El ladrón de tiempo.-
- Disculpe, caballero, que le robe su tiempo –, dijo aquel individuo al asaltarle. Acababa de salir de un portal oscuro, con las solapas de la gabardina levantadas y unas gafas de espejo que le tapaban media cara.
- No es ninguna molestia. No faltaría más –, contestó el incauto. El ladrón de tiempo era persona educada y sus víctimas no eran conscientes del atraco.
- ¿Necesita usted algún tipo de información? – Añadió la víctima. – Si está en mi mano, con mucho gusto...
- Usted no me ha entendido bien, amigo –. Replicó impaciente el ladrón. Le agarró por un brazo y le zarandeó. – Esto es un atraco y quiero que me entregue su tiempo sin rechistar.
El otro, temiendo que le clavase una navaja en el estómago, hizo ademán de desabrochar la correa del reloj de pulsera y entregárselo.
- Es usted imbécil o qué –. El ladrón no pudo evitar un gesto de disgusto. – Le he dicho que quiero su tiempo, no su reloj –. Y añadió, – por si no lo sabía, en casa tengo ochenta y tres relojes de otros tantos majaderos a los que he atracado.
- ¿Y no podría robarme en otro momento? – Preguntó el atracado. – Es que ¿Sabe usted? Tengo cita con el urólogo y sólo quedan veinticinco minutos para la consulta –. Y, mirando el reloj con preocupación, añadió: – Hágase cargo de que tengo muy poco tiempo y no lo puedo perder. Si no le importa que sea otro día...
- Déjese de excusas –, dijo el ladrón de tiempo. – En esta ciudad, todo el mundo dice que le falta tiempo y ya estoy harto. Venga, venga, – añadió con impaciencia –, que no puedo estar aquí una eternidad esperando por su tiempo. Déme todo el que tenga o le hago un chirlo en la yugular.
El hombre que tenía cita con el urólogo empezó a asustarse. – Por favor, por favor –, insistía con lágrimas en los ojos –, si es que me queda ya muy poquito tiempo para la consulta y voy a llegar tarde.
El ladrón de tiempo, francamente enfadado, le replicó: – Se lo advierto por última vez: o me entrega su tiempo, o cometo un disparate. A ver ¿Cuánto tiempo tiene?
Y el otro, mirando su reloj y poniendo cara de preocupación, exclamó: - ¡Joder! Si sólo me quedan catorce minutos para la consulta. Cómo pasa el tiempo ¿Verdad, usted? – Añadió, confianzudo.
El ladrón estaba francamente disgustado. – Claro –, le dijo, – gastan ustedes un tiempo precioso en tonterías y luego dicen que cómo corren las horas. ¿Cuándo van a aprender a ahorrar tiempo?
- Qué razón tiene usted –. Dijo la víctima del ladrón de tiempo –, si es lo que yo digo siempre: si la gente no perdiera tanto tiempo en tonterías nos sobrarían un montón de horas.
- Ahí, ahí le duele -, apostilló el ladrón. – Yo, en casa, se lo tengo dicho a mis hijos: no gastéis tanto tiempo viendo la tele, que el tiempo es oro y a mí me cuesta mucho ganarlo ¿Cree usted que me hacen caso? Pues no. Y así me pasa, que pierdo el día robando el tiempo a los peatones. Llego a casa reventado de tantas horas de trabajo y, encima, la gente, que apenas dispone de tiempo, sólo lleva calderilla de minutos.
- No sé adónde vamos a ir a parar con estos tiempos que corren... – Dijo el que apenas le quedaba tiempo para ir al urólogo.
- Bueno, vamos a lo que estamos, – dijo el ladrón – ¿Cómo anda usted de tiempo?
- Pues, fatal. Qué quiere que le diga – Y consultando de nuevo el reloj: - Sólo me quedan ocho minutos.
- ¡Cómo pasa el tiempo! – Dijo el ladrón, filosófico.
- No se desanime, hombre – dijo la víctima. – Si quiere que le diga la verdad, con usted da gusto quedarse sin tiempo. Usted lo roba sin darse cuenta uno.
El ladrón de tiempo se puso hueco como un pavo. – Es que uno es un profesional. Claro que - añadió con modestia - , he empleado mucho tiempo de mi vida en aprender bien el oficio, y en algo se tenía que notar.
- No lo dude –, afirmó el otro. Y mirando de nuevo el reloj, añadió. – a la consulta no llego, pero el tiempo se ha pasado sin sentir.
- ¿Y, cuánto tiempo le queda aún...? ¿Dice que cinco minutos y medio? – Dijo el ladrón mirando su reloj. – Si coge un taxi, aún llega a tiempo.
- ... Que sí, hombre, que sí –, insistió el ladrón, – que esos minutos corren de mi cuenta –. Y, echándose mano a la cartera, sacó un billete de 5 euros y se lo puso en la mano al atracado. – Coja usted ese taxi y salga zumbando.
- Si no fuese tan justo de tiempo... –, sólo acertó a decir, agradecido, el otro.
- Disculpe, caballero, que le robe su tiempo –, dijo aquel individuo al asaltarle. Acababa de salir de un portal oscuro, con las solapas de la gabardina levantadas y unas gafas de espejo que le tapaban media cara.
- No es ninguna molestia. No faltaría más –, contestó el incauto. El ladrón de tiempo era persona educada y sus víctimas no eran conscientes del atraco.
- ¿Necesita usted algún tipo de información? – Añadió la víctima. – Si está en mi mano, con mucho gusto...
- Usted no me ha entendido bien, amigo –. Replicó impaciente el ladrón. Le agarró por un brazo y le zarandeó. – Esto es un atraco y quiero que me entregue su tiempo sin rechistar.
El otro, temiendo que le clavase una navaja en el estómago, hizo ademán de desabrochar la correa del reloj de pulsera y entregárselo.
- Es usted imbécil o qué –. El ladrón no pudo evitar un gesto de disgusto. – Le he dicho que quiero su tiempo, no su reloj –. Y añadió, – por si no lo sabía, en casa tengo ochenta y tres relojes de otros tantos majaderos a los que he atracado.
- ¿Y no podría robarme en otro momento? – Preguntó el atracado. – Es que ¿Sabe usted? Tengo cita con el urólogo y sólo quedan veinticinco minutos para la consulta –. Y, mirando el reloj con preocupación, añadió: – Hágase cargo de que tengo muy poco tiempo y no lo puedo perder. Si no le importa que sea otro día...
- Déjese de excusas –, dijo el ladrón de tiempo. – En esta ciudad, todo el mundo dice que le falta tiempo y ya estoy harto. Venga, venga, – añadió con impaciencia –, que no puedo estar aquí una eternidad esperando por su tiempo. Déme todo el que tenga o le hago un chirlo en la yugular.
El hombre que tenía cita con el urólogo empezó a asustarse. – Por favor, por favor –, insistía con lágrimas en los ojos –, si es que me queda ya muy poquito tiempo para la consulta y voy a llegar tarde.
El ladrón de tiempo, francamente enfadado, le replicó: – Se lo advierto por última vez: o me entrega su tiempo, o cometo un disparate. A ver ¿Cuánto tiempo tiene?
Y el otro, mirando su reloj y poniendo cara de preocupación, exclamó: - ¡Joder! Si sólo me quedan catorce minutos para la consulta. Cómo pasa el tiempo ¿Verdad, usted? – Añadió, confianzudo.
El ladrón estaba francamente disgustado. – Claro –, le dijo, – gastan ustedes un tiempo precioso en tonterías y luego dicen que cómo corren las horas. ¿Cuándo van a aprender a ahorrar tiempo?
- Qué razón tiene usted –. Dijo la víctima del ladrón de tiempo –, si es lo que yo digo siempre: si la gente no perdiera tanto tiempo en tonterías nos sobrarían un montón de horas.
- Ahí, ahí le duele -, apostilló el ladrón. – Yo, en casa, se lo tengo dicho a mis hijos: no gastéis tanto tiempo viendo la tele, que el tiempo es oro y a mí me cuesta mucho ganarlo ¿Cree usted que me hacen caso? Pues no. Y así me pasa, que pierdo el día robando el tiempo a los peatones. Llego a casa reventado de tantas horas de trabajo y, encima, la gente, que apenas dispone de tiempo, sólo lleva calderilla de minutos.
- No sé adónde vamos a ir a parar con estos tiempos que corren... – Dijo el que apenas le quedaba tiempo para ir al urólogo.
- Bueno, vamos a lo que estamos, – dijo el ladrón – ¿Cómo anda usted de tiempo?
- Pues, fatal. Qué quiere que le diga – Y consultando de nuevo el reloj: - Sólo me quedan ocho minutos.
- ¡Cómo pasa el tiempo! – Dijo el ladrón, filosófico.
- No se desanime, hombre – dijo la víctima. – Si quiere que le diga la verdad, con usted da gusto quedarse sin tiempo. Usted lo roba sin darse cuenta uno.
El ladrón de tiempo se puso hueco como un pavo. – Es que uno es un profesional. Claro que - añadió con modestia - , he empleado mucho tiempo de mi vida en aprender bien el oficio, y en algo se tenía que notar.
- No lo dude –, afirmó el otro. Y mirando de nuevo el reloj, añadió. – a la consulta no llego, pero el tiempo se ha pasado sin sentir.
- ¿Y, cuánto tiempo le queda aún...? ¿Dice que cinco minutos y medio? – Dijo el ladrón mirando su reloj. – Si coge un taxi, aún llega a tiempo.
- ... Que sí, hombre, que sí –, insistió el ladrón, – que esos minutos corren de mi cuenta –. Y, echándose mano a la cartera, sacó un billete de 5 euros y se lo puso en la mano al atracado. – Coja usted ese taxi y salga zumbando.
- Si no fuese tan justo de tiempo... –, sólo acertó a decir, agradecido, el otro.
Desde luego, don Juan José, es usted muy divertido cuando se pone. ¿Escribió usted en la Codorniz?
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