sábado, 5 de junio de 2010

A propósito de los borbones españoles y la arqueología.-


La visita a la exposición “Corona y arqueología en el Siglo de las Luces”, en el Palacio Real de Madrid, era casi obligada tras el viaje que hicimos a primeros de abril a Nápoles y Sicilia. Ya quedó dicha, en las entradas del día 18 y 29 de abril pasado de esta bitácora, la gran impresión que me había producido conocer esas tierras del sur de Italia. Tierras por donde han pasado, y han dejado su impronta, todas las culturas mediterráneas.
La exposición a la que me refiero vendría a ilustrar una época en que la presencia española, a través de la Casa de Borbón, dejó huella que todavía es visible en tierras italianas y que muestra la importancia, no demasiado conocida entre nosotros, que los borbones españoles tienen en el desarrollo de la arqueología. Siempre hemos mantenido una actitud peyorativa respecto de las aportaciones españolas a los logros del Siglo de las Luces, como si fuésemos los parientes intelectualmente desarrapados de aquellos “ilustrados” franceses. Pero lo cierto es que, a lo largo del S. XVIII, la corona española mantuvo una clara política cultural que no desmerecía en absoluto de las practicadas por otros países europeos. Otra cosa es que el peso político de España estuviese en franco retroceso y esto condicionara la visión que se tiene de esta época histórica nuestra en todos los campos.
Es casi ocioso decir, por sabido, que fue Carlos III, siendo rey de Nápoles y Sicilia, quien auspició el descubrimiento de Herculano y Pompeya. De las pinturas que allí se descubrieron nació un estilo “pompeyano”, también llamado “grutesco” que se puso de moda en la época y era el colmo del buen gusto. Hasta el punto que el pintor Rafael Mengs lo tomó como modelo para embellecer los palacios reales.
Lo mismo que ahora está a la moda quien sigue las corrientes cambiantes de la idem, en aquel siglo lo más fashion era ser un conocedor de la cultura clásica y del mundo antiguo, que se consideraban, ya desde el Renacimiento, el no va más del refinamiento intelectual. Hasta el punto que el Infante don Gabriel de Borbón, hijo de Carlos III, tradujo del latín la Conjuración de Catina, y puede verse un ejemplar de esta traducción en una de las vitrinas.
Pero no sólo era afición de príncipes diletantes, ya que existía una política clara de buscar una explicación científica a las antigüedades clásicas y las culturas antiguas. En 1752, el marqués de Valdeflores, por mandado real, recorrió el sur y el oeste de la Península buscando y describiendo vestigios de antiguas culturas hispanas. Fruto de este trabajo fue la publicación de Viaje de las antigüedades de España, donde se recogieron más de 4.000 inscripciones epigráficas, y un Ensayo de Alfabetos de Lenguas desconocidas, que fue el primer intento científico de estudiar las lenguas prerromanas.
Y no sólo hubo una preocupación por la cultura clásica, sino que esta preocupación se extendió hacia el conocimiento de la cultura árabe en España y a las culturas precolombinas en las colonias americanas. En 1776 se descubrieron las ruinas mayas de Palenque, lo que motivó la organización de expediciones científicas para su estudio y descripción, y en la exposición pueden verse algunos grabados que se hicieron sobre el terreno. Más aún, a raíz de estos descubrimientos, se fundó la R. A. San Carlos de México (la primera en todo el continente), donde se recogieron los hallazgos de las culturas mesoamericanas y se llevaron vaciados en yeso de estatuas clásicas, procedentes de las colecciones reales. El propio Humboldt la visitó y dejó escrita su admiración por una institución que aunaba en pie de igualdad las antiguas culturas americanas y el clasicismo europeo.
Bueeeno… Ya sabe el improbable lector que ésta es la bitácora de un jubilata con sus puntos y comas de cultureta, así que lo dicho no pasa de ser unos apuntes someros. No se pretende sentar plaza de erudito en la materia, sino sólo hablar un poco de la visita a la exposición y de las impresiones que uno ha recibido.
Me hubiese gustado dejar algunas fotos de la visita, pero no está permitido hacerlas. Casi mejor es darse una vuelta por aquellas salas, cuya entrada en gratuita, y leer con detenimiento los paneles y observar las piezas expuestas. De paso, puede verse desde el Patio de Armas la fachada de la Almudena, ese bastión del retro-catolicismo celtibérico y pastiche neo-neo-historicista de un dudoso y anacrónico gusto arquitectónico. Cualquier día me acerco por allí y luego lo cuento.
Queda avisado el personal.

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