domingo, 27 de marzo de 2011

El barrendero.-



Me lo encuentro cada mañana, a la ida y al regreso del gimnasio. Cada lunes, miércoles y viernes, puntualmente, me tropiezo con él en la calle Florencio Llorente, con su carrito y sus escobones. Luce un uniforme chillón de un verde/amarillo fosforito que destaca entre los tonos grises de las calles asfaltadas. Es el barrendero municipal de mi barrio. Tiene asignado el tramo de vías públicas entre el parque del Calero y la calle de Alcalá.


Con la eficacia de un profesional, para el que no tiene secretos su oficio, puede vérsele entre los coches barriendo todos los desechos. Tiene una destreza poco común. Introduce el escobón entre el bordillo de la acera y las ruedas de los vehículos aparcados. Con ademanes enérgicos, barre colillas, papeles y desperdicios. Hace pequeños montoncitos, los recoge con la pala y los echa en el recipiente de su carrito. Luego, desplaza éste unos metros más allá. Se para y observa con ojos críticos las merdulencias que la gente acostumbra a tirar por el suelo. Mueve la cabeza con reprobación ante tanta cochambre, y vuelve a empuñar el escobón.


Yo, al principio, ni me fijaba en él. Un barrendero, para un habitante de la ciudad, es tan invisible como esos coches abandonados en la calzada. O como los contenedores de papel y vidrio. Unos y otros forman parte del paisaje urbano. Según caminas apresurado por la acera, los ves, sabes que están ahí, pero no les prestas atención. De tan puro evidentes, ni te das cuenta de que existen.


Lo mismo ocurre con el barrendero municipal: pasas a su lado y le ves afanado en su tarea; haces un quiebro para no tropezar con el carrito de la basura y sigues caminando. Ni se te ocurre dedicarle una mirada al individuo, embutido en su uniforme fosforito chillón; cuánto menos, darle los buenos días o decirle un simple ¡Hola! al paso. No te imaginas que el barrendero, dado lo modesto de su oficio, exija la atención del viandante. Su rol es tan humilde que nadie se cree obligado a dedicale una palabra. Como si perteneciese a la casta de los intocables indúes.


Me di cuenta de su existencia un día al salir del gimnasio. Según es habitual, volvía yo a casa comiéndome un plátano. Él me vio con las cáscaras en la mano, mientras buscaba una papelera donde depositarlas, y me dijo: "Eh, amigo, échelo usted aquí, en el cubo", y me señaló el carrito. De repente, me di cuenta de que el barrendero era una persona y, además, amable. Eché la cáscara del plátano donde me dijo. Le di las gracias, intercambiamos unas palabras corteses, y seguí mi camino.


Se llama Antón y nacio en el Alentejo. Es un hombrte bajito y sesentón, de extracción social modesta. Realiza su trabajo con la sencillez de quien se sabe poco importante. Pero, desde que me invitó a usar su cubo de la basura, para mí sí se ha convertido en una persona importante. Sé que, dentro de su modestia, le gusta verse reconocido por los viandantes y agradece un saludo cuando pasas por su lado".


"Buenos días", le digo, camino del gimnasio. "Qué hay, amigo" me contesta. Deja un momento sus quehaceres. Incluso aparta el carrito, si es que lo tiene en medio de la acera. Con un gesto, me invita a pasar. Charlamos un momento: "Desde luego, Antón -bromeo- es usted más profesional que un ingeniero". "Sí -me contesta- O engheneiro da carroça da merda", y se ríe con sorna. Luego, vuelve a su faena con la seriedad de quien está haciendo algo necesario para mantener la salubridad pública.


El barrendero de mi barrio es todo un profesional. Da gusto pisar por las aceras que él ha barrido. Por la mañana temprano, camino del gimnasio, es como si estuvieran recién estrenadas.

domingo, 20 de marzo de 2011

Art Pompier para desocupados.-

Si el improbable lector no conocía a Jean-Léon Gérôme, no se preocupe. Un servidor ignora cosas de más sustancia y se conforma. Para ponerle en antecedentes, sepa que J-L Gérôme es un pintor academicista (1824-1904), detallista hasta lo anecdótico y jefe de fila de la corriente neo-helenizante y "romanizante" (digámoslo así) dentro de la pintura académica y oficial del S. XIX francés. Uno de los máximos exponentes del Art Pompier, cuyas obras hemos ido a ver al Museo Thyssen.

A mí, lo de "arte bombero" siempre me ha sonado a coña marinera y sé que los contemporáneos lo designaban así por hacer rechifla de un arte conformista, academicista, clasicista y al servicio de la burguesía adinerada. Es una pintura que recrea, de forma artificiosa y con gran minuciosidad de detalles, el mundo clásico (romano y griego) con una visión supuestamente historicista y de papel cuché.
Como se ve, yo tampoco ahorro "ismos" en esta entrada.

Parece que el origen de esta denominación de "pompier" tiene doble paternidad: de un lado esos personajes romanos que pintaba Jacques-Louis David (como El juramento de los Horacios, o Las mujeres Sabinas) con esos cascos empenachados que se parecían a los que lucían los sapeurs-pompiers de tiempos de Napoleón III; de otro, el himno burlesco que cantaban los alumnos de l´École des Beaux Arts de Paris: Un casque est une coiffure / qui sied à leur figure. /Un casque de pompier / ça fait presque un guérrier. Viene a decir que le pones un casco empenachado a un bombero aguerrido y parece un héroe troyano. La imaginación hará el resto.

En una interpretación freudiana (según leo en un artículo de Luis A. de Villena), allí quedan reflejados los más oscuros deseos de una burguesía acomodada y bien pensante: La sensualidad y el desenfreno de la aristocracia romana; la crueldad desinhibida de las luchas de gladiadores; el gusto vergonzante por las desnudeces de bellos efebos y la plenitud del desnudo femenino, justificados por la representación de temas mitológicos griegos. Por decirlo con llaneza: tomas un mozo cachas en pelota, le pones un casco brillante y una lanza, y ya tienes a un héroe clásico. O, si prefieres, coges una maciza en pelota, le pones un velo transparente y ya puedes venderla en un mercado de esclavas. Nadie puede tacharte de indecente al mirarlos porque aquello es "arte".

So capa de "desnudo artístico", inspirado en el periódo clásico, la moralidad de la época permitía desvelar lo que la pudibundez de las damas decimonónicas ocultaba tras corsés, refajos y miriñaques; y, en fin, todas las pulsiones libertinas o gratuitamente crueles que cada cual guarda para su coleto si quiere ser considerada persona respetable.

Francamente, ver las turgencias de una esclava desnuda en un mercado romano o en los baños públicos, o al escultor abrazado a su apetitosa modelo, aún le ponen a uno, que ya lleva vistas muchas tetas siliconadas y todas las exhibiciones impúdicas en el mercado del famoseo. Cuánto más, imagino, a aquellos respetables prohombres enlevitados y circunspectos.

Gérôme tiene la virtud de ser minucioso y detallista, con un dibujo del cuerpo humano de una perfección clásica y un colorido exuberante. Una pintura de fácil comprensión. Nos cuenta historias que pasan por verídicas, como si estuviésemos presentes en la Roma clásica, y nos hace creer que lo que él representa no son anécdotas imaginarias sino la vida tal cual era en la capital del imperio, decadente, cruel, luminosa, de un erotismo perturbador y con una libertad de costumbres que no estaba al alcance de los contemporáneos del pintor.

A un servidor, que solo es curioso mirón en las salas de museos, esta muestra de arte pompier le ha gustado. Será porque oculta un pequeño espíritu pequeño-burgués, hambriento de bacanales y lujuria, bajo ese aspecto de jubilata ocioso. Además, si uno hace un pequeño ejercicio de empatía y se pone en la piel de aquellos señores encorsetados, comprende que no dejaba de ser una válvula de escape que les liberaba de las rígidas convenciones morales. Pobres, tan comme il faut, ellos.

Pero tampoco vamos a echárselo en cara, ya que nosotros tenemos en nuestro país a Ulpiano Checa (puede verse su museo en Colmenar de Oreja), quien practicó el arte pompier con fruición y a grandes galopadas. Recuérdese el hollywoodiano Carrera de carros, que sirvió de cartel anunciador para la película Ben-Ur, o la Naumaquia, recreaciones de una Roma de pan y circo.

Dicho sea: también nosotros tenemos nuestro pequeño espíritu burgués, hambriento de heroicidades de salón-comedor. Faltaría más.






lunes, 14 de marzo de 2011

El Cerro San Pedro.-









El Cerro San Pedro forma parte del sistema montañoso del Guadarrama, pero es un monte aislado, fuera de la cadena montañosa, y que tiene una altitud considerable: 1425 m.

Dicen que desde lo alto se disfruta de maravillosas vistas sobre la sierra y las dehesas circundantes, con su bellísimo bosque de encinas. Digo lo de "dicen", porque este sábado pasado hemos hecho una marcha por su entorno, hemos subido a lo alto del pico, y no hemos podido disfrutar de esas vistas que tanto se ponderan.


Todo esto porque hemos emprendido la marcha en un día lluvioso, con esa niebla meona que lo empaña todo e impide ver más allá de unos pocos metros. Pero, como los amantes de la montaña siempre somos gente golosa de paisajes, un grupo de amigos decidimos que hay que repetir la experiencia, pero en día soleado, para empaparnos, no de lluvia como esta vez, sino de paisajes.


Aparte lo agradable de la caminata, entre dehesas donde pastan toros bravos, a mí el cerro de San Pedro, cada vez que paso por sus aledaños, camino de las marchas montañeras, me trae recuerdos de cuando yo fui un recluta, un sorche, un conscripto del ejército franquista. No en vano el cerro fue terreno militar hasta hace algunos años y allí se hacían ejercicios de tiro.


Y es que muy cerca de Colmenar Viejo hice el periodo de instrucción, en el Campamento de San Pedro. Tres meses veraniegos en aquel secarral, sin agua corriente, desayudando cacao con bromuro, aprendiendo la instrucción militar y a servir a la patria por si se diese un casus belli que requiriese de mi esfuerzo guerrero.

Recuerdo que me sacaron de la fábrica donde yo trabajaba entonces. Lo de me sacaron entiéndase en cuanto a que a la mili se iba por imperativo; uno dejaba a la familia, el trabajo, la novia y los amigos y, por el tiempo que durase el servicio militar, pasaba a ser propiedad del ejército. Te esquilaban el pelo y te daban un uniforme de faena. De un día para otro, te veías convertido en un ser uniformizado, despersonalizado, un número (el 112 era el mío) bajo jurisdicción militar, y con un mosquetón al hombro aprendiendo el ¡un-dos!¡hep-haro!, como nos gritaban los instructores en el campo de maniobras.


Así estuve tres meses, antes de que me mandasen a un cuartel del Alto de Extremadura (el 71 de Artillería Antiaérea), donde tuve el glorioso honor de verme convertido en cabo furriel. Fui responsable, durante casi un año, de repartir los chuscos entre la tropa y asignar servicios a los compañeros de mi batería, de acuerdo con un estadillo que yo manejaba con escasa habilidad, pero según mi leal saber y entender.


Lo que me supuso, en aquel periodo cuartelero, recibir mil maldiciones por parte de los interesados. "Salgo de guardia y entro de cuartel; la culpa de todo la tiene el furriel", cantaba la tropa.

Resultaba difícil hacer entender a la mesnada artillera que los furrieles éramos la columna vertebral de aquel ejército mal equipado, pero que sometía a férrea disciplina a la clase de tropa.


Siguiendo con los recuerdos, en plan abuelo Cebolleta, recuerdo haber ido a prácticas de tiro al pie del Cerro San Pedro. Allí nos daban cinco balas para el mauser y nos hacían disparar sobre unas dianas que debían estar como a 100 metros de distancia. Yo nunca tuve la certeza de acertar en la mía, y aún sopecho que, de haber hecho algún blanco, fue en la diana del vecino. Al fin y al cabo, disparaba con pólvora ajena y las balas no tenían nombre.


Cuando, al cabo de quince meses me licenciaron, me dieron la cartilla militar donde se decía que, en caso de movilización, se me ascendía al empleo de cabo primero, y que el valor "se me suponía". Suposición que no conllevaba ninguna certeza respecto a mi ardor guerrero.

O sea: historias de la puta mili, como esas viñetas que aparecen en El Jueves.


Todavía lo recuerdo hoy, jubilado y ajeno a las glorias militares, cuando paso por allí cerca, camino del Guadarrama. Se ve que la mili me marcó, y eso que sólo era un remedo de guerra de mentirijillas. Por si había que salvar a la Patria de la horda marxista. En fin, fui un quinto peluso que nunca vivió su momento de gloria patriótica. Nunca la eché de menos.


En la única foto que conservo de entonces, yo soy el primero por la derecha. Nótese mi gallardía y marcialidad.

lunes, 7 de marzo de 2011

La buena suerte.-


Eres alta como un huevo,
derecha como una hoz,
blanca como una morcilla;
buena suerte te dio Dios.

Eso dice una canción leonesa que se llama "la jota del pitiminí". Un servidor, cada vez que echa un vistazo a los solares, que no muros, de la patria mía se acuerda de esa jota burlesca. Porque, a poco que uno se fije, enseguida se da cuenta de que éste no es un país serio, sino contrahecho.
No digo serio en el sentido del señor de bigote con cara de notario y moral de cura de aldea; me refiero a la poca seriedad que observo en nuestros políticos, aquejados de neurosis preelectoral, y al respetable público que les votará porque no hay nada mejor.
Y, según costumbre, no entiendo nada. No acabo de entender cómo, tras recortar derechos laborales y sociales, bajar sueldos, poner en almoneda los recursos públicos; todo para mejorar la competitividad y la productividad y así crear empleo -dicen-, resulte que aumenta el paro. A bulto, cuatro millones y medio de trabajadores cruzados de brazos y tomando el sol en el erial hispano.
Sigo sin entender, inmersos como estamos en el Cuarto Año Triunfal de la Crísis, cómo los grandes bancos, o las grandes empresas que antes eran estatales, duplican sus beneficios mientras los ciudadanos nos empobrecemos y el Estado se endeuda a grandes trancos bajo la mirada golosa de los "mercados" -entiéndase: especuladores-.
Uno, que es jubilata y debería estar de vuelta de todo, no entiende que, en Madrid, el Canal de Isabel II, que nos da de beber a todos, vaya a pasar a manos privadas en un 49% ¿No es el agua un recurso natural, imprescindidble para la vida, que incluso produce beneficios al erario público? A lo mejor pretenden que no salga por el grifo, sino que la compremos embotellada. Con suerte -para sus nuevos dueños, claro- el CYII terminará cotizando en el IBEX 35.
... Y las Cajas de Ahorros, que nuestros buenos dineros nos cuestan, a convertirse al Islam del petrodólar por especial gracia de ZP ¡Qué cruz!
Si tan maravillosa es la sanidad pública, como lo ha comprobado la Presidenta de la Comunidad de Madrid, que le han reservado media planta de hospital para ella solita, cuando la han operado, y hasta les han dado fregona nueva a las señoras de la limpieza ¿Por qué ese empeño en que la gestionen empresas privadas, que es a lo que nos está llevando la Doña Tal? Cuando, la otra noche, estuvo Teresa ingresada en las urgencias del Piramidón, las señoras de la limpieza disponían de unas fregonas bastante cochambrosas ¿Será que las fregonas a estrenar las han guardado hasta nueva visita de la Presidenta? En urgencias le arreglaron lo del fluter a mi santa, pero no tuvieron la deferencia de poner fregonas nuevas. Hubiera sido un detalle. Seguro que hay razones de alta política... o bajos presupuestos.
Debe ser cosa de algún dios burlón, o borracho, eso de que esta sociedad disfrute de los políticos que se merece. Porque suenan a burla burda las ocurrencias y decires de nuestros políticos de plantilla. Sale el Gobierno y encuentra la panacea del ahorro energético en reducir la velocidad en las autopistas a 110 k/h., y, de paso, aumentar la recaudación por multas, y va el González Pons, vocero del PP, y dice que es una medida soviética. Ya ves, se queda tan fresco con el original invento del Gulag monclovita: ZP y Stalin, parejos ¡no te jode!
Más: en los habituales rifirrafes PSOE/PP, viene el ministro Pepiño y dice -con un sentido de la ironía muy suyo- que para ahorrar gastos habría que suprimir la Comunidad de Madrid. De paso, eso y las tropecientas Consejerías del resto de las Comunidades, y los coches oficiales y todas las sinecuras de la Casta política.
Item más: va Mariano I el Triunfal, reúne a sus huestes, les hace firmar un compromiso contra la corrupción, y el siempre sonriente Camps estampa su firma con todo desparpajo.
Y así...
Ya te digo, improbable lector, que miro al solar patrio y no veo más que asnos pastando los cuatro hiebajos. Veo (porque lo leo) al 40% de nuestros jóvenes sin trabajo; veo que la economía sumergida es el baluarte de la estabilidad social ya que, mientras haya chapucillas no declaradas para ir tirando, a ver quién sale a la calle a decir ¡Basta! como lo han hecho nuestros vecinos de Sur. Aquí, como mucho, organizaremos un botellón multitudinario, como los estudiantes sevillanos la otra semana. Del botellón al paro... o a Alemania, si la Merkel lo tiene a bien.
Como la bitácora de hoy se mueve entre el cachondeo político y el lamento patriótico, podemos despedirnos con el poema de Rodrigo Caro:

Estos, Fabio ¡ay dolor! que ves ahora,
campos de soledad, mustio collado,
fueron un tiempo Itálica famosa.

Cambiemos Itálica famosa por Hispania famosa, sembremos el mustio collado de cardos borriqueros y los campos de soledad de urbanizaciones en quiebra, e invitemos a Fabio a comer la tortilla de patatas bajo esa chaparra que aún queda en pie, tras el último incendio del verano pasado. Tú también, improbable lector, quedas invitado.
... El vinazo para la merienda lo pongo yo.

martes, 1 de marzo de 2011

Variación para violonchelo núm. 1: Desmembramiento.-


Con delicadeza, depositó el violonchelo sobre la mesa, se puso los guantes de cirujano y comenzó a descordar el instrumento. Sin brusquedad, con gesto amoroso, fue desmontando las clavijas del chelo y las puso al lado, sobre una mesita auxiliar. A continuación, desmontó el puente, el cordal y la pica, que depositó junto a las clavijas.

Tomó una segueta y, con la misma seguridad con que manejaba en tiempos el arco del instrumento, empezó a seguetear el clavijero y la voluta, separándolos del extremo del mástil. El violonchelo apenas exhaló un quejido desde su caja de resonancia.

Con un golpe preciso, cargado de energía bien medida, arrancó el mástil y el talón del cuerpo del instrumento. Éste se estremeció, moribundo, y enmudeció. Del cuerpo ya inerte del chelo separó la tapa superior, desencoló el alma que la unía a la tapa posterior y desmontó la faja.

Había colocado las piezas, unas al lado de las otras, como un cadáver descuartizado y las miró largamente. Fue hasta el aparato de alta fidelidad y puso en él un vinilo. Al violonchelo, Jacqueline Dupré interpretaba la Suite para chelo número 2 en Re menor de J. S. Bach. Una angustia profunda le nació al escuchar las primeras notas del preludio. La tonalidad menor de la suite le recordó el sentimiento del que hablaba Rostropovich cuando la interpretaba: chagrín et intensité, pena e intensidad.

Tomó la cuerda cuarta del instrumento, de alma de acero, se subió a una banqueta y ató uno de sus extremos al gancho del que colgaba la lámpara. Se pasó el otro extremo, en forma de lazo corredizo, por el cuello y dio una patada a la banqueta. Cayó a plomo y sus vértebras crujieron. Todavía llegó a oír las primeras notas de la giga final de la suite. Después, nada.

La suite sonaba en el vacío...

miércoles, 23 de febrero de 2011

Música y emociones.-


A veces, este jubilata que uno es, es capaz de sentir emociones estéticas que le liberan -siquiera por breve tiempo- de su mísera condición de ameba chapoteando en la charca de la mediocridad ambiente. Cuando esto ocurre, uno descubre que, aparte ser un ente impersonal (forzosamente despersonalizado, diría) útil en cuanto consumidor o dócil receptor de consignas, tiene aptitudes que le rescatan de la dictadura ambiente; esa que hace de la vulgaridad una norma no escrita a la que todos nos plegamos por convenciencia y subsistencia.
Y una de esas aptitudes, que afloran tan de tarde en tarde, es la de sentir en la piel y en el alma la emoción que puede transmitir una pieza musical como es el concierto para piano y orquesta número 3 de Rachmaninov, o la sinfonía "Patética" de Tchaikovsky. Por supuesto, un entendido se sonreiría con suficiencia por mi emocionada declaración de melómano de a pie; no en vano, estos compositores son como las primeras letras que todo aficionado aprende en el alfabeto de la música culta.
La verdad es que, si a uno no le embarga la melancolía al oír los primeros compases de la "Patética", mejor que se dedique a escuchar los 40 Principales. Si oír la voz grave de los contrabajos y la indroducción melodiosa del fagot, acompañados por las violas, con su aire sombrío, en los primeros compases del adagio, no le llenan de emoción trágica a uno, hará muy bien en disfrutar de las canciones de Lady Gaga y ahorrarse los euritos de la entrada al Auditorio.
Así que, lo dicho: uno tiene su corazoncito de melómano de infantería y esteta de fin de semana, y lo declara para conocimiento del improbable lector. Tampoco tiene nada de especial. No se olvide que tanto Rachmaninov como Thaikovsky son tan populares que están al alcance del oído de cualquiera que no tenga alpargatas en lugar de orejas. Popularidad que se volvió contra ellos, ya que hacían una música "fácil", según los sesudos críticos, versados en la gramática de la composición musicial. Entiéndaseme, una música fácilmente asequible a personas con una mínima sensibilidad, pero no lo digo desde el punto de vista de la complejidad en su ejecución, como es la parte pianística del dicho concierto de Rachmaninov.
Este jubilata ignora si habrá una pieza para piano que tenga el aluvión y la complejidad de notas de este concierto número 3. Pero de lo que está casi seguro es que, para interpretarlo, hace falta mover los dedos sobre el teclado con la agilidad de un atleta de alta competición. Por eso, Yuja Wang nos dejó arrobados y con la emoción prendida de sus manos, viéndola derrochar una energía poco imaginable en una criatura menudita y aniñada, con aspecto de chinita de procelana, tan frágil de aspecto era ella.
Porque esta pianista Yuja Wang -que un servidor no conocía- es una muchachita china de veintipoquitos años, un prodigio minifaldero y con botas altas que a este jubilata con costra le alegró las pajaritas. Lo digo porque es la primera vez que veo a una pianista interpretar en una sala de conciertos -tan convencional, con sus músicos de traje oscuro y su público burgués y también convencional- luciendo muslo y usando los pedales del piano desde lo alto de unos tacones de aguja, interpretando con la maestría de un Rubinstein. Pues sí: lucía, desacomplejada, sus bonitos muslos, para alegría de jubilatas en arrobo estético/erótico, como éste que lo cuenta.
Claro que las emociones del jubilata tienen poco que ver con el espíritu comercial de la pianista con manos de diosa y muslos de ninfa. Y es que, en las páginas interiores del programa que te entregan a la entrada, aparece la mocita Yuja Wang con su sonrisa oriental de niña prodigio exótica, anunciando una famosa marca de relojes -de esos que a nuestros políticos les gustaría recibir a cambio de favores- y una archiconocida firma discográfica. Se ve que el sentido de los negocios, tan fuerte en los chinos, no menoscaba la capacidad pianística de la jovencísima Yuja; más bien se complementan en un matrimonio de conveniencia (fama y dinero) que da excelentes resultados.
No sería justo no dedicarle algunas palabras al director, Pietari Inkinem. El improbable lector no se asombre de mi aparente erudición: yo tampoco lo conocía. Un hombre tan joven que, si lo vieses haciendo botellón, no te extrañaría. Pero no, dirigió la sinfonía "Patética" sin partitura, lo que significa un enorme dominio de la obra, aplomo, conocimiento fuera de toda dura. Verle tan joven, tan enérgico en la dirección y dominio de la orquesta, con aquel flequillo que parecía moverse al par de la batura, me producía admiración y envidia a la vez.
Hay personas - Pietari Inkinen y Yuja Wang- que parecen nacer predestinadas para cosas bellas o grandiosas, mientras que otros ni predestinación tenemos; nos quedamos en funcionarios jubilados, y gracias.

Adenda.- He dudado en publicar esta entrada por temor a parecer superficial. A cada momento llegan noticias de Libia con los asesinatos de población civil por parte de los sicarios del enloquecido Gadafi, y los ánimos no están para bromas. Por otro lado, no está mal mantener la normalidad de los actos de cada día, aunque sea colgando un texto intranscendente. Hoy tocaba, y lo he hecho.

jueves, 17 de febrero de 2011

Pedir en el Metro.-

Entró en tromba en el vagón y empezó a recorrerlo a buen paso. No me resultó difícil clasificarlo: un pobre de pedir, modalidad peripatética. Es lo que tiene desplazarse en Metro de forma habitual, que uno termina conociendo al personal que se mueve por allí y sabe a qué atenerse.
Normalmente, el pordiosero entra por uno de los extremos del vagón y va recorriendo éste, mientras salmodia sus penurias y trata de conmover al respetable con su discurso mas o menos brien trabado. Los hay que hablan bajito, se mueven despacito, dirigiéndose a los viajeros más próximos y esperando las limosnas. Recorren poquito a poco el coche entre parada y parada, y salen por el otro extremo, resignados. Otros, por el contrario, recorren el vagón en un sentido y otro varias veces y a buen paso, mientras dura el trayecto entre estaciones. Éstos hablan con voz fuerte, para general conocimiento de todos los viajeros, y miran al frente, a nadie en concreto. Son los pordioseros peripatéticos, enérgicos y desinhibidos.
- A ver, caballero, haga el favor, que estoy trabajando - me dijo el peripatético, y me hice a un lado.
Que era un peripatético el que acababa de entrar se lo noté enseguida, apenas tuve que levantar la vista del libro. Por si acaso, para no interferir su modus operandi, me arrimé un poco más a la pared del vagón y le dejé espacio libre. Otro tanto hicieron algunos viajeros que se sujetaban a las barras con la mano. Casi de forma imperceptible, se fue abriendo un pasillo libre de estorbos que permitía al indigente peripatético ejercer su oficio con relativa comodidad.
- ¿Ha pasado antes algún colega? -, me preguntó. Yo, como todo viajero en estas circunstancias, metí la cabeza en el libro e hice como que no le oía.
No esperó mi respuesta. Miró hacia el fondo del coche, vio que el camino estaba despejado y, sin más dilaciones, comenzó con buena voz: "Hace dos días que me he duchado en el refugio y me han dado esta ropa -empezó informando-. Vivo en un garaje con mi mujer y mis dos niños, y no tengo trabajo..." Me gustó su tono decidido, muy profesional. Unas brevísimas notas autobiográficas que captaron el interés general.
El peripatético tenía vis dramática: paso seguro, voz convincente y gesticulación bien medida. Para convencer de sus buenas intenciones, a la vez que abanzaba por el pasillo que los viajeros le habían abierto instintivamente, iba persignándose lentamente e informando: "Hasta que tenga trabajo, necesito pedir para alimentar a mis niños. Yo no quiero hacer daño a nadie y prefiero pedir antes que robar..." Argumento éste que, aunque bastante socorrido entre los de su profesión, produce alivio entre los pasajeros, los cuales, una vez que saben a salvo su cartera, vuelven a sus ocupaciones habituales: leer la prensa gratuita, dormitar, enroscarse las neuronas al MP3 o, simplemente, poner esa cara de ajo aburrido tan habitual en los viajes suburbanos.
En lo que duró el trayecto, el peripatético recorrió tres veces el vagón arriba y abajo, con enérgico caminar, antes de llegar a la siguiente parada. Nadie le dio un céntimo. Terminó de nuevo a mi lado, poco antes de que el convoy entrara en la siguiente estación, echó una mirada reprobatoria a los viajeros y comentó:
- Con eso de la crisis, éstos están más tiesos que yo-, dijo. Nos miró con cara de lástima y se fue corriendo al siguiente vagón.

viernes, 11 de febrero de 2011

Merdulencias Madrileñas.-


Esta semana he decidido desbridarme un rato y hablar del Madrid merdulento. Ya sé que una de las actitudes más penosas que pueden darse en un habitante de cualquier ciudad es echar pestes de la misma, pero es que Madrid, en ese aspecto, es paradigmático. Si uno mira al cielo, ve una enorme boina grisácea que enturbia cielos y pulmones; si mira al suelo, lo ve tachonado de mierdas de perro, con pavimentos desvencijados, con papelotes y desperdicios mil. Si mira a sus políticos, tan bien instalados en sus prebendas, los encuentra mediocres y presuntuosos; si mira a su conciudadanos, en apariencia tan dóciles y adocenados, parecen asemejarse a una masa amorfa formando un ganglio incívico y despersonalizado. Como se ve, andamos de humor de perros, pero motivos no faltan.
Por mirar e intentar comprender, uno se mira a sí mismo y se pregunta qué coños hace en un lugar, y en una sociedad, que le producen tanto disgusto. Y la respuesta tampo le satisface, con lo que se apresura a buscar justificaciones por los cerros de Úbeda. La más fácil: vivo aquí, pero no soy de aquí; esta sociedad me supera. Lástima que no sea suficiente; uno no puede vivir de espaldas al medio en el que va sobreviviendo. Quiera que no, uno pertenece a la sociedad y al lugar donde vive y es responsabilidad suya mejorarlos en lo que pueda.
Siendo joven migré a esta ciudad desde un pueblo, buscando universidad donde formarme y un trabajo con el que sustentarme. Pude optar por otros lugares, pero la capital daba algunas oportunidades que eran difíciles de encontrar en aquellos mediocres finales del franquismo. Al final, cuando quieres darte cuenta, Madrid te ata. Aquí te casas, encuentras un trabajo estable, haces amigos (todos provincianos, como tú) compras piso y organizas tu vida. Cuando están vinculado a un lugar, a ver cómo rompes con tantas ataduras y reorganizas tu vida en cualquier otro sitio. Es muy difícil. Aunque te pases el día pisando mierdas perrunas y repirando gases corrosivos, aguantas.

No sé cómo decirlo, pero de todos los inconvenientes de esta villa mesetaria, el que más le disgusta y le encocora a uno es el de andar sortando mierdas de perro. Ya sé, ya sé que es un asunto bajo, escatológico, antihigiénico, antiestético e incívico eso de tomar como argumento de esta bitácora el enmerdamiento perruno de los madriles, pero la merdulencia canina ha llegado a un grado tal que es omnipresente en las vías públicas. Un por ejemplo: sales de casa y ves papeles y envases por el suelo... y una mierda canica espachurrada por el zapato de un peatón apresurado. Atraviesas el parque del Calero (jubilatas que juegan a la petanca, niños que retozan como ternerillos bípedos, mamás que parlotean de sus cosas) y ves honrados ciudadanos (ellos y ellas ) que pasean a sus perritos, ciegos al rastro de heces que van dejando los animalitos. Llevas unos envases a depositarlos en el contenedor de vidrios y ves, arrumbados junto a los contenedores, cartones, muebles despiezados, un retrete agrietado y abandonado a su mísera suerte, una tele de las de antes del TDT, desperdicios variopintos... y varias... - ¿Lo diré otra vez? ¡Pues sí!- ... mierdas perrunas de distinto tamaño y textura: recién defecadas y jugosas, unas; resecas o en proceso de deshidratación, otras.

Triste vida la del habitante de este poblachón con pretensiones de capital europea: si miras arriba, ves el borrón gris de la contaminación; si miras al suelo, ves el asfalto agrietado y la infinita variedad de merdulencias consustanciales al incivismo ciudadano y a la desidia municipal; miras alrededor y ves masas de coches contaminando.
Si, harto, cierras los ojos, es peor aún: todas esas miserias siguen existiendo y, encima, corres el riego de romperte la crisma en un socavón. Pero no hay que desesperar porque el Ayuntamiento de Madrid nos lanza un mensaje esperanzador por boca de su Botella de Medio Ambiente: "El paro asfixia más" ¡Con un par de neuronas!
Madrid me ata, Madrid me mata.

domingo, 6 de febrero de 2011

Nuestros vecinos del Sur.-


Improbable lector que echas un vistazo distraído a esta bitácora ¿Sabías que, cuatro días después de huir el autócrata tunecino Ben Alí, la agencia de calificación Moody´s degradó la nota de la deuda soberaba tunecina de "Baa2" a "Baa3"? Por su parte, la agencia Fiych Standard & Poor´s y la japonesa Rating and Investiment, pusieron a Túnez bajo "vigilancia negativa". Para entendernos: a los "Mercados" (cuando digo "Mercados", entiéndase "Especuladores de capitales") les sienta mal la libertad de los pueblos. Les desasosiega.
Es "0bsceno", dice el articulista donde leí la noticia, pero es consecuente. El triunfo de la libertad produce "incertidumbre" en los "Mercados", mientras que el control de un país por parte de un dictador da "seguridad". El dictador domestica a los pueblos, a las organizaciones sindicales y a los trabajadores, y la prensa se convierte en correa de transmisión de las consignas del Poder. Dicho en vulgo: Aquí no se mueve ni dios y todos trabajamos para el mismo amo.
Recuérdese 1973 y la toma violenta del poder en Chile por Pinochet: las huestes de Milton Friedman saludaron alborozadas la caída de Salvador Allende. Convirtieron el país en un laboratorio donde experimentar las teorías neoliberales y quedaron muy satisfechos de los resultados. Tanto, que nuestra sociedad es el resultado de aquel experimento. Que la consecuencia del golpe militar pinochetista/kissingeriano fuese la pérdida de libertad y sus consecuencias - persecución política, torturas, asesinatos de disidente y el sometimiento de todo un pueblo -, no dejaba de ser pecata minuta. El "Mercado" funcionó como la seda.
Y es que la libertad es demasiado imprevisible para ser "rentable", excepto cuando se trata de la libre circulación de mercados y capitales. Pero nuestros vecinos del Sur, sin pedir permiso a las agencias de calificación, han optado por la democracia, por muy incierta que resulte, frente a la dictadura, que tanta confianza transmite a los mercaderes del dinero.
Es curioso el desamparo en que quedan los mecanismos del "sistema" cuando éste se desbarata. La televisión oficial tunecina, al descabezarse el poder al que obedecía, no sabía qué actitud tomar, qué noticias debía dar. Faltos de consignas, sus responsables se justificaban diciendo que no podían actuar de otra forma a como se les mandaba y ahora no tenían a quién obdecer. Su desconcierto llegaba hasta el punto que, mientras la prensa internacional daba noticias de la huída del dictador, ellos seguían transmitiendo consignas de un poder ya fenecido. "La Tele es como un prisionero que hubiese salido de la cárcel y no supiese dónde ir", "No tenemos la costumbre de ser libres", son comentarios de algunos periodistas tunecinos, que explican así tal desconcierto.
En fin, la libertad siempre produce desasosiego. Por estos pagos europeos, nuestros sesudos dirigentes andan muy preocupados por temor a que el vacío de poder, que se produce cuando triunfa una revuelta popular, venga a ser ocupado por los islamistas radicales. Lo que, de forma indirecta, sirve de justificación a la necesidad de una autoridad férrea, no sólo para tranquilizar a esos "Mercados", cuanto para liberarnos, a los mansos ciudadanos de este lado del Mediterráneo, del terror a la gumía del sarraceno fanático... Pero no se nos dice que los extremismos religiosos y políticos son consecuencia, al menos en parte, de la reacción a un poder que impide cualquier manifestación de disidencia. Incluso en Túnez, uno de los países árabes más laicos, se empezaba a dar el fenómeno de la observancia religiosa estricta como oposición a un poder corrupto. Es el caso, según leo, de muchachas que usaban el velo islámico, mientras que sus madres, no.

Aunque parezca no tener nada que ver: Los jacobípetas que hacen el Camino, cuando entran en la villa navarra de Obanos, pueden leer sobre la puerta de la muralla: Pro libertate patriae, liberos estote", que era el lema de los infanzones medievales de aquella villa. "Sed libres para que la patria sea libre", - de tiranos y de "mercados", habría que añadir actualmente -. Lema que, sin saberlo, han hecho suyo los tunecinos, y espero que también los egipcios, los yemeníes, los jordanos, argelinos, libios, marroquíes. Hombres libres en un país libre, en árabe y en cualquier idioma.
Inch´Allah!, que dirían nuestros vecinos del Sur.

martes, 1 de febrero de 2011

Por las cañadas, pisando nieve.-








Lo mejor de las andanzas serranas es cuando, al placer de caminar, se une el interés cultural. En esta ocasión, con la Agrupación Aire Libre del Ateneo de Madrid, hemos cumplido las dos finalidades: recorrimos, el pasado sábado 29 de enero, el tramo de la Cañada Real Segoviana entre Valdemanco y Buitrago, pasando por el Puerto del Medio Celemín y la subida de Matallana hasta El Cuadrón para, desde allí terminar en Buitrago de Lozoya, pasando cerca del embalse de Río Sequillo: un recorrido por el pie de sierra que nos lleva sobre la antigua cañada ganadera.


Por esta cañada transitaron durante siglos los ganados del Honrado Concejo de la Mesta, que se desplazaban, buscando los pastos de verano, desde Extremadura hasta la sierra de Neila, en Burgos. En total, unos 500 kilómetros de recorrido. Nosotros, claro está, hacemos un pequeño tramo, unos 18 kilómetros. Nos mueve solamente el interés deportivo y cultural, y por lo tanto, hacer este camino no implica mayores obligaciones que llevar buen calzado, ropa de abrigo y el indispensable bocata en la mochila. La nieve se encargará de empaparnos las botas, a pesar de ir pertrechados con los guetres, y la caminata nos abrirá el apetito. Lo habitual en estos casos.





Es cosa sabida que la mayor riqueza de Castilla, durante la Edad Media, fue la ganadería y sus derivados: especialmente, la lana, que era tratada en los ranchos de esquileo y lavaderos - muchos de cuyos restos aún pueden verse a lo largo de los caminos -, para ser exportada a diversos países europeos.

Este gremio de la Mesta fue fundado por Alfonso X el Sabio, quien dio privilegios y exenciones fiscales a las asociaciones ganaderas, cuyos mayores propietarios fueron la nobleza y la Iglesia. La Mesta se disolvió en 1836, bajo la regencia de la reina María Cristina. Con estos apuntes someros, vale para esta croniquilla.






Cinco siglos de pervivencia que han dejado huella a todo lo largo y ancho de la Meseta. El Consejo Europeo, preocupado por la diversidad cultural de los países miembros, recomendó la conservación de las cañadas ganaderas españolas como muestra de nuestro acervo cultural e histórico. Con esta finalidad, la C. A. de Madrid ha ido marcando las antiguas cañadas, dentro de los territorios de su competencia, para su mejor conservación y disfrute por los caminantes. Hay que decir que muchas de ellas, en algunos tramos, han desaparecido por culpa del aprovechamiento privado en contra del interés general.



Parte de este recorrido ya lo habíamos hecho hace un par de años, cuando estuvimos recorriendo la ruta del Arcipreste de Hita, del que seguimos sus pasos bajo la guía de Guillermo García Pérez, quien ha hecho un estudio-guía basado en las andanzas que el Arcipreste describe en su Libro de buen amor. Con lo que no está de más advertir al improbable lector que acaba de publicarse Ruta del Arcipreste (Ed. Polifemo), del amigo Guillermo, por si alguien siente curiosidad y decide hacer este camino histórico, menos asendereado que el consabido Camino de Santiago, tan turistizado y mercantilizado.


Puede verse en las fotos: la nieve cubría los montes, los campos y los caminos, lo que añade a estos parajes una belleza de la que pocas veces puede disfrutar el asfaltícola madrileño. La subida al puerto del Medio Celemín resultó fácil, a pesar de la nieve, y tuvimos ocasión de contemplar, a nuestra derecha, la sierra de la Cabrera con su perfil recortado, y el Mondalindo, atrás y a nuestra izquierda. Dicen que el nombre de "medio celemín" le viene a este paso de que era el portazgo que pagaban los pueblos que iban a moler el grano a los molinos de Lozoya. El celemín es una medida de capacidad para cereales que equivale a 4,6 litros.


En El Cuadrón nos cruzamos con la carretera que se interna en el Valle del Lozoya. Comimos el bocata en un bar, regándolo con buen vino y tacitas de caldo. Desde allí, hasta Buitrago de Lozoya, pasando junto al embalse de Río Sequillo, nos quedaban unos 8 kilómetros, que hicimos con la tripita caliente y los pies húmedos.


La marcha estuvo bien, pisamos nieve sin mayores dificultades, charlamos por los caminos y terminamos nuestro caminar con los habituales objetivos cumplidos: las tres "S". Me explico: en nuestro grupo solemos decir que hay que regresar a casa Sanos, Salvos y, a ser posible, Secos. Y, aunque es verdad que esta vez no se cumplió la tercera condición -la de llegar "secos"-, una ducha calentita en casa se encargó de poner las cosas en su sitio.







miércoles, 26 de enero de 2011

Cosas que he leído sobre el negocio de la salud.-

Un servidor -nunca lo ha ocultado- pertenece a esa gran mayoría de ciudadanos a los que los desaguisados que cometen con nosotros le rebosan por todas las costuras intelectuales y no sabe bien dónde echar el remiendo para que el traje le siga sirviendo, aunque sólo sea para taparle sumariamente las vergüenzas de la ignorancia.
Lo digo porque uno, que es jubilata y, en razón de los desperfectos físicos propios de la edad, modesto consumidor de medicamente, se ha echado a la cara un interesante artículo sobre el negocio de la industria farmacéutica en el campo de la salud pública. Bien es verdad que las articulistas hablan del gran negocio del medicamento en Francia, pero las líneas generales son aplicables a cuarquier país europeo y nosotros somos píldoras del mismo frasco.
Principio básico de las farmacéuticas: toda persona sana es un enfermo que se ignora. Razón más que suficiente para invetar enfermedades.
El danés Mikel Borch-Jacobsen, historiador de la psiquiatría, escribió Enfermedades a la venta, obra en la que dice, entre otras cosas que, en tiempos, se creía que los medicamentos estaban para curar enfermedades, actualmente se crean enfermedades para vender medicamentos, y las enfermedades que no requieren de un medicamento bajo patente, no existen.
Pone algún ejemplo: en 2007, Pfizer lanzó Lyrica, para mujeres maduras con síntomas débiles de fatiga general, dolores musculares difusos, sin ningula lesión orgánica observable. Pero como un buen tratamiento no hace daño a nadie, Lyrica se vende en todo el mundo y ha recaudado 1.800 millones de dólares en un solo año. Eso a pesar de su probada inutilidad y los efectos secundarios que produce: insomnio y obesidad.
Los variados estados anímicos por los que pasa cualquier humano se cubren bajo el paraguas de la "depresión", de forma que hay antidepresivos para todos los gustos: para el mal de amores, la tristeza, la fatiga o la angustia vital. Así la timidez y el retraimiento social o el temor a hablar en público se agrupan bajo el "síndrome de ansiedad social"; las explosiones de cabreo al volante son "perturbaciones explosivas intermitentes"; ese mal humor, previo a la regla, que se les pone a las mujeres en edad fértil, es una "perturbación dysphorica premenstual"... Y así. Por supuesto, no hay síntoma sin medicamento. Dígame qué tripa le duele y yo le invento la correspondiente enfermedad con su tratamiento. Luego, la sanidad pública se hará cargo de los gastos.
Y no solo es eso; es que se inventan medicamentos que son copia de otros que, con el paso del tiempo, han pasado a ser genéricos y con precios fijados por los poderes públicos: por lo tanto, más baratos. El proceso es fácil. se les hace un lifting y se les pone cara nueva. Basta con añadirle una vitamina -por ejemplo- al principio activo del viejo medicamento y ¡Hop! ya tenemos un nuevo medicamento blindado por una patente de laboratorio. Como quien dice, se le añade un placebo y se vende como un nuevo hallazgo de la industria farmacéutica. Por ejemplo, el Prozac, que en Fracia es genérico (aquí, no lo sé), ha sido reemplazado por el Zolft o el Deroxat, mucho más caros por ser nuevos.
¿Los ensayos clínicos? Los laboratorios no están obligados, salvo para patologías graves, a comparar su nuevo producto con otro preexistente y demostrar que son más eficaces. Incluso han llegado a ocultar sus ensayos clínicos cuando son negativos, como Merch con su antidepresor Vioxx, retirado del mercado en 2004 y presunto responsable de la muerte de unas 30 mil personas en EE.UU. Hay más ejemplos, pero con un botón de muestra ya vale.
Y, en cuanto a las enfermedades olvidadas, como el mal de chagas, el dengue o la enfermedad del sueño, y tantas otras endémicas en sociedades pobres -véanse los boletines de emiten Médicos Sin Fronteras- no exite investigación para ponerles remedio porque no existe mercado que asuma sus costes. Los laboratorios farmacéuticos son parte del engranaje del mercado financiero y es cosa sabida que las grandes corporaciones están para repartir beneficios, no para salvar a la humanidad de sus males. Faltaría más.
Según lo veo yo, ahora que los financieros ya no se conforman con manipular a los gobiernos desde la sombra, sino que están tomando posesión de ellos y dirigen su política social y económica, sería el momento para que los dirigentes de la industria farmacéutica se hiciesen cargo directamente de la salud pública, sin políticos intermediarios. Algo nos ahorraríamos.
El personal de asfalto seguiría siendo rata de laboratorio para cualquier experimento que redunde en beneficio de quienes controlan las finanzas, las políticas de salud pública y cualquier otra actividad social digna de ser exprimida.
Por si acaso me he quedado más en la anécdota que en la noticia, propongo al improbable lector de esta bitácora que lea el artículo y el informe. Los puede encontrar en Le Nouvel Observateur, nº 2410, del 13 al 19 de enero de 2011.
Un servidor se ha dado por enterado.

jueves, 20 de enero de 2011

De Patones al Pontón de la Oliva.-


Por fin, la primera marcha de senderismo de este año, para ir abriendo boca. El día, este pasado sábado 15 de enero, ha salido espléndido, soleado y de buena temperatura; tan buena que pudimos caminar en mangas de camisa.

Salimos de Patones de Arriba y seguimos, entre tierras de pizarras, el curso del arroyo del mismo nombre. Éste bajaba crecido y, como el camino va en paralelo y, a veces, sobre el propio arroyo, nuestro ascenso hacia el collado de las Palomas fue un continuo chapotear entre agua, lajas de pizarra y turberas.


Para quienes vivimos en Madrid, Patones de Arriba es un pueblo muy conocido y frecuentado, por lo característico de su arquitectrura en piedra y pizarra, por sus calles enlosadas y por la abundancia de restaurantes y otros atractivos turísticos. Tiene incluso su leyenda sobre el "Rey de los Patones", ya que fue este lugar un minúsculo reino dentro del reino de las Españas, hasta los tiempos de Carlos III. Pero, curiosidades y gastronomía aparte, estas tierras, enmarcadas entre el Jarama y el Lozoya, que es tributario suyo, merecen una buena paseata y nunca está de más darse una vuelta por ellas.

Subiendo curso arriba del arroyo (seguimos la llamada senda de Genaro) hacia el collado de las Palomas, podrían parecer estos lugares una estepa desguarnecida de vegetación por la ausencia de árboles de buen porte, pero todo el suelo está cubierto de un manto vegetal que abunda en especies aromáticas, tales como romero, jara pringosa, cantuseo, mejorana, tomillo; también abunda el lentisco, el brezo, el rosal silvestre, y arbustos como majuelos y enebros; y en el cauce del arroyo, chopos y salicáceas. Todo un parque botánico..
Desde el collado de las Palomas, damos vista sobre el embalse del Atazar y caminamos entre pinos de repoblación hasta el lugar del antiguo poblado, donde vivieron los trabajadores durante la construcción de la presa. Desde aquí damos cara al
vallejo del Lozoya, que se tiende en un gran meandro que va bordeando los cerros pizarrosos, cuya orografía le obligan a trazar esa gran curva de 180 gramos para buscar salida hacia la antigua presa del Pontón de la Oliva. Pasada la presa, el Lozoya rinde su cauce en el Jarama.

Siguiendo el curso del Lozoya, pasamos junto a la almenara de Navarejos, donde hay una presa, construida en 1860. Allí nace un canal que va empotrado en la pared rocosa, que abastecía de agua a Madrid. Actualmente, junto al camino, pueden verse algunas bocaminas que dan acceso al canal.

La presa del Pontón de la Oliva es una obra de ingeniería hidráula que ha quedado como una estupenda muestra de arqueología industrial, ya que servir, lo que se dice servir como represa de las aguas del Lozoya, apenas pudo cumplir esa función, ya que el río transcurre sobre calizas y terrenos kársticos que originan grandes fugas de agua. Los ingerieron de dona Isabel II se lucieron, los pobres al elegir estos parajes, de una belleza imponente, por otra parte.

Recorrer estos lugares, cuya altitud está en torno a los 800 metros, es fácil y agradable. No solo por los parajes, sino porque uno puede observar las primitivas instalaciones del Canal de Isabel II para la traída de aguas a la capital. Quien no conozca la zona, quedará sorprendido de la belleza paisajística de estos lugares. No hay más que ver el discurso del río entre los enormes paredones calizos, verticales como cortados a cuchillo, donde los escaladores practican su trepa arriesgada.

Los que no somos tan atrevidos como para colgarnos de una pared, preferimos caminar sobre nuestros pies y dejar que el entorno nos llene los ojos de tanta belleza, que luego volvemos a Madrid, al asfalto cagado de perros y a la polución, y nos ponemos de mala uva.









jueves, 13 de enero de 2011

A toro pasado.-

Lo normal, cuando un año termina, es echar la vista atrás y pararse un rato a pensar y recordar qué nos ha deparado el año que dejamos atrás. Una recapitulación que se puede hacer desde las hemerotecas, desde los refritos que las cadenas televisivas preparan para la ocasión, o desde esa penosa sensación colectiva que nos ha dejado 2010 de ser el año más lamentable que hemos vivido en mucho tiempo. Pero es algo que dejaremos en manos de quienes mejor saben explicarlo: nos lo darán debidamente digerido y no tendremos que pensar. Luego, cada cual podrá tragarlo o vomitarlo.
Pero no es de eso de lo que quería hablar. Es que a uno se le hincha la vena pesimista y se sale de sus modestos límites de jubilata perplejo. Quería decir que, sorprendido una vez más de haber cambiado de año, casi ni me había dado cuenta de que habíamos casi llegado al meridiano de este mes de enero, el primero de 2011, sin haberme parado a reflexionar sobre el año recién finado ni a hacer propósitos para el actual.
Motivos para la reflexión sobre la vida personal podría sacarlos del diario de cada día (es redundante, pero me gusta) que anoto cada noche, como quien hace examen de conciencia. Es lo que don Miguel llamaba la intrahistoria, la pequeña historia que forjan los seres anónimos carentes de cronistas áulicos que canten sus hazañas. Pero un servidor ha decidido que no, que este año pasado no merece una reflexión personal; que ya ha sido suficiente con vivir el año día a día como para tener que revivirlo por junto cuando daba los últimos coletazos. Además, un servidor no quiere aburrir al improbable lector con monsergas sobre el ingrato 2010. Un servidor se ha limitado a marcalo con piedra negra, a declararlo nefasto y a hacerle una pedorreta.
Pasado y olvidado. Pero ¿Qué hacer con el recién estrenado? Es de obligado cumplimiento hacer propósitos para el nuevo, pero nos han quitado un excelente propósito muy útil por recurrente: dejar de fumar. ¡Daba tanto juego! Entrabas en un bar, pedías un café, encendías un cigarrillo y empezabas a toser, y te jurabas por todos los alcaloides de la solanácea nicotiana tabacum que , tomadas las uvas de fin de año, dejabas de fumar. Por supuesto, no lo cumplías, sobre todo pensando en que así tendrías ocasión de repetir la promesa el próximo fin de año. Ya se sabe: el infierno está empedrado de buenos propósitos.
Y también, lo del fumeteo, junto con las conversaciones sobre el tiempo, resultaba muy útil para rellenar silencios en esos diálogos que se marchitan por falta de asunto. Encendías un cigarrillo y ya tenías algún censor chafardero tirándote de las orejas y tú tratando de justificar el vicio nefando. Eso, de siempre ha animado mucho las conversaciones mortecinas y era un reforzador de la autoestima de los quidam inquisitoriales.
Es una lástima, pero con la ley anti fumadores (Corruptissima republica plurimae leges, que dijo Tácito) nos han quitado la posibilidad de ese buen propósito anual de repudiar a doña Nicotina y dejar de fumar a primeros. Ya no merece la pena. Empujados los fumadores al último rincón de la reserva piel-roja, somos especie a extinguir. Yo ya ni lo lamento. Desde hace años, mi ingestión de humo de tabaco se limita a una actividad testimonial: uno o dos cigarrillos (como mucho) diarios; eso siempre que el respetable no se me alborote y abandone, escandalizado, esta modesta bitácora de jubilata fumatario que sigue incinerando un cilindrín con el cafelito de media tarde.
Pero, ahora que me doy cuenta, tampoco quería hablar de eso. Se ve que con el cambio de año no me centro, y eso que los Reyes Magos han sido generosos. Entiéndaseme, cuando hablo de los Reyes Magos es por no contradecir el tópico, ya que un servidor hace muchos lustros que dejó de creer en ellos, y algunos menos, en desconfiar de los políticos. Pero allá se van los unos y los otros con sus falacias.
El día de Reyes, junto con el roscón, recibí un par de guantes (regalo pactado, yo regalé un par de zapatos), y tres libros: Todos somos Albert Camus, de Luis Agius, Historia, de Heródoto, e Historias III-IV, de Tácito. Respecto al primero, es más bien el libreto de una obra de teatro que representa a Camus en un momento de crisis vital, y el autor de la obra - de una forma optimista, aunque no lo parezca - parece mantener la tesis de que todos nosotros estamos sumidos en un angustia existencial que nos hace equiparables a Albert Camus. Pero uno, que es jubilata en una gran ciudad, mira a su alrededor y no sabe de nadie que se plantee las grandes cuestiones sobre el Ser, la Nada, el sentido de la Existencia, Dios... y otras grandes abstracciones con mayúscula. Por eso digo que el autor es un optimista, porque cree que todavía somos capaces de pensar en algo que transcienda las rebajas de enero, el voyeurismo impúdico de Gran Hermano y otras preocupaciones tan pedrestres.
Respecto a la Historia de Heródoto, ya iba siendo hora de leerla. Más desde que leí Viajes con Heródoto, de Kapuscinski, maestro de periodistas que merezcan tal nombre, quien salió a descubrir y describir el mundo llevando como bagaje un ejemplar de aquel libro. Si a él le abrió tantos mundos ¿por qué no a mí? La cosa promete largas horas de grata lectura.
Y por fin, las Historias de Publio Cornelio Tácito, en edición bilingüe, que prometen sumergirme en los revueltos tiempos de la Roma imperial bajo el dominio de la estirpe Julia-Claudia. Y, para que se vea lo actual que puede llegar a ser el autor, dejo esta frase suya: "Auferre, trucidare, rapere falsis nominibus imperium, atque ubi solitudinem faciunt, pacem appellant". Lo que viene a cedir: "A la rapiña, el asesinato, el robo, llaman por mal nombre gobernar, y allí donde asolan lo llaman pacificar". En traducción muy libre, claro.
Que el improbable (y paciente) lector me disculpe, esta vez es que no he conseguido centrarme.

jueves, 6 de enero de 2011

La primera en la frente.-


Año nuevo, vida nueva, dicen. Será en otra galaxia, porque lo que es en este mundo y en esta Ex-paña, la vida sigue igual, como cantaba Julito el Meloso. Y al decir que sigue igual quiero decir que sigue igual de jodiente, si se me permite expresarlo con ese palabro.
Uno ya no se hace demasiadas ilusiones respecto a eso de ser ciudadano europeo, cuando, desde la última crisis financiera, ha dejado de pertenecer a tal categoría para convertirse - a la fuerza ahorcan - en consumidor, en usuario de bienes chinescos, en herramienta manipulable por los llamados "poderes fácticos", o en simple estadística. Pero todavía me queda el recurso al pataleo y pienso aprovecharlo.
Y, a todo esto ¿a qué viene la perorata? - se preguntará el improbable lector.
Pues viene a que he recibido una factura de Movistar con los cargos a mi teléfono móvil y encuentro con que me cobran 2 euros por dos conexiones a Internet los días 13 y 14 de diciembre pasado.
En mi vida he hecho tal cosa, lo de conectarme a la Red a través del móvil; un gasto inútil teniendo, como tengo, tarifa plana para el ordenador de sobremesa, por la que pago una pasta indecente a Telefónica (o Movistar, que son el mismo sacamantecas con distinto nombre).
Sí señor, dos euros que me salen del bolsillo de jubilata y del hondón del alma, aunque al improbable lector le parezca una nimiedad. Pero es que uno no pelea por el huevo, sino por el fuero y se ofusca cuando tiene que lidiar con molinos y gigantes.
Ya que de nada sirve ser ciudadano, por lo menos, en cuanto consumidor, está dispuesto a ser responsable y procura no hacer gastos inútiles. Y conectarse a Internet a través del móvil, para un jubilata en mis circunstancias, es una gilipollez de tamaño natural. Y e estas edades, de gilipolleces, las justas.
Pues, eso, que voy y llamo al 1004 para reclamar. Primero, dos esperas de seis minutos, con musiquilla y sin nadie que me atienda, así que me mosqueo y cuelgo. Luego, al tercer intento, una voz de un asalariado mínimo-eurista (sospecho que lo de mileurista le resulta inalcanzable al pobrete) que me habla en una lengua asaz incomprensible, pero que se parece bastante al español. Me esfuerzo y sí, resulta que sí habla en español. Un español entreverado de portuguesismos y lleno de vocales cerradas que no alcanzo a descifrar. Pongo todo el empeño por mi parte y se inicia una conversación con lagunas de silencio y penosas incomprensiones. Sospecho que el mínimo-eurista me habla desde Brasil, como muy cerca. Debe ser cosa de la externalización esa, pienso, y procuro vocalizar bien y hablar despacio. El empleado de la subcontrata Telefónica, desde allende los océanos, dice que me entiende, pero yo a él ni flowers.
Del diálogo para besugos consiguiente (16´37´´ en plan "oigá, oigáa... ¿me s´escucha?, mandééé..., me diga..." y así) saco en claro que allí consta el gasto por dos conexiones (0,24 y 0,33 Kb) y eso va a misa. A ver, Movistar es juez y parte en el asunto y yo no tengo forma de demostrar que no me conecté al invento, así que de víctima del atropello me veo convertido en reclamador malintencionado. Un océano de incomprensiones (idiomáticas y de intereses) nos separa.
Descorazonado, cuelgo.
Todavía echo cagamentos cada vez que me acuerdo de los dos euros que han ido a engrosar la cuenta de resultados de la voraz Telefónica. Si pudiera, le digo a un amigo, aniquilaría a la maldita Telefónica/Movistar; y él, que es ingenuamente patriota, me dice no sé qué de que es una empresa española, un acorazado hispano en el proceloso mar de las corporaciones, en fin, un valor económico sólido de nuestro país. Yo le digo que las corporaciones capitalistas no tienen corazón ni patria. A lo sumo, tienen la cartera en lugar del corazón y, en lugar de patria, paraísos fiscales donde han ido a parar mis dos euritos de jubilata congelado.
Ya ve el improbable lector qué forma de comenzar el año ¡¡Cagüental...!!