martes, 22 de diciembre de 2009

Historia verídica (esta vez, sí) de navidad.-

Esta tarde, día del sorteo navideño y la consabida felicidad aneja, Teresa y yo hemos salido a dar una vuelta por el Madrid borbónico. Paseamos la plaza de Oriente y aledaños. Llueve con fuerza, así que nos acercamos al mercado de San Miguel, junto a la plaza Mayor. Una hermosa muestra de la llamada arquitectura de hierro con crestería de cerámica en sus cubiertas, construido a principios del S. XX. Con la última remodelación en mayo pasado dejó de ser un mercado popular para convertirse en un centro comercial elitista, con tiendas de gourmet y exquisiteces. Un lugar de lujo y refinamiento, digno de ser visitado.
Ya digo, llueve como no suele llover en esta ciudad. Deambulamos por entre los puestos, observando las instalaciones, los productos, los precios… Hay mucha gente, turistas con cartera generosa y clase media con la paga extra recién estrenada y con ganas de darse algún capricho. Todo perfecto, hasta que vemos junto a uno de los accesos a un empleado del mercado que forcejea con un tipo desarrapado. El desarrapado blande una muleta y se empeña en que le dejen entrar. El empleado, joven, le sujeta los brazos y le empuja hacia la salida. El desarrapado se resiste a los empujones del hombre joven, hasta que llega corriendo otro empleado y entre ambos lo tiran a la calle. Lo tiran, no lo sacan. El pobre de pedir sale volando sin tocar los cuatro o cinco escalones que hay desde el mercado a las baldosas de la calle, y cae al suelo agarrado a su muleta. Cuando todavía no hemos sido capaces de reaccionar, sale corriendo otro empleado, éste además de joven es fuerte, salta los escalones y le propina dos patadas en la espalda al desarrapado de la muleta que está tirado sobre el pavimento. Este ni grita ni se queja; se levanta y se va renqueando a un portal donde hay dos pobres más guareciéndose de la lluvia.
Algunas de las personas que estamos allí, por fin, somos capaces de reaccionar y le gritamos al héroe que le está dando las patadas al mendigo. Le amenazamos con llamar a la policía y denunciarle, y de algo sirve: sólo han sido dos patadas. Le grito mi protesta al individuo de las patadas: a ver si, porque el otro es pobre y mísero, él tiene algún derecho a darle una paliza. El héroe de los patadones en la espalda del mendigo se pierde entre el remolino de gente y dice al pasar junto a mí: “pues llame a la policía”. La impunidad está asegurada.
Nos acercamos al portal donde los mendigos. El que ha recibido la paliza se ha dejado caer sobre unas bolsas, junto a sus dos compañeros. Observo que tiene varios dedos de la mano derecha vendados; una de tantas heridas en la lucha por sobrevivir. Ahora, posiblemente, tenga además, alguna costilla astillada o rota. Teresa le pregunta, él ni responde; apenas se lamenta un poco, tirado sobre las bolsas. Intentamos un diálogo con los otros dos, pero nos observan con indiferencia. Ante la insistencia de Teresa, uno de ellos responde que ya le había advertido a su compañero que no intentase entrar. El otro saca un par de cigarrillos y le tiende uno al que se ha molestado en hablarnos.
Y ahora, un poco de demagogia, que para eso es navidad. Recuerdo el incidente de estos días pasados, en el que a un periodista de Telemadrid le dieron una patada y le rompieron unas costillas. La Presidenta de la Comunidad salió en defensa de “su” periodista, dijo lo que le salió de las meninges, alborotó el cotarro político y perdió una ocasión estupenda para estar callada. Según parece, lo de la agresión fue en un bar de copas, de madrugada, y con los ingredientes usuales en estos casos: alcohol, machada y mujeres. Pero, eso sí, era un incondicional de su ideología y trabajaba en “su” cadena televisiva. Pero el incidente de hoy, un mendigo pateado por atreverse a entrar en un lugar público –pero elegante, eso también–, no es más que un burdo suceso donde los ingredientes no son más que la miseria, la suciedad, la pérdida de dignidad humana. Al mendigo le está bien empleado, por miserable y por desecho social. Seguro que no volverá a intentar entrar en el mercado de San Miguel que no olvidemos es un lugar público. Yo tampoco.
Y, como todos los cuentos tienen moraleja, éste, a pesar de ser verdadero, también: Feliz miembro (o “miembra”) de la clase media, ojala no te quedes sin trabajo y con una hipoteca royéndote los calcañales, porque corres el riesgo de terminar como el mendigo que hoy he visto moler a patadas. Reza conmigo ¡Virgencita, que me quede como estoy!

2 comentarios:

  1. Juan José, que razon tienes.
    Muchas veces se cree que algunos actos son racistas, pero son clasistas. No asusta el color de la piel, sino la pobreza. Somo así y todos tenemos un poco de eso en nuestro interior. Unos más y otros menos. Normalmente los que hacen espejo con un pobre y no les gusta el reflejo se asustan más. No vaya a pegarse, como un virus...
    Que el 2010 traiga mucha prosperidad, paz, solidaridad, y sobre todo amor, mucho amor, a nuestro planeta, nuestros semejantes, nuestro entorno inmediato y a nosotros mismos, que si nos quisiéramos de verdad, sin egoismos, miedos, inseguridades y egocentrismo, pura y sencillamente amor, todo iria mejor.
    Que pongamos nuestros esfuerzo para logarlo. Feliz 2010

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  2. José Luis Rodrigo Carnicero24 de diciembre de 2009, 11:30

    Y es que además, qué se habrá creído el que dio las patadas, ¿que el centro comercial es suyo? Pues no señor, es del viento...

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