Querido aunque improbable lector:
El verano avanza con ese aire cansino de persona fatigada por el calor,
como arrastrando las zapatillas puestas en chancleta. La canícula se va
instalando en las largas y tediosas tardes que parecen no tener fin. Un gorrión
pía, aburrido, en una rama próxima, y su monótono piar es como esa gota de sudor
que te corre por la frente, sin encontrar una mano perezosa que la limpie. Desde
nuestra casa sobre el museo se ve, a través del balcón, entreabierto por si entrara
una brizna de frescor, el nogal, con sus hojas sesteando, meciéndose perezosas,
bajo el peso de esos calores que nos golean con la insistencia y la regularidad
de las campanadas del reloj municipal: tam, tam, tam, tam…
Al sobresalto, sobrevenido por la rotura del silencio, a causa de esa
urgencia en marcar unas horas que, no obstante, se deslizan cansinas, el libro
se te desliza de las manos, los párpados se te abren con la sorpresa de lo
imprevisto y caes en la cuenta de que don Marcel Proust te estaba contando,
despacito, muy despacito, con minuciosa añoranza de viejo que desgrana sus
recuerdos de juventud, sus besos y caricias a Albertina: “Je veux prende un bon baiser, Albertine.- Tant que vous voudrez”
me dit-elle avec toute sa bonté… “Encore un? – Mais vous savez que ça me fait un grand, grand plaisir.
– Et à moi encore mille fois plus, me répondit-elle.
Sin lugar a dudas, este hedonismo de esteta, desgranándose en
pequeños placeres sensuales, tanto más placenteros cuanto más morosa es su
satisfacción, leído en horas en que todo cristiano viejo está digiriendo el
cocido, no es lo más apropiado ni para disfrutar el placer de una lectura intrascendente, ni
para arrancarnos de la vulgaridad de nuestra existencia de veraneantes soñolientos
y sudorosos.
Pero, de verdad, querido, paciente
y siempre improbable lector, si las horas caniculares pasan lentas, perezosas,
torpes, las primeras horas de la mañana son rientes, fresquitas, y hasta yo
diría que pizpiretas y gozosas. Nosotros, la santa y yo, a las ocho de la
mañana ya estamos dando un paseo por el camino de El Paular, respirando ese
sabor a humedad que sube de los prados y se desprende de la arboleda de junto a
la carretera.
En el pequeño jardín de
nuestra casa y museo, a veces, cuando vamos a salir, el petirrojo que se ha
instalado allí desde hace semanas, viene a darnos los buenos días y se contonea
ante nosotros, confianzudo. Da saltitos a nuestros pies, nos muestra su pechera
rojiza, juega a esconderse entre los rosales; luego, con menudo aleteo, se posa
sobre la verja y comienza a exhibirse - un saltito aquí, otro allá - como
diciendo ¿Habéis visto nada más bonito que yo? Es, nos parece a nosotros, como
un niño presumido y un tanto
irresponsable, ya que por allí suelen merodear un par de gatos cimarrones, cuyo
sustento depende de su habilidad predadora y no de la comida envasada de
supermercado.
También hay, entre la vegetación
que cubre el paredón que cierra el jardín en su parte posterior, un mirlo con
el que yo tengo algunas cuestiones pendientes por derechos de usufructo no bien
deslindados.
Sepas, improbable lector, que dentro del recinto hay unas matas de
frambuesas que, estos días pasados, han dado sus frutos como pequeñas moras de
gránulos rojizos, y nos las hemos estado disputando en dura competencia. Yo
espero a que vayan madurando, día tras día, para irlas picoteando en la mata
(aplazado placer proustiano, como los lentos besitos a Albertina, podríamos
decir), mientras que él, sin respetar el lento proceso de maduración que marca
la madre naturaleza, se comporta como un tragaldabas y come sin discriminación
táctil, olfativa o gustativa.
Si alguna vez le he sorprendido en plena
tragadera, emprende el vuelo, lanzando unos graznidos de alarma que no se
compadecen con la musicalidad habitual de estas aves, y se pierde por los
vericuetos de la maleza. Yo creo que lo hace como diciendo: ¡Que te den!, estúpido
bípedo humano y torpe, que como más deprisa que tú y no me pillas.
Me gustaría contarte, amigo lector
improbable pero siempre presente en la intención de estas cartas, alguna más de
las menudencias veraniegas de este jubilata, pero por hoy basta. Me temo que,
si éstas mías te llegasen escritas sobre un folio, éste se te caería de las
manos. No sabemos si por el tedio causado por las nonadas que en él puedas
leer, o porque los calores veraniegos piden más bien cervecita y piscina, y
déjeme usted de rollos…
Como quiera que sea, quedo tuyo
afmo.,
Buen hilo, buenas fotos, con esta pole to wapilla que te dejo con la esperanza de que sigas en tu linia.
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