Las vacaciones son para hacer lo
que a uno le venga en gana, podría ser la máxima incluso para los jubilados en
ejercicio, como lo es este servidor. Quien quiera que diga que nosotros no tenemos obligaciones
reconocidas y, por lo tanto, estamos siempre vacando, no entiende de la misa la
media: las rutinas de cada día son las obligaciones del jubilado, y romper con
ellas son sus vacaciones. Así, este jubilata está en vacaciones navideñas y,
para que se vea que disfruta de ellas, se ha puesto a leer un libro para el que
no había encontrado tiempo, agobiado por los apremios de la rutina diaria que
no dejan un hueco libre.
El libro de marras, regalo de mi amigo Chus, es La idea de
ciudad. Antropología de la forma urbana
en el Mundo Antiguo, de Joseph Rikwert. Éstas no
son lecturas – pensará el improbable lector – como para correrse una juerga de
fin de año. Pues no, pero su lectura es más provechosa que el deambular por las
calles comerciales, haciendo masa con una multitud de abducidos por el afán
consumista de estas fechas, y tiene la doble ventaja de que ilustra, a la par
que te ahorra caer en esa boba felicidad navideña de obligado cumplimiento.
En contra de lo que puedan opinar los técnicos urbanistas –
si no he entendido mal al autor –, la organización geométrica de la ciudad no
responde tanto a necesidades de habitabilidad, cuanto a un ideal de habitación humana
que represente el universo ordenado. El hombre civiliza el espacio informe en
el que vive mediante ritos que se plasman en una cierta forma de ordenación
territorial. Fundar una ciudad, en la antigüedad clásica, tenía mucho que ver
con la racionalización del caos. De la misma forma que el mito de Hércules, con
sus doce trabajos, tiene que ver con el sometimiento de las fuerzas naturales a
la capacidad racionalizadora del hombre, que pasa de juguete de la naturaleza a ser su dominador. El hombre, o es civilizador, ciudadano, o no es nada.
Por eso, el estratega ateniense
Nicias, ante las murallas de Siracusa, les dijo a sus soldados “Vosotros mismos
sois la ciudad… Son los hombres, no los muros los que forman la ciudad”. Es
algo que, sabido por un general mediocre como Nicias, cinco siglos antes de
nuestra Era, es desconocido por los actuales gestores municipales de esta agregación
caótica de cemento y ladrillo, de calles abarrotadas de coches y ruidos, de
desidia y cochambre que llamamos Madrid. En su ignorancia han olvidado – si es
que alguna vez lo supieron – que la ciudad la forman los ciudadanos; la ciudad
no es, ni mucho menos, el botín para la especulación económica o el saqueo institucionalizado de
los recursos públicos.
Claro que acusarles de ignorancia
es no hacerles justicia. No se trata tanto de ignorancia cuanto de desprecio a
la propia historia de la ciudad. Desde que los Austrias levantaron la cerca de
la ciudad, forma de ritualizar el pomoerium,
y convirtieron un poblachón manchego en
capital del Orbe, la ciudad de Madrid no había llegado a un punto de
degradación al que la han llevado los actuales munícipes. Por mucha imaginación
que uno le eche, no es capaz de imaginar a la actual alcaldesa, con sus tópicos
mal trabados y sus balbuceos faltos de sustancia, dirigirse a sus conciudadanos
y decirles: Vosotros sois la ciudad, vosotros le dais sentido.
Sólo los que tenemos cierta edad
podemos aún recordar aquellos bandos que el ilustrado Tierno Galván dirigía a
los ciudadanos de la villa exhortándoles al civismo, no con amenazas, sino con
persuasión:
“Una de las mayores
preocupaciones que atosigan a esta Alcaldía es la de la falta de educación cívica.
Hay
algunos madrileños que no tienen conciencia clara de que convivir significa tener
respeto a la ciudad y a quienes
viven en ella. Merece especial mención, en
cuanto a educación cívica se refiere, el tema de la limpieza urbana: la falta de
respeto mutuo, en algún sector del pueblo madrileño, está dejando la ciudad fea,
triste y sucia. Aumentar la limpieza de Madrid es
un quehacer de todos, y también lo es que cada uno de nosotros se convierta en censor de
los demás, advirtiéndoles que no ensucien o dañen."
un quehacer de todos, y también lo es que cada uno de nosotros se convierta en censor de
los demás, advirtiéndoles que no ensucien o dañen."
El profesor Tierno no sabía en qué
manos iba a caer la ciudad que él tanto ayudo a dignificar. Ni nosotros
podíamos imaginar que el conchaveo de los munícipes con algunos Florentinos junta-pasta se alimentara de la cochambrez y abandono en que viven nuestros barrios. Alguna responsabilidad, piensa este jubilata, debemos tener los ciudadanos en permitir esta situación. Si cada pueblo tiene los
gobernantes que se merecen - según afirmaba Joseph de Maistre -, nuestros merecimientos son, por lo que se ve, enormes.
Este jubilata no es que pida ser
gobernado por reyes-filósofos, como en la república platónica, es que se
conformaría con no ser gobernado por políticos incompetentes.
Cambiamos "Madrid" por "Buenos Aires" y suscribo todo lo expresado aquí!! Saludos!!!
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