Floro Seseña era un niño raro. Desde pequeñito le entró la afición a jugar a las urnas electorales. Los chavales de su edad jugaban con cromos de futbolistas o de motos de carreras. Él no; él jugaba a hacer votaciones. Todo empezó el día que su abuelo le regaló un voto que tenía para las elecciones municipales. Como el hombre se marchaba a una residencia de la tercera edad a otro municipio, el voto le resultaba inútil. Por no tirarlo, se lo dio al nieto.
– Toma, hijo, un voto para que juegues a las elecciones. Cuando te canses, lo tiras a la papelera.
Y Floro se pasó la infancia jugando a votar. Un día eran votaciones legislativas; otro, municipales o automónicas. Incluso una vez organizó una votación al parlamento europeo. Echaba la papeleta en una caja de cartón, controlaba para que no hubiese pucherazo y cerraba el colegio electoral cuando su madre le daba la merienda. Abrir la urna y hacer el recuento era de lo más emocionante. Lo bueno de este juego –que a los demás chicos les parecía aburrido– es que siempre salía elegido su partido político. Lo malo fue que la papeleta se le estropeó, al cabo de los años, de tanto danzar de urna en urna y no se leía bien la candidatura. Hasta que un día, de tan borrosa que estaba, ni se sabía a quién había votado. Ese día no tuvo más remedio que declarar la votación nula y la convocatoria desierta. Fue una frustración que marcó su vida.
– Toma, hijo, un voto para que juegues a las elecciones. Cuando te canses, lo tiras a la papelera.
Y Floro se pasó la infancia jugando a votar. Un día eran votaciones legislativas; otro, municipales o automónicas. Incluso una vez organizó una votación al parlamento europeo. Echaba la papeleta en una caja de cartón, controlaba para que no hubiese pucherazo y cerraba el colegio electoral cuando su madre le daba la merienda. Abrir la urna y hacer el recuento era de lo más emocionante. Lo bueno de este juego –que a los demás chicos les parecía aburrido– es que siempre salía elegido su partido político. Lo malo fue que la papeleta se le estropeó, al cabo de los años, de tanto danzar de urna en urna y no se leía bien la candidatura. Hasta que un día, de tan borrosa que estaba, ni se sabía a quién había votado. Ese día no tuvo más remedio que declarar la votación nula y la convocatoria desierta. Fue una frustración que marcó su vida.
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