domingo, 21 de junio de 2009

Las repúblicas independientes.-

Frente a mi casa, en un semisótano con las mínimas condiciones de habitabilidad, viven los que supongo son emigrantes caribeños: dos mujeres, un hombre, un perro y una vespino. Las mujeres son gordas con esa gordura amorfa tan frecuente, arrabaleras y chillonas; a veces las ves andando por el jardincillo en bragas, luciendo la rotundidad de sus abundantes adiposidades, pero siempre hablando a gritos. Al hombre no se le oye apenas –lo que agradecemos mucho–, pero, cuando se sienta a tomar la fresca, llena el espacio con su oronda humanidad en chanclas y su camiseta de tirantes. El perro ladra con la misma energía que chillan sus amas, y cuando se escapa, ellas salen corriendo detrás alborotando toda la calle con gritos y ladridos. La vespino es el único habitante de esa república caribeña que no molesta. Cuando no está fuera, se queda pegada a la pared sin dar un ruido.
Todos conocemos ese anuncio de Ikea que habla de “la república independiente de tu casa” (o algo parecido). Y de eso es de lo que se trata, de que mucha gente del barrio y de la ciudad donde sufro una convivencia mal entendida, se cree viviendo en una república con felpudo independiente, ajena a todos quienes les rodean. Fronteras adentro hacen lo que les da la real gana y les importa un carajo si molestan a las “repúblicas” vecinas. Desprecian las normas de civismo o educación ciudadana que, a lo que se ve, son términos vacíos de sentido y gilipolleces a las que no hay que hacer caso. Como, además, la Educación para la Ciudadanía es cosa nefanda y que ataca los principios morales de nuestra sociedad –según parecer de la jerarquía católica y los partidos de orden– a las “repúblicas independientes de tu casa” les espera una larga y dichosa existencia antisocial.
En estas cosas andaba yo pensando esta noche cuando me despertó, a las tres de la madrugada y con las ventanas abiertas por el calor, una de las ciudadanas de la “república caribeña” de enfrente que se pasó veinte minutos en la puerta del sotanillo hablando a gritos por teléfono. A esas horas, la calle estaba totalmente en silencio y ni un coche pasaba por los alrededores. Pero ella gritaba y disparaba frases sin respiro, como una ametralladora verbal. Tales berridos pegaba con el móvil a la ojera que parecía como si pretendiera que su interlocutor la oyese sin necesidad de conexión telefónica.
En tales casos intentar dormir es inútil, más teniendo un sueño tan ligero como es el mío, así que me fui a mi estudio a leer un rato. Está del otro lado de la calle y allí no llegaban los berridos de la ciudadana chillona. Pero resulta que, desde una calle próxima, empezaron a llegar los ruidos de una de esas músicas raperas de ritmo machacón y las voces de varios individuos que habían montado su juerga personal aprovechando la buena temperatura nocturna. Otra “república independiente de tu casa” a la que le tenía sin cuidado el descanso de quienes están más allá de sus fronteras.
Me gustaría aquí hablar de convivencia ciudadana, de respecto a las normas cívicas más elementales, pero para qué… Si las propias autoridades municipales mantienen la ciudad en un estado de insoportable vivencia con sus eternas obras públicas; si la ciudad no es un espacio de convivencia sino de agresiones acústicas, atascos, contaminación medioambiental; si sus habitantes viven (vivimos) sometidos a todo tipo de inestabilidades (subempleo, amenaza de paro, hipotecas, sueldo bajos…) y de presiones sicológicas (guerras, matanzas, hambrunas, epidemias…) que los media se encargan de fomentar para mantener alta la audiencia; si nos percibimos como una sociedad abúlica, insolidaria y desorientada…
En fin. Esta mañana me he dado una ducha de agua fría. Con el desayuno me he tomado una aspirina, un café bien fuerte y un cigarrillo. Pequeñas adicciones que me ayudan a sobrevivir entre repúblicas independientes, individualistas, egoístas, a la espera de que en este barrio, en esta ciudad, un deus ex machina insufle un poco de sentido del civismo, ya que la educación para la ciudadanía, tal a lo que ha quedado reducida, promete dar frutos muy menguados.
Si yo fuera jubilata con posibles, para rato aguantaba estas ruidosas nochecitas madrileñas…

1 comentario:

  1. Antonio Moyano Catastral22 de junio de 2009, 10:28

    Don Juan José, Educación para la Ciudadanía va por otros derroteros. Yo quitaría la palabra Educación y pondría Adoctrinamiento para ser más exactos. Y es que los ruidos no entran ahí, ni la convivencia en general; entra la demagógica igualdad y el machaconeo con el "nosotras parimos, nosotras decidimos".

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