Poco a poco vamos conociendo nuevas vías verdes, aquellos antiguos trazados ferroviarios reconvertidos hoy en rutas ecológicas aptas para la marcha a pie o en bicicleta. La marcha de este domingo pasado, organizada por la agrupación Aire Libre, recibe el nombre de “Ruta verde del Páramo a la Vega”. El tramo que recorremos se inicia en Perales de Tajuña y llega hasta Colmenar de Oreja, unos 20 kilómetros. Además de por estas poblaciones, el camino pasa por los términos municipales de Valdelaguna y de Chinchón.
Esta ruta verde corresponde al trazado de una línea férrea que iba desde Madrid hasta los pueblos de la Vega del Tajuña, construido en el S. XIX para colocar los productos hortofrutícolas de estas tierras en la capital. Estuvo en funcionamiento hasta 1952. Según alguno de los carteles anunciadores (dan mucha información sobre fauna y flora) que jalonan la vía verde, el tren tardaba 6 horas en recorrer los 60 kilómetros hasta la capital. Ya se sabe el dicho: "el tren de Arganda, que pita más que anda". No es extraño que no pudiese soportar la competencia del transporte por carretera.
En parte, esta vieja línea se trazó sobre la antigua calzada romana que iba desde Titulcia hasta Segovia y uno de cuyos fragmentos puede verse en la subida al puerto de la Fuenfría. El Tajuña, parte de cuya vega recorremos, nace en Maranchón, Guadalajara, y vierte aguas en el Jarama. Éste último es tributario del Tajo a la altura del “la junta de los ríos”, que dicen los ribereños.
Nuestro camino transcurre por un paraje de terrenos yesíferos, con perfiles alomados, donde se alternan los yesos y los terrenos arcillosos de aluvión de las terrazas fluviales. Abundan los cristales de yeso, conocidos como espejuelos, que desde el tiempo de los romanos se han usado para el cerramiento de ventanas. El espejuelo puede cortarse en láminas, es brillante y traslúcido y, montado sobre bastidores, hacía la función de nuestros actuales acristalamientos. La vegetación es la propia de bosque mediterráneo muy transformado por el uso humano para la agricultura. En nuestro camino abundan los chaparros (encina, coscoja), con matorral (aulaga, tomillo, esparto, lentisco, carrizos), cultivos (olivo, vid, almendro –éste todavía en flor-).
A Chinchón no entramos, sino que lo bordeamos. De aquí a Colmenar hay un camino de 4 kilómetros trazado a corcel, de puro recto que es, jalonado por arbolillos desmedrados que no sabemos si se lograrán en estos secarrales. Un rebaño de ovejas, que aprovecha los pastos ralos del lugar, da la nota bucólica y agropecuaria propia de tiempos ya pasados.
Esta ruta verde corresponde al trazado de una línea férrea que iba desde Madrid hasta los pueblos de la Vega del Tajuña, construido en el S. XIX para colocar los productos hortofrutícolas de estas tierras en la capital. Estuvo en funcionamiento hasta 1952. Según alguno de los carteles anunciadores (dan mucha información sobre fauna y flora) que jalonan la vía verde, el tren tardaba 6 horas en recorrer los 60 kilómetros hasta la capital. Ya se sabe el dicho: "el tren de Arganda, que pita más que anda". No es extraño que no pudiese soportar la competencia del transporte por carretera.
En parte, esta vieja línea se trazó sobre la antigua calzada romana que iba desde Titulcia hasta Segovia y uno de cuyos fragmentos puede verse en la subida al puerto de la Fuenfría. El Tajuña, parte de cuya vega recorremos, nace en Maranchón, Guadalajara, y vierte aguas en el Jarama. Éste último es tributario del Tajo a la altura del “la junta de los ríos”, que dicen los ribereños.
Nuestro camino transcurre por un paraje de terrenos yesíferos, con perfiles alomados, donde se alternan los yesos y los terrenos arcillosos de aluvión de las terrazas fluviales. Abundan los cristales de yeso, conocidos como espejuelos, que desde el tiempo de los romanos se han usado para el cerramiento de ventanas. El espejuelo puede cortarse en láminas, es brillante y traslúcido y, montado sobre bastidores, hacía la función de nuestros actuales acristalamientos. La vegetación es la propia de bosque mediterráneo muy transformado por el uso humano para la agricultura. En nuestro camino abundan los chaparros (encina, coscoja), con matorral (aulaga, tomillo, esparto, lentisco, carrizos), cultivos (olivo, vid, almendro –éste todavía en flor-).
A Chinchón no entramos, sino que lo bordeamos. De aquí a Colmenar hay un camino de 4 kilómetros trazado a corcel, de puro recto que es, jalonado por arbolillos desmedrados que no sabemos si se lograrán en estos secarrales. Un rebaño de ovejas, que aprovecha los pastos ralos del lugar, da la nota bucólica y agropecuaria propia de tiempos ya pasados.
Al entrar el Colmenar de Oreja nos llama la atención el curioso nombre que le han puesto a un centro oficial: Apis Aureliae, que es una forma caprichosa de latinizar “colmenar” y “oreja”. Se ve que no fueron al diccionario, ya que “colmenar” es apiariun o alvearium, mientras que el nombre específico de Colmenar de Oreja (por lo menos, según el diccionario Sopena) es Oregia. Nosotros decidimos llamar a sus habitantes Oregitanos, que suena a pueblo celtibero, pero ellos, más modestamente, dicen llamarse "Colmenaretes", que nos lo dijo una señora a la entrada del pueblo.
Este pueblo es conocido por sus canteras de piedra blanca que se usó para la construcción del palacio real de Madrid o la fuente monumental de Cibeles. Su plaza mayor, restaurada, es una plaza castellana muy digna de verse, así como la iglesia parroquial, que perteneció a la orden de Santiago, construida en la misma piedra blanca de la zona , también el lavadero y el puente de Zacatín… También el museo de Ulpiano Checa, pintor historicista y costumbrista.
Curioso este pintor que se mueve entre el impresionismo y el academicismo y que pinta caballos a galope tendido. Toda una panoplia de romanos, aurigas, hunos, bárbaros, árabes y cualquier pueblo que cabalgase a lomos de briosos corceles, son interpretados por los pinceles de este artista. Tan famosa y comercial fue su pintura que hasta Hollywood copió sus modelos para sus películas de “romanos”, incluido el cartel de Ben-Ur. Recuerdo haber visto una exposición suya, creo que en Caixa Forum.
Este pueblo es conocido por sus canteras de piedra blanca que se usó para la construcción del palacio real de Madrid o la fuente monumental de Cibeles. Su plaza mayor, restaurada, es una plaza castellana muy digna de verse, así como la iglesia parroquial, que perteneció a la orden de Santiago, construida en la misma piedra blanca de la zona , también el lavadero y el puente de Zacatín… También el museo de Ulpiano Checa, pintor historicista y costumbrista.
Curioso este pintor que se mueve entre el impresionismo y el academicismo y que pinta caballos a galope tendido. Toda una panoplia de romanos, aurigas, hunos, bárbaros, árabes y cualquier pueblo que cabalgase a lomos de briosos corceles, son interpretados por los pinceles de este artista. Tan famosa y comercial fue su pintura que hasta Hollywood copió sus modelos para sus películas de “romanos”, incluido el cartel de Ben-Ur. Recuerdo haber visto una exposición suya, creo que en Caixa Forum.
Ya sólo pasear el pueblo de Colmenar de Oreja y ver sus monumentos, exige dedicarle unas cuantas horas. Y al terminar la visita no se nos olvide tomar un vaso de vino colmenareño. A la salud de tan bonito pueblo.
¡Qué bien se lo pasa usted, don Juan José!
ResponderEliminarPues es un paseo apto para chusqueros sin límite de edad...
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