Este verano nuestras vacaciones serán así, de ida y vuelta. No haremos esos planes que nos llevaban a visitar países lejanos o próximos; o sea, que no saldremos ni siquiera de la península. El exotismo del viaje al extranjero, por lo menos este año, no está a nuestro alcance. Por eso hemos cambiado de estrategia. Que aprieta el calor, maleta y a salir corriendo de Madrid. Son viajes sobre la marcha, decididos a última hora, que nos liberan de la rutina estival en esta ciudad donde el asfalto es un sucedáneo de las calderas de Pedro Botero.
Porque, para cocerse a fuego lento no es necesario pasar por el tedioso trámite de morirse y someterse a ese tribunal sin apelación que dictamina una de estas dos opciones: o te manda a cantar gori-goris por toda la eternidad, revestido de túnica blanca y con coronita brillante sobre el occipucio, o bien te condena a las penas del infierno inferior, a cocerte en calderas de brea hirviente, como nos enseñaban a los niños en la doctrina.
Lo dicho, ya no es necesaria toda una vida de pecado para hervirte a fuego lento. Basta con que vivas en un barrio madrileño, como un servidor. El asfalto, resquebrajado de tanto uso, empieza a recalentarse; las paredes de los edificios haciendo el oficio de acumuladores de calor; los árboles mustios de sequedad, son un anticipo de ese calorín infernal prometido a los depravados. Lo malo es que todos lo sufrimos por aquello de que en esta sociedad se socializan las incomodidades y las penas, lo mismo que se ha hecho con el fracaso del sistema neoliberal.
Supongo que se debe a esta ideología reaccionaria que impera en esta ciudad lo de repartir males entre el común y acaparar provechos para unos pocos, pero lo cierto es que este verano, en nuestro barrio de la Concepción, no funciona el cine de verano y está cerrada la piscina municipal. Si se añade que la gente anda trabajando en precario, a ver quién es el guapo que hace las maletas y se va de vacaciones todo un mes. Y a tomar el fresco al cine del parque no puedes ir. Y la piscina del polideportivo es un agujero enorme de cemento.
En fin, que nosotros andamos de ida y vuelta. Unos días al fresco serrano y otros torrándonos las meninges al sol asfalteño de esta bonita ciudad.
Para mantener el optimismo dejo esta foto donde se ve el Peñalara desde las Presillas.
Porque, para cocerse a fuego lento no es necesario pasar por el tedioso trámite de morirse y someterse a ese tribunal sin apelación que dictamina una de estas dos opciones: o te manda a cantar gori-goris por toda la eternidad, revestido de túnica blanca y con coronita brillante sobre el occipucio, o bien te condena a las penas del infierno inferior, a cocerte en calderas de brea hirviente, como nos enseñaban a los niños en la doctrina.
Lo dicho, ya no es necesaria toda una vida de pecado para hervirte a fuego lento. Basta con que vivas en un barrio madrileño, como un servidor. El asfalto, resquebrajado de tanto uso, empieza a recalentarse; las paredes de los edificios haciendo el oficio de acumuladores de calor; los árboles mustios de sequedad, son un anticipo de ese calorín infernal prometido a los depravados. Lo malo es que todos lo sufrimos por aquello de que en esta sociedad se socializan las incomodidades y las penas, lo mismo que se ha hecho con el fracaso del sistema neoliberal.
Supongo que se debe a esta ideología reaccionaria que impera en esta ciudad lo de repartir males entre el común y acaparar provechos para unos pocos, pero lo cierto es que este verano, en nuestro barrio de la Concepción, no funciona el cine de verano y está cerrada la piscina municipal. Si se añade que la gente anda trabajando en precario, a ver quién es el guapo que hace las maletas y se va de vacaciones todo un mes. Y a tomar el fresco al cine del parque no puedes ir. Y la piscina del polideportivo es un agujero enorme de cemento.
En fin, que nosotros andamos de ida y vuelta. Unos días al fresco serrano y otros torrándonos las meninges al sol asfalteño de esta bonita ciudad.
Para mantener el optimismo dejo esta foto donde se ve el Peñalara desde las Presillas.
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