Ya tengo dicho en esta bitácora que los jubilatas de mi generación tenemos poco en común con los de generaciones anteriores. Apenas nos dan el cañuto de la licencia (como a los antiguos piqueros de Flandes) y ya estamos metiéndonos en nuevas batallitas. No hay ONG que no tenga su plantilla de jubilados. No hay universidad que no tenga una traílla de estudiantes provectos. No hay exposición que no esté copada por una caterva de jubilatas ansiosos por oír las explicaciones de la guía. En fin, no hay actividad, al margen de la laboral, que no esté saturada de jubilados de uno u otro sexo.
Yo soy uno de esos, claro está. Entre mis variados empeños está el de hablar con cierta corrección el francés, y por eso, cada ciertos años, voy a un centro de estudios a refrescar mis conocimientos. Esta vez estoy haciendo un cursillo de tres meses en la Alianza Francesa. Y hay que ver lo previsibles que son los designios de los docentes en esta materia: a la hora de estudiar un literato popular en lengua francesa, siempre me tropiezo con Simenon y su personaje Maigret.
Esta vez estamos trabajando con la novela L´affaire Saint-Fiacre, lo que me ha hecho recordar que hace un montón de años que conozco al comisario Maigret. Y, aunque pueda parecer chocante, podría establecerse una relación entre mi matrimonio y la obra literaria de Georges Simenon. Incluso se podría decir que existe una relación de causa a efecto: matrimoniarme fue la causa de que conociera a Simenon y su comisario Maigret. Bien es verdad que ni uno ni otro formaban parte del entorno familiar o de amistad de la que a partir de entonces es mi santa esposa.
Me explico.
Ya había oído hablar de ellos cuando mis tiempos de bachiller. Pero Simenon era uno de los muchos escritores de los que nos hablaba el profesor de literatura; un nombre más a recordar, a la hora de los exámenes, entre las docenas de autores que uno tenía que llevarse aprendidos. O sea: memorizado, examinado y olvidado, y a otra cosa, que había muchas asignaturas y no me cabían todas en la cabeza.
El caso es que (aunque no lo parezca, viene al caso), con el paso del tiempo, me casé y heredé una cuñada. Es cosa sabida que los que nos hemos casado “a la antigua” – o sea: el clásico matrimonio “para siempre” –, el día de la boda, junto con la novia, recibíamos en el mismo paquete un montón de suegros, cuñados y cuñadas, primos y sobrinos postizos y un largo etcétera de familia política como para llenar una agenda con nombres, direcciones, teléfonos, fechas de cumpleaños…
En fin, que mi matrimonio me aportó una cuñada, quien tenía en su casa las aventuras completas de Maigret, aunque en español. Aquellos años eran tiempos en los que se leía mucho, tanto como ahora se ve la tele, así que dedicaba horas y horas a la lectura y, claro está, me leí los 4 o 5 tomos.
Con el paso del tiempo, volví a tropezarme con Maigret. Hacía los cursos de francés en el CUID de la UNED y al tutor de tercero también le gustaba Maigret, así que trabajamos con la novela Monsieur Galet, décédé. Era la historia de un viajante de comercio que se había suicidado, aunque los indicios apuntaban a un asesinato.
Vuelven a pasar unos años más, voy a la Alianza Francesa y ¡zas! allí también me doy de bruces con el inevitable Maigret. Podría parecer un poco aburrido eso de tropezarse siempre con el mismo personaje, pero no es mi caso. A mí el comisario Maigret me cae simpático: siempre fumando en pipa, siempre con su gabán y su chapeau melon, me resulta tan entrañable como si fuera de la familia. Tantos años tratándole, para mí ya es “tío Maigret”, ese pariente extranjero, un poli tan célebre por otra parte, que heredé – el día de mi boda – junto con la cuñada que tenía en su casa las obras completas de Simenon.
Lo dicho: para toda la vida.
Yo soy uno de esos, claro está. Entre mis variados empeños está el de hablar con cierta corrección el francés, y por eso, cada ciertos años, voy a un centro de estudios a refrescar mis conocimientos. Esta vez estoy haciendo un cursillo de tres meses en la Alianza Francesa. Y hay que ver lo previsibles que son los designios de los docentes en esta materia: a la hora de estudiar un literato popular en lengua francesa, siempre me tropiezo con Simenon y su personaje Maigret.
Esta vez estamos trabajando con la novela L´affaire Saint-Fiacre, lo que me ha hecho recordar que hace un montón de años que conozco al comisario Maigret. Y, aunque pueda parecer chocante, podría establecerse una relación entre mi matrimonio y la obra literaria de Georges Simenon. Incluso se podría decir que existe una relación de causa a efecto: matrimoniarme fue la causa de que conociera a Simenon y su comisario Maigret. Bien es verdad que ni uno ni otro formaban parte del entorno familiar o de amistad de la que a partir de entonces es mi santa esposa.
Me explico.
Ya había oído hablar de ellos cuando mis tiempos de bachiller. Pero Simenon era uno de los muchos escritores de los que nos hablaba el profesor de literatura; un nombre más a recordar, a la hora de los exámenes, entre las docenas de autores que uno tenía que llevarse aprendidos. O sea: memorizado, examinado y olvidado, y a otra cosa, que había muchas asignaturas y no me cabían todas en la cabeza.
El caso es que (aunque no lo parezca, viene al caso), con el paso del tiempo, me casé y heredé una cuñada. Es cosa sabida que los que nos hemos casado “a la antigua” – o sea: el clásico matrimonio “para siempre” –, el día de la boda, junto con la novia, recibíamos en el mismo paquete un montón de suegros, cuñados y cuñadas, primos y sobrinos postizos y un largo etcétera de familia política como para llenar una agenda con nombres, direcciones, teléfonos, fechas de cumpleaños…
En fin, que mi matrimonio me aportó una cuñada, quien tenía en su casa las aventuras completas de Maigret, aunque en español. Aquellos años eran tiempos en los que se leía mucho, tanto como ahora se ve la tele, así que dedicaba horas y horas a la lectura y, claro está, me leí los 4 o 5 tomos.
Con el paso del tiempo, volví a tropezarme con Maigret. Hacía los cursos de francés en el CUID de la UNED y al tutor de tercero también le gustaba Maigret, así que trabajamos con la novela Monsieur Galet, décédé. Era la historia de un viajante de comercio que se había suicidado, aunque los indicios apuntaban a un asesinato.
Vuelven a pasar unos años más, voy a la Alianza Francesa y ¡zas! allí también me doy de bruces con el inevitable Maigret. Podría parecer un poco aburrido eso de tropezarse siempre con el mismo personaje, pero no es mi caso. A mí el comisario Maigret me cae simpático: siempre fumando en pipa, siempre con su gabán y su chapeau melon, me resulta tan entrañable como si fuera de la familia. Tantos años tratándole, para mí ya es “tío Maigret”, ese pariente extranjero, un poli tan célebre por otra parte, que heredé – el día de mi boda – junto con la cuñada que tenía en su casa las obras completas de Simenon.
Lo dicho: para toda la vida.
Pero bueno, don Juan José, acláreme la relación matrimonial con Maigret, porque la cosa prometía y solo aparece la colección de la cuñada el día de la boda. Yo creí que iba a compartir mas insospechadas coincidencias, pero no veo nada más...
ResponderEliminarQué cosas: usted,parecido a Poirot, hablando de la competencia...
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