaba presurosa y con cara tan triste gris y como el tiempo. El hombre llegó con un par de sillas de tijera y un paraguas, se sentó en una y dejó la otra abierta frente a él. Pareció pensárselo un momento, se levantó y fue a una papelera que había allí cerca, sacó un trozo de catón de buen tamaño y lo estuvo alisando; luego, estuvo hurgando en la mochila, cogió un rotulador de punta gruesa y escribió:
“ESCUCHO SUS PROBLEMAS. PRECIO: LA VOLUNTAD”
Colocó la mochila en el suelo, apoyó allí su letrero, abrió el paraguas y se sentó a esperar. La gente, indiferente y presurosa, pasaba a su lado y apenas le dedicaban un vistazo distraído. En toda la mañana, nadie le prestó atención; lo único, un jardinero que andaba vaciando papeleras, se le quedó mirando con cara de pocos amigos. “A ver si deja luego el cartón en su sitio”, fue su único comentario. Nadie más le dirigió la palabra, así que a las tres de la tarde, recogió sus sillas plegables, su paraguas y su mochila, echó el cartón de nuevo en la papelera y se marchó.
Al sábado siguiente, el escuchador volvió a aparecer. Abrió sus dos sillas, cogió un papelote arrugado de la papelera y, con el rotulador de punta gruesa, volvió a escribir:
“ESCUCHO SUS PROBLEMAS. PRECIO: LA VOLUNTAD”
Ese sábado hacía mejor tiempo y la gente paseaba, parándose a ver a los mimos, o escuchando a los músicos callejeros. Siempre había alguien que se acercaba a las mesas de tarot a que le adivinaran el provenir, pero el letrero del escuchador de problemas les daba reparos y pasaban de largo. También en esta ocasión, el jardinero que vaciaba papeleras, al pasar por allí, le hizo la misma recomendación del sábado anterior, solo que esta vez un individuo se acercó a curiosear. Se le veía interesado, pero se notaba que no se atrevía. El hombre daba vueltas y se lo estuvo pensando un rato, pero por fin se decidió. Se acercó, se sentó en la silla libre y se quedó allí en silencio. Estuvo así durante veinte minutos, callado, mirando al escuchador; mientras tanto, se fumó un cigarrillo y, antes de levantarse, le dio las gracias y cinco euros. Eso fue todo. Cuando terminó la jornada, el escuchador recogió sus bártulos y echó el papelote a la papelera antes de irse.
Pero el escuchador era paciente, así que volvió el siguiente sábado. Puso el cartel escrito, esta vez, en la tapa de una caja de zapatos y se sentó a esperar. Como en los sábados anteriores, el jardinero le hizo la advertencia acostumbrada, sólo que esta vez fue más amable: “eh, amigo, luego me deja el cartón en su sitio”. Al cabo de un rato, apareció el individuo del sábado anterior. Pero esta vez no se lo anduvo pensando como el otro sábado. Fue directamente a donde estaba el escuchador y se sentó en la silla libre. De nuevo, durante veinte minutos, estuvo allí, serio, silencioso. Fumó su cigarrillo mientras miraba al escuchador, le dio sus cinco euros y las gracias, y se fue.
Y así fueron pasando unos sábados y otros, y muchos sábados más. Como ya se conocían desde hacía tanto tiempo, el jardinero, cada vez que llegaba el escuchador, le tenía preparado un cartón en condiciones para que pudiera escribir el anuncio de su oficio:
“ESCUCHO SUS PROBLEMAS. PRECIO: LA VOLUNTAD”
Y también, puntualmente, llegaba el cliente silencioso y se sentaba sin despegar los labios. Después de fumarse su cigarrillo y mirar al escuchador de problemas sin abrir la boca, le daba los consabidos cinco euros y se despedía educadamente. Cuando el escuchador terminaba la jornada y recogía sus sillas plegables, el jardinero se acercaba con su carrito de la basura, echaba dentro el cartel anunciador y le preguntaba: “¿Qué tal el negocio hoy?”
Un sábado, ya no apareció más el escuchador. Llegó el cliente silencioso con sus cinco euros en el bolsillo, dio vueltas buscándole y preguntó al jardinero. Éste que ya tenía preparado el cartón, no supo decirle. El cliente silencioso, al no encontrarle, se echó a llorar y se fue.
“ESCUCHO SUS PROBLEMAS. PRECIO: LA VOLUNTAD”
Colocó la mochila en el suelo, apoyó allí su letrero, abrió el paraguas y se sentó a esperar. La gente, indiferente y presurosa, pasaba a su lado y apenas le dedicaban un vistazo distraído. En toda la mañana, nadie le prestó atención; lo único, un jardinero que andaba vaciando papeleras, se le quedó mirando con cara de pocos amigos. “A ver si deja luego el cartón en su sitio”, fue su único comentario. Nadie más le dirigió la palabra, así que a las tres de la tarde, recogió sus sillas plegables, su paraguas y su mochila, echó el cartón de nuevo en la papelera y se marchó.
Al sábado siguiente, el escuchador volvió a aparecer. Abrió sus dos sillas, cogió un papelote arrugado de la papelera y, con el rotulador de punta gruesa, volvió a escribir:
“ESCUCHO SUS PROBLEMAS. PRECIO: LA VOLUNTAD”
Ese sábado hacía mejor tiempo y la gente paseaba, parándose a ver a los mimos, o escuchando a los músicos callejeros. Siempre había alguien que se acercaba a las mesas de tarot a que le adivinaran el provenir, pero el letrero del escuchador de problemas les daba reparos y pasaban de largo. También en esta ocasión, el jardinero que vaciaba papeleras, al pasar por allí, le hizo la misma recomendación del sábado anterior, solo que esta vez un individuo se acercó a curiosear. Se le veía interesado, pero se notaba que no se atrevía. El hombre daba vueltas y se lo estuvo pensando un rato, pero por fin se decidió. Se acercó, se sentó en la silla libre y se quedó allí en silencio. Estuvo así durante veinte minutos, callado, mirando al escuchador; mientras tanto, se fumó un cigarrillo y, antes de levantarse, le dio las gracias y cinco euros. Eso fue todo. Cuando terminó la jornada, el escuchador recogió sus bártulos y echó el papelote a la papelera antes de irse.
Pero el escuchador era paciente, así que volvió el siguiente sábado. Puso el cartel escrito, esta vez, en la tapa de una caja de zapatos y se sentó a esperar. Como en los sábados anteriores, el jardinero le hizo la advertencia acostumbrada, sólo que esta vez fue más amable: “eh, amigo, luego me deja el cartón en su sitio”. Al cabo de un rato, apareció el individuo del sábado anterior. Pero esta vez no se lo anduvo pensando como el otro sábado. Fue directamente a donde estaba el escuchador y se sentó en la silla libre. De nuevo, durante veinte minutos, estuvo allí, serio, silencioso. Fumó su cigarrillo mientras miraba al escuchador, le dio sus cinco euros y las gracias, y se fue.
Y así fueron pasando unos sábados y otros, y muchos sábados más. Como ya se conocían desde hacía tanto tiempo, el jardinero, cada vez que llegaba el escuchador, le tenía preparado un cartón en condiciones para que pudiera escribir el anuncio de su oficio:
“ESCUCHO SUS PROBLEMAS. PRECIO: LA VOLUNTAD”
Y también, puntualmente, llegaba el cliente silencioso y se sentaba sin despegar los labios. Después de fumarse su cigarrillo y mirar al escuchador de problemas sin abrir la boca, le daba los consabidos cinco euros y se despedía educadamente. Cuando el escuchador terminaba la jornada y recogía sus sillas plegables, el jardinero se acercaba con su carrito de la basura, echaba dentro el cartel anunciador y le preguntaba: “¿Qué tal el negocio hoy?”
Un sábado, ya no apareció más el escuchador. Llegó el cliente silencioso con sus cinco euros en el bolsillo, dio vueltas buscándole y preguntó al jardinero. Éste que ya tenía preparado el cartón, no supo decirle. El cliente silencioso, al no encontrarle, se echó a llorar y se fue.
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